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Domingo, 16 de octubre de 2005
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Fotografía > Fernando Gutiérrez

La luz entre la niebla

Con una serie de fotos tomadas casi al azar durante cuatro años y durante distintos viajes, Fernando Gutiérrez compone un itinerario en el que cada imagen se convierte en una parada tan atrapante como fantasmal.

Por Marta Dillon
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La Caja
Fernando Gutiérrez
Fotogalería del Teatro San Martín
Corrientes 1530
de martes a domingo de 11 hs. hasta el final de los espectáculos hasta el 30 de octubre

El primer impulso es acercarse, como si anulando la distancia fuera posible internarse en las imágenes para despejar la sombra que casi siempre evocan. ¿Dónde ilumina el haz que modela el itinerario de la mirada? ¿Es sobre el papel o es adentro? ¿Adentro de quien mira? ¿Y quién pone el ojo? Si es que es el ojo o el impulso lo que arrebata al sueño un entramado de contrastes que de algún lado, en alguna zona de luz o de sombra, se estampa y se queja: hay algo ahí que llama como un imán y que se enreda en la maraña de sensaciones que suele anidar en el pecho. Algo traen las fotos de Fernando Gutiérrez que no tiene que ver ni con los lugares ni con los objetos que a veces se delinean y otras se ocultan, solapados detrás de sus fantasmas. ¿Qué es? ¿Es posible acostarse a dormir sobre la cresta de una ola y dejarse arrullar por los animales marinos y los mensajes desesperados y el canto de las ballenas? ¿O dibujar en el cielo el mapa de los deseos siguiendo la línea de puntos de una bandada de pájaros?

En cada una de las fotos de La Caja, es posible detenerse y perderse. Sentir el miedo del pasto cuando lo asola el viento o el ansia del camino que podría llevar hasta el refugio, cualquier refugio. El tiempo se ha borrado de ellas, o ellas (las imágenes) han conseguido colgarse de sus grietas, poniéndose a salvo de la cruz de unas coordenadas precisas que podrían permitir que unas u otros dijeran, no, a mí no me toca. De hecho han permanecido allí, en la caja, en el estuche donde fueron acumulándose durante años, hasta que la emoción que habían capturado, ésa que tiene señas particulares, un nombre y un apellido, un cartel señalando en el mapa; hasta que todo eso fue moderándose y quedó una esencia como un perfume capaz de evocar en cada eco de cada mirada que por ahí pasea su propia historia.

Y a pesar del tiempo indefinido, hay dos fechas precisas en la descripción de estas fotos: 1997/2001. Un período cerrado aunque haya sido un tiempo a la deriva. Un hombre a la deriva de su propio deseo es quien ha fotografiado a veces sin ver por el objetivo (ni el objeto), como si así hubiera dejado piedras en el camino para no perderse del todo en la invención del itinerario. Y lo cierto es que al recogerlas volvió a verse como si nunca se hubiera movido, “no hay lugar –dice el autor– siempre quedás atrapado por tu misma manera de ver”. Pero hay que dudar de lo que dice, es cierto que hay un eco interior que transforma en particular los lugares transitados por todos. Pero el eco es un diálogo y siempre vuelve transformado por las paredes que lo generan. ¿Podría verse tan despojadamente si los lugares encontrados no fueran extraños, descubiertos al menos una vez?

La caja se abrió, caja de Pandora, caja de sorpresas, caja de recuerdos. Sólo unas pocas de las emociones que ahí habitaban ha sobrevivido a la intemperie con sus fantasmas intactos develándose cada vez que alguien mira. ¿Pero quién mira? ¿Quién devela? ¿Cuáles son las paredes de este eco?

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