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Sábado, 30 de abril de 2005
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Fan > Un actor elige su escena de cine favorita: Cinema Paradiso por Luis Machín

Siempre es difícil volver a casa

Nuovo Cinema Paradiso (1988), la segunda película del director siciliano Giuseppe Tornatore, recorrió las pantallas del mundo entre 1989 y 1990 con el aval de decenas de premios internacionales: no sólo se hizo del Oscar (y el Globo de Oro) a la Mejor Película Extranjera sino que además había obtenido el Gran Premio del Jurado en Cannes, estuvo nominada al César a mejor película extranjera, ganó el David di Donatello por la música de Ennio Morricone, el galardón de los European Film Awards por la actuación de Philippe Noiret y resultó ganadora en al menos una decena de rubros en los prestigiosos Bafta ingleses.
Considerado como un homenaje sentido y nostálgico (pero muy edulcorado) al cine clásico, el relato de iniciación de Salvatore Cascio –monaguillo, amante de las películas y aprendiz de proyectorista– lanzó internacionalmente a Tornatore –que en su momento tenía 32 años–, quien sin embargo no repetiría su éxito con ninguna de sus obras posteriores.
Un tiempo atrás se lanzó un director’s cut –un “corte del director”– de Cinema Paradiso con alrededor de cincuenta minutos más que los que llegaron a los cines en la mayor parte del mundo.

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Por Luis Machin

Vi Cinema Paradiso más de tres veces y en distintos momentos de mi vida: antes de venir a vivir a Buenos Aires, al poco tiempo de llegar de Rosario y hace dos años, más o menos, la volví a ver en video. Tanto la primera como la segunda y la tercera, y cada vez que escucho la banda musical de la película, lloro como un chico. Es una película que me liquida. Son esas emociones que uno dice: “Che, si te hace mal no la mires”. Pero está también esa necesidad de saber por qué a uno lo toca tanto. Cinema Paradiso me sigue conmoviendo. Como el primer amor, la lejanía, la distancia.

Cuando la vi por primera vez, hace como quince años, todavía vivía en Rosario, y estaba con la idea de venirme a Buenos Aires. Fui a verla por intuición. La película es centralmente eso: dejar el lugar donde uno nació e ir a buscar nuevos horizontes. Comienza con la madre hablando por teléfono con su hijo que vive en Roma o en Milán, no me acuerdo, y le cuenta que tal persona falleció. El corta y se vuelve al pueblito donde nació, que no había pisado en un montón de años. A medida que avanza la película sabés por qué nunca quiso volver.

Para mí la escena más conmovedora es la de la estación de tren. Están Philippe Noiret (el dueño del cine y proyectorista) y Jacques Perrin, el protagonista, que es el que lleva los rollos de película de pueblo en pueblo. El protagonista se quiere ir a estudiar cine a una ciudad más grande, y Noiret, que ya está ciego (se quemó los ojos con celuloide en una función), lo va a despedir. Están sentados en un banco y Noiret le agarra la mano y le dice: “No vengas nunca más a este pueblo. Y si llegás a venir, que yo no me entere. Andate y no vuelvas nunca más”. Le toca apenas la cara y el protagonista se va.

Esa y la escena final son para mí las más conmovedoras. El protagonista no vuelve al pueblo hasta que el que fue su mentor muere. Viaja a las exequias y empieza a ver a todos los personajes del pueblo mucho más viejos. Está el loco de la plaza que ahora acomoda autos, asiste al derrumbe del cine donde van a poner una iglesia evangélica o un shopping. El viejo le dejó de regalo un caja donde había guardado todas las escenas de besos que el cura del pueblo le obligaba a cortar. El se va con la caja a la ciudad, donde ahora es dueño de muchas salas, y se hace hacer una proyección privada. Y empiezan a pasar todos los besos cortados. Están Mastroianni y Anita Ekberg, Gassman, todos los italianos del neorrealismo, los besos de las películas norteamericanas, una tras otra, besos, besos, besos sobre la banda sonora de la película.

Cuando vi por primera vez Cinema Paradiso estaba con la que era mi novia. Yo era muy joven y estuve todo el tiempo tratando de reprimir el llanto. Nos conocíamos hacía mucho, pero por esas cosas que nos pasan a los hombres, me daba pudor llorar. Me acuerdo que tenía un pañuelo que me ponía en la boca tratando de que ella no me viera, hasta que al final estallé. Pero como todo el cine: mi novia, yo, y todos, lloramos a moco tendido hasta el final. Me tuve que quedar como 15 minutos sentado para recuperarme.

Cuando uno se pone grande empieza a ir al analista y empieza a pensar cuáles son esas cosas que le detonan tanta emoción. En lo personal yo también hice un movimiento de una ciudad más chica a una grande, también dejé un gran amor, nos dejamos. No puedo dejar de pensar en Cinema Paradiso cada vez que voy a Rosario. Hay muchas situaciones que me resultan muy similares. Ver el paso del tiempo, cómo se avejentan los seres queridos, cómo se van yendo otros, lugares a los que uno iba que han sido modificados de manera tan obscena, cines, teatros, bares. Y eso de tomar la decisión de irse y alguien que dice: “No vuelvas más”. No porque alguien me lo haya dicho, pero me han dicho cosas parecidas. Y de hecho volví y sigo volviendo a Rosario.No tengo la banda sonora de la película. No me la he comprado porque puedo hacer un desastre. Pero es el día de hoy que la escucho y lloro. A veces –esto es casi una confesión– me voy a alguna disquería a escucharla.

Lo que no me pasa con el teatro cuando lo veo me pasa con el cine. El cine me puede y a partir de Cinema Paradiso me entregué totalmente. Si alguna historia me emociona, sé que voy a llorar. Ya no tengo ningún prurito: lloro sin ningún pudor, esté con quien esté, no me importa nada.

Entrevistado por Cecilia Sosa.

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