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Domingo, 31 de julio de 2005
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Personajes > Nina Hagen cumple 50 años y canta jazz

La madre del punk

Sus abuelos fueron asesinados en un campo de concentración. Su padre fue un prisionero de los nazis adicto a los somníferos. Su padrastro, un cantautor disidente. Y su madre, una actriz que llegó a ser la Marilyn Monroe de la Alemania comunista. De todo eso salió ella: Nina Hagen, la madre del punk. De su expulsión de la RDA por contrarrevolucionaria a su reciente y temeroso regreso a Berlín (temeroso por miedo a que su ex marido la asesinara), pasando por su memorable presentación en Buenos Aires hace 20 años, Nina Hagen habló con Radar y repasó una carrera que la llevó de ser madre del punk a madre de un avatar despampanante llamada Cosma Shiva.

Por Ariel Magnus
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Antes que todas (o sea: antes que Madonna), Nina supo ser hinduista, agitadora política, especialista en ovnis, defensora de los derechos de los animales, madre abnegada y activa feminista: en 1979, durante un programa de televisión austríaco, mostró cómo debía masajearse una mujer el clítoris para llegar al orgasmo.

Cuentan los que lo vivieron que en el primer Festival Rock & Pop realizado en el estadio de Vélez Sarsfield en 1985, ése en el que Miguel Abuelo recibió una pedrada y cantó “Himno de mi corazón” con la cara ensangrentada, el mismo en el que según parece Charly piró como nunca hasta entonces, cuentan los que se bancaron la lluvia y el barro y los problemas de sonido que cuando Sumo salió a escena, Luca lucía una peluca de plástico que le llegaba hasta la cintura y a modo de saludo dijo: “Me dicen la Nina Hagen criolla”. Porque en aquella ya mítica fiesta del amaneciente rock democrático tocaban los grandes de la escena vernácula (Charly, Sumo, Fito, Los Abuelos, Virus, Soda... Zas, GIT) y aun algunos de las afueras (INXS, John Mayall), pero la estrella indiscutible, como en Rock in Rio, era ella: la madre del punk.

Nina Hagen, la mujer del rostro fuertemente maquillado, las pelucas coloridas y la cruz en el pecho que este año acaba de cumplir el medio siglo de vida, no pasaba en esa época por su mejor momento personal. Hacía poco había quedado embarazada del entonces vocalista de Crocodile Tears, Roby Rodgers, y ante el inminente viaje a Argentina su manager le explicó: “Con una mujer embarazada yo no salgo de gira”. El aborto, según cuenta Nina en su autobiografía, fue espantoso: en el medio del proceso cambió de parecer, el médico trató de frenarlo y tuvo una hemorragia. “Todo el asunto fue un profundo corte en mi alma... Pero ya no estaba embarazada, y mi manager me pudo usar nuevamente como burro de trabajo.” Sin embargo, o precisamente por eso, Nina recuerda aquel recital con especial cariño: “¡Oh, fue impresionante –le dijo a Radar por mail, su medio preferido para dar entrevistas–, el público argentino era un salvaje Flamenco-Tango-Bosanova-Zamba-Caramba-Lover!”. A nivel profesional, Nina estaba en el cenit de su carrera, que había empezado hacía no tanto en un país a punto de desaparecer.

El punk que vino del este...

Nina (Catharina) Hagen se apellidaba en realidad Levi, pero sus abuelos se cambiaron el apellido para despistar a los nazis (aunque el intento fracasó y murieron en un campo de concentración). Nació en 1955 en Berlín del este, al lado de una montaña artificial hecha con escombros de la guerra. Su padre, el guionista Hans Hagen, había sufrido de joven las cárceles nazis y era adicto a las pastillas para dormir. Su madre, Eva-Maria Hagen, popular actriz discípula de Brecht, llegó a ser –literalmente– la Marilyn Monroe de la República Democrática Alemana: en alguna película de la época se la ve con las polleras al viento al pasar por la boca de respiración de un subte. La popularidad de Eva-Maria mermó abruptamente cuando se juntó con el cantautor disidente Wolf Biermann, versión algo mejorada de Piero, con quien Nina aprendió a tocar la guitarra. Las canciones de Biermann no eran del agrado de la Stasi, que vigilaba alevosamente a los Hagen, y eso tuvo su efecto en la carrera de Eva-Maria, aunque los dos sobrevivieron: en 1976, acusado de contrarrevolucionario, Biermann fue expulsado del país, y las cartas de protesta de su compañera y de su hija adoptiva les valió a ambas la invitación de seguirlo.

Al momento de abandonar la RDA, Nina ya era un icono de la juventud. Gracias a su madre había logrado actuar en un par de películas y contra ella (“mi madre me decía que cantaba horrible, creo que me hice cantante sólo por llevarle la contra”) había triunfado en la música: la canción “Te olvidaste el rollo de fotos” (1972) de su grupo Automobil supo convertirse, pese a su título y aun a su melodía, en un éxito arrollador. También había juntado lo que se llama experiencia de vida: con 12 años, había sido expulsada de la organización de jóvenes de la RDA, había abandonado la escuela y había participado de “drug-sex-beat-bear-partys”; con 17 había rebotado en la escuela de actores y se había fugado a Polonia, donde fundó su primera banda y hacía covers de Tina Turner y Janis Joplin; con 20 se había encontrado durante un trip de LSD a Dios (cuya lengua materna, nos cuenta Nina, es el alemán). Para la descontrolada joven, la Alemania comunista era como “un gran teatro”, donde se festejaba “la fiesta del amor y del verdadero arte”.

...y conquisto el oeste

No bien pisó Alemania Occidental, Nina consiguió, gracias a la ayuda de Biermann, un jugoso contrato con la CBS. Lo primero que hizo con el dinero fue viajar a Londres, donde frecuentó a la banda femenina The Slits. A su vuelta formó la Nina Hagen Band, que editó su primer (y anteúltimo) disco en 1978. Homónimo de la banda, el disco contenía entre otras la canción “TV Glotzer”, un alegato en contra de la caja boba (“Miro televisión/ estoy tan muerta/ ¿fue esto mi vida?”) que ahora sirve de título al talk-show que conducirá en breve por Fox TV. Bastó ese disco inaugural para que la crítica la declarara heredera de los Pistols. Después de Unbehagen, segundo y último vinilo de la banda, Nina viajó a Amsterdam, donde conoció al que sería el padre de su bella hija Cosma Shiva (por casualidad: “Durante todo el embarazo no sabía si iba a tener una hija blanca o negra”); con él filmó Cha-Cha (1979), donde se la puede apreciar con una M-16 asaltando un banco. Fueron tiempos moviditos: “Una taza de café y una línea gorda de coca eran mi desayuno, y para balancear el conjunto una linda bolsa de pasto holandés”. La cocaína, según cuenta en su autobiografía, le metió demonios en la cabeza y una noche estuvo a punto de morir, pero luego de horas de rezarle a Dios “asomaron los rayos del sol y los pajaritos empezaron a cantar. ¿Y qué cantaban? Todos los pajaritos cantaban: Nina Hagen, Nina Hagen”.

Una vez sola, Nina se mudó a Estados Unidos y allí sacó Nunsexmonrock (1982) y un año después Fearless (1983), que contenía su tema más famoso, “New York” (a no confundirlo con el clásico de Frank Sinatra que canta ahora con su banda de jazz). Su voz, o más bien las notables modulaciones que lograba darle, ya eran marca registrada, lo mismo que sus cambiantes looks. Antes que todas (o sea: antes que Madonna), Nina supo ser hinduista (su gran maestro es Shri Haidakhan Babaji), agitadora política (fundó el Partido Armonioso-Radical de Alemania, cuya única consigna era “Nina for President”), especialista en ovnis (en noviembre de 1980 vio su primer ufo, y desde entonces sabe que “hay personas inteligentes y buenas que se sumergen en nuestro mundo físico desde otros mundos y dimensiones” y que “rosa, verde, lila y azul son los colores de los ovnis con los que podemos contar en el gran proyecto de la evacuación de la Tierra, la acción de rescate más grande de todos los tiempos”), defensora de los derechos de los animales, madre abnegada y activa feminista: en 1979, durante un talk-show en un programa de la televisión austríaca, mostró cómo debía masajearse una mujer el clítoris para llegar al orgasmo. “No me sorprende que la gente diga que Hitler debe volver”, opinó un espectador.

El extasis soy yo

Nina Hagen en éxtasis se llamó (adecuadamente) el disco que Nina dio a luz en inglés y alemán en 1985, su mejor año: tocó en Río frente a millones de personas, en Tokio con la Filarmónica de Japón, y con Luca peluca en Buenos Aires. “No tomo alcohol ni estimulantes antes de subir al escenario, tampoco fumo porro –aclara–. Sobre el escenario yo soy yo, yo misma, pura energía extática. ¡Yo misma soy éxtasis!”

Ese año rompió con la CBS y su fama comenzó a declinar. Vivió alternativamente en Europa y Estados Unidos, siguió grabando discos (incluido un tibio come back en 2000 con Regreso de la madre) y haciendo películas (la última de ellas es Los siete enanitos, donde también actúa su magnífica hija Cosma), siguió viajando a su ashram en la India y girando con sus bandas (no siempre con éxito: en un concierto de 1991 se esperaban 10.000 personas y no asistieron ni 1500). Hasta tuvo un show propio en la televisión alemana (30 minutos por mes donde hablaba de Dios y los ovnis). Pero acaso la muestra más clara de que el apogeo de su carrera había quedado atrás es la publicación en 1988 de su autobiografía Yo soy de Berlín: mi vida física y trascendental, un libro algo desordenado, punk por así decirlo, donde sin solución de continuidad nos cuenta desde su primera vez con una mujer hasta lo que le acaba de pasar unos momentos atrás cuando salió a la calle, pasando por sus encuentros con Dios, su romance con el cantante de “Red Hot Chili Papers” (sic), sus sueños, pequeñas historias bíblicas, proclamas políticas, etc... También en eso fue una visionaria: su libro se adelanta en más de una década al blog.

En los últimos años, Nina Hagen fue noticia por temas ajenos a la música: hizo prohibir un libro de su madre por considerar que hería su intimidad, se casó con un hombre 22 años menor que ella, casamiento que no duró un año y acabó en un fuego cruzado de extorsiones y amenazas de muerte. Su hija, la sublime, celestial Cosma Shiva, que alguna vez declaró haber sido junkie a los 13 y prostituta a los 14, atrae hoy más la atención que su excéntrica madre. Todo lo cual no quita que Nina sienta que los veinte años que pasaron desde 1985 no son nada. “Como en el caso de Kim Basinger, los 50 es el mejor momento para recibir los mejores papeles. Para mí, cada día es Navidad: mi carrera recién empieza.” Con ese espíritu se presentó el fin de semana pasado en Berlín.

Hija hay una sola

Nina ya probó el punk, el rock, el reggae, el pop, el rap, la ópera, el hip-hop y la mezcla de todos ellos; ahora le toca su turno al jazz. Con los 18 músicos de la Leipzig Big Band grabó el año pasado Big Band Explosion, y después de algunas postergaciones (vive en parte en Los Angeles y no se animaba a viajar a Alemania por temor a que su último esposo la asesinara), el fin de semana pasado se presentó en Köpenick, un barrio suburbano de Berlín Este. La escenografía no era precisamente lo que uno se esperaría de un recital de la Hagen: en el patio interno de la municipalidad de Köpenick, prolijamente sentados en bancos de madera à la Oktoberfest, señores y señoras de la segunda y tercera edad esperaban desde las 18 la aparición de Nina (19.30) bebiendo y comiendo. Olvidados de que su ídola alguna vez cantó “Don’t Kill the Animals”, los elegantes comensales devoraban importantes pedazos de carne semicruda. La concurrencia presentaba apenas algunas darkies pero ni un solo punk, y eso que Berlín debe tener una población activa más grande que Londres; la mayor concentración de freaks, como suele ocurrir, se apreciaba en las mesas reservadas para la prensa. Cerca de la entrada, un puestito vendía las remeras, gorritos y encendedores zippo de la línea de ropa de la diva, consultable bajo www.mother-of-punk.de

Nina salió a escena con ocho minutos de retraso y largó con “Let Me Entertain You”, pero no la variante irónica de Freddy Mercury o la rebelde de Robbie Williams sino la moderada, salonesca, de Stephen Sondheim. Vestida de negro, con su tercer ojo y un arreglo floral en la cabeza, fría y seria como ante un examen, parecía haber venido exclusivamente con ese fin: entretener la tarde del sábado hasta que se hiciera la hora de ir a bailar al club de siempre. Pero el juicio era apresurado: a medida que iban pasando los estándares, su caprichosa modulación y sus morisquetas le fueron imprimiendo a temas como “I Want To Be Happy”, “Over The Rainbow” o “Sugar Blues” ese toque personal, inconfundiblemente hagenesco, que la destacó desde su juventud. Fuerza es concluir que el jazz le sienta bien. También la edad: hay algo en su histrionismo, en su medida frialdad, en su forma de desparramar pañuelos de papel por el escenario (estaba resfriada), de jugar con el micrófono y con su garganta, de tergiversar las letras (en vez de “You Give Me Fever” cantó “You Give Me Shiva”), que sigue haciendo de su persona en sí una obra de arte total, como alguna vez la definió su hija. Su inconmensurable, absoluta, inasible hija Cosma, que incumpliendo los más básicos deberes filiales no fue a ver a su madre.

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