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Domingo, 19 de diciembre de 2004
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Una escritora elige su escena de película favorita: Esther Cross y La patrulla infernal de Stanley Kubrick

El precio de la gloria

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Por Esther Cross
El infierno es una trinchera francesa que, en 1916, resiste los ataques de los alemanes desde El Hormiguero. Los soldados reciben órdenes despachadas por un general, que acampa en un palacio a pocos metros. Como todas las películas que valen la pena, La patrulla infernal es tantas cosas a la vez, que a una le dan ganas de decirle a todo el mundo que la vea.
No le sobra nada, y tiene todo. Más la veo y más encuentro, hasta mejora con el tiempo. Una historia fuerte, una suma –que no supera al todo– de distintos géneros. Hay escenas de guerra que son inolvidables. Hay un juicio de cinco minutos que ya es una película entera. Asistimos a la víspera de tres condenados a muerte. Y hay un bar repleto de soldados con una chica que canta muerta de miedo.
La patrulla infernal es la historia de un regimiento que recibe la orden de llevar a cabo un ataque suicida. Es la historia de un general que acata esa orden en nombre de su carrera y su prestigio. Es la historia de un coronel, Kirk Douglas, un abogado penalista que quiere rebelarse y que cita a Samuel Johnson (el patriotismo es el último refugio de los bribones). Es la historia de un capitán que traiciona a un compañero de colegio. Y la historia de tres soldados rasos elegidos al azar, o por razones arbitrarias y personales, para recibir el castigo ejemplar que, según los capos del ejército, merece todo el regimiento por no avanzar en una misión imposible (si hubiera sido realmente imposible, dice el general, tendrían que haberlo probado con sus cadáveres). Es una historia que, por desgracia, todos conocemos.
No cuento más porque contar el final de las películas es algo que no se hace. Pero puedo decir que en un momento, Kirk Douglas se avergüenza de ser un ser humano. Y una le da la razón para asentir después, llena de orgullo, cuando llega ese final que dispara preguntas que pueden servir para que todo sea distinto. También puedo contar de cuando la vi por primera vez y llegó esa parte en que se pasa revista, en tiempo continuado, a los soldados que miran con una cara que no se parece a nada y que se entiende de todas maneras. Me acuerdo de la emoción con que pensé que si esa película fuera un lugar yo quería visitarlo muchas veces. Cosa que hice y hago cada tanto. Un lugar que contiene el valor de poner las cartas sobre la mesa. La traducción literal del título en inglés sería Senderos de Gloria. Es que queda bien claro qué es la gloria y al precio de qué irreemplazable y único elemento se levanta. Me refiero a la vida, por supuesto.

La patrulla infernal (1957), de Stanley Kubrick, basada en la novela de Humphrey Cobb y considerada una de las mejores películas antibelicistas de la historia.
Un dato: la chica que canta al final, aterrada, en un bar repleto de soldados, es Christiane Harlan, quien conocería a Kubrick durante la filmación y al año siguiente se convertiría en su mujer, con la que estuvo casado hasta la muerte del director en 1999, poco antes del lanzamiento de su última película, Ojos bien cerrados, con Tom Cruise y Nicole Kidman.

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