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Domingo, 10 de julio de 2005
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Música > Tangos inéditos de Homero Manzi

El Homero de Buenos Aires

Todavía quedan sorpresas: la semana pasada, Juan “Tata” Cedrón presentó en Buenos Aires tangos con música propia sobre letras inéditas del gran Homero Manzi. En las líneas que siguen, él mismo cuenta el origen de esta inesperada sociedad, que se remonta a los intervalos del viejo cine Estrella y llega hasta la iluminada semana de diciembre en que compuso los diez tangos al hilo. De yapa, tres letras del mismísimo Manzi.

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Por Tata Cedron

La primera vez que supe que estaba escuchando a Homero Manzi fue con “El último organito”. No sé si habrá sido en el ‘48 o ‘49, yo tenía 8 años. Tengo el recuerdo de un aroma, una sensación en la memoria de algo que pasaba por el oído pero que a mí me daba un gusto en la boca. Me gusta mucho la introducción, ese recitado donde dice “Volverás por los oscuros callejones de barro / Cada vez que los tangos recuerden el arrabal perdido”. Todavía hoy no puedo explicar cómo era ese gusto. Pero cuando era chico y escuchaba a Manzi, sentía ese sabor en la boca.

En realidad a Manzi lo había escuchado antes por Gardel en “Milonga sentimental” y “Milonga del novecientos”, y por Corsini en “Milonga triste”. Cuando era chico siempre iba al cine Estrella, ese que estaba en la avenida Cabildo y Republiquetas, cerca del Puente Saavedra, y siempre pasaban Gardel en los entreactos. Me parece que ahí fue que me empezó a gustar la guitarra. A veces también había números vivos, pero me acuerdo mucho de “Milonga del novecientos”. Cantaba Gardel, pero ése era Manzi.

El primer tema que grabé de Manzi fue “Viejo ciego”. Le agregué un pedazo de poema, un verso del loco Carriego: “Anoche después que te fuiste, cuando todo el mundo volvía al sosiego, qué triste lloraban los ojos del ciego”. Fue mi primer disco, un acetato que tenía dos temas: de un lado un tema mío, “Madrugada”, un poema de Juan Gelman que después fue el nombre de un disco que hicimos juntos; y del otro lado estaba “Viejo ciego”, de Manzi, Cátulo Castillo y del viejo Sebastián Piana. Lo grabé en un estudio que quedaba en Corrientes y Libertad. Yo tendría 22 años y cuando fui me lo encontré ahí grabando a Palito Ortega, que recién empezaba. Ese disco lo hice porque me iba a casar y necesitaba comprarme un traje. Se lo vendí a mis amigos. Me acuerdo de que uno se lo di a Federico Luppi; años después me lo encontré en la calle y le dije: “Me debés el disco”. Con esa plata (con la de entonces, no con la de Luppi) me compré el traje de mi casamiento. Con un tema de Manzi.

También canté mucho “El último organito” y “Mano blanca” y muchas otras cosas de Manzi. Después me hice amigo de Acho, el hijo de Homero y el autor de la música de “El último organito”. Cómo son las cosas: ese tema lo canté el viernes pasado en Madero Tango con Acho presente.

Nos quiso presentar un amigo en común que me contó que Acho tenía grandes poemas propios. Pero como él vivía en Estados Unidos y yo en París nos desencontramos y me los terminó mandando por fax. Con eso hice algunas canciones que le iba pasando por teléfono. Los dos somos del ‘40 y como tenemos una forma de componer, un estilo parecido, pasaba algo raro entre los dos. Empezamos a hacer canciones juntos: él me mandaba sus poemas y yo le devolvía las canciones. Nos hicimos faxistas. Fue algo muy íntimo: Acho estaba enfermo y un día me escribió un poema diciendo que yo le había salvado la vida, que tenía que quedarse para seguir componiendo juntos.

Cuando viajaba a Buenos Aires, yo no tenía nada. Mi departamento estaba en construcción, helado, y él me hacía pata. Me trajo una radio y un nebulizador, porque yo siempre ando resfriado. También empezamos a caminar por el barrio, por Boedo: la calle Colombres, Agrelo, México, la cortada San Ignacio, San Juan y Boedo, la avenida Garay donde vivía Manzi... La casa ahora está abandonada y tiene un cartelito de la municipalidad. Por ahí caminaron Sebastián Piana, Pedrito Maffia, Cátulo Castillo, el viejo González Castillo, toda la banda de Boedo que era extraordinaria. Caminábamos por todos lados. Y un día, yo no sé si fue el misterio de este barrio, como decía Manzi, pero Acho me dio un poema: “Palabras sin importancia”. “Tomá –me dijo–, es de mi viejo. Hacé lo que quieras.” Me dan ganas de llorar ahora que lo cuento. Después me fue dando otros. Los tenía en los archivos del padre, con los que después Acho hizo un libro. Y en diciembre pasado yo me fui a París a trabajar. Estaba en ese cuarto parisino arreglado como oficina, solo y sin nada que hacer. En París se toca temprano, no como acá, y entonces me levantaba temprano y no podía cantar porque a la noche no iba a tener voz. Así que me puse a trabajar con los poemas de Manzi. Hacía una canción, la grababa en un grabador chiquito y la dejaba. Me hacía una siesta y a la tarde la escuchaba y ¡estaba fenómena! La dejaba y agarraba otro poema. En esa semana hice ocho temas seguidos. Y ninguno se parece al otro. No sé qué pasó, me agarró como una locura, una emoción. Pero no sé si fui yo. A cualquier músico argentino le hubiera pasado. Poder trabajar con un poema de Manzi, y que me lo haya dado el hijo... Fue algo como sentir: “Ahora soy de la barra”.

No soy de mucho analizar, pero hacer esto me hizo sentir un compañero de Manzi, sentí que él hubiera trabajado conmigo si yo hubiera vivido en esa época. Cuando era joven, para mí Manzi era una especie de luz: en los ‘60 había una revisión muy fuerte de la historia argentina; nosotros teníamos unos veinte años y Forja nos parecía algo extraordinario. Y en medio de todo eso, Manzi se integró al peronismo diciendo: “Yo no soy peronista, pero Perón hace todo lo que yo quiero hacer”. Y además hizo cine, hizo teatro, fue uno de los hombres más importantes de la cultura argentina; un intelectual y un artista que defendió las raíces, en contra de la injusticia, la penetración cultural. Tenía mucho humor, era un hombre de la noche, no era un puritano a ultranza, era un hombre que dio la vida, que sufrió. El otro día iba en un taxi y manejaba un muchacho de unos 30 años. Justo pasamos por Garay y yo le dije: “Acá vivió Homero Manzi”. “¿Quién?”, me preguntó. ¿Cómo quién es Homero Manzi? Casi más me bajo.

En estos poemas Manzi habla del campo, de los caballos, de los matungos, del cuarteador de Barracas y los piringundines, esos prostíbulos de mala muerte. Yo también tengo cosas del campo. En “Matungo” le dice al caballo “ahora mordés el yuyal/ solo en la paz de los huecos/ ahora tu diente muerde el yuyal/ chapas de cielo en tu techo” y tiene una polenta como si fuese Lorca.

Manzi cuenta historias, no de vigencia ni de nada. Pero detener el destino no es algo de épocas, es de siempre.

Manzi era un hombre de una gran sabiduría, de una gran cultura. Yo cuando canto estoy como en el limbo, no pienso en nada. Ojalá la gente lo cante, que los jóvenes lo canten, Manzi es para cantarlo.

El jueves 28 de julio (dentro de tres jueves) Juan “Tata” Cedrón tocará junto a Felipe Traine y Carlos Martínez en la presentación del libro La Caramba en 24 hojas. Anotaciones en la Villa de Merlo, de Edgardo Lois. A las 21 en el Espacio de Teatro Boedo XXI, Boedo 853, 4957-1400.

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