POR PHILIP ROTH
Los resultados de las elecciones de noviembre ni siquiera estuvieron igualados. Lindbergh consigui贸 el cincuenta y siete por ciento del voto popular y, con un triunfo aplastante, gan贸 en cuarenta y siete estados. Los 煤nicos donde perdi贸 fueron Nueva York, el estado natal de FDR, y, tan s贸lo por 2 mil votos, Maryland, donde la gran poblaci贸n de funcionarios federales vot贸 abrumadoramente por Roosevelt, mientras que el presidente pudo retener 鈥揷omo no le fue posible en ning煤n otro lugar por debajo de la l铆nea Mason-Dixon鈥 la lealtad de casi la mitad de los votantes dem贸cratas del viejo sur. Aunque en la ma帽ana siguiente a las elecciones predominaba la incredulidad, sobre todo entre los encuestadores, el d铆a despu茅s todo el mundo pareci贸 entenderlo todo, y los comentaristas de radio y los columnistas de la prensa presentaron la noticia como si la derrota de Roosevelt hubiera estado predeterminada. Seg煤n sus explicaciones, lo ocurrido era que los norteamericanos no hab铆an sido capaces de romper con la tradici贸n de los dos mandatos presidenciales que George Washington hab铆a instituido y que ning煤n presidente antes de Roosevelt se hab铆a atrevido a cuestionar. Por otro lado, despu茅s de la Depresi贸n, la renaciente confianza tanto de j贸venes como de mayores se hab铆a visto estimulada por la relativa juventud de Lindbergh y su aspecto elegante y atl茅tico, en tan marcado contraste con los serios impedimentos f铆sicos con los que FDR cargaba como v铆ctima de la poliomielitis. Y estaba tambi茅n el prodigio de la aviaci贸n y el nuevo estilo de vida que promet铆a: Lindbergh, que ya era el due帽o del aire y hab铆a batido el record de vuelo de larga distancia, pod铆a conducir con conocimiento de causa a sus compatriotas al mundo desconocido del futuro aeron谩utico, al tiempo que les garantizaba con su conducta puritana y anticuada que los logros de la ingenier铆a moderna no ten铆an por qu茅 erosionar los valores del pasado. Los expertos llegaron a la conclusi贸n de que los norteamericanos del siglo XX, cansados de enfrentarse a una crisis cada d茅cada, ansiaban la normalidad, y lo que Charles A. Lindbergh representaba era la normalidad elevada a unas proporciones heroicas, un hombre decente con cara de honradez y una voz normal y corriente que hab铆a demostrado al planeta entero, de un modo deslumbrante, el valor para ponerse al frente, la fortaleza para moldear la historia y, naturalmente, la capacidad de trascender la tragedia personal. Si Lindbergh promet铆a que no habr铆a guerra, entonces no la habr铆a: para la gran mayor铆a de la poblaci贸n era as铆 de sencillo.
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Peores a煤n para nosotros que el resultado de las elecciones fueron las semanas que siguieron a la toma de posesi贸n, cuando el nuevo presidente norteamericano viaj贸 a Islandia para entrevistarse personalmente con Adolf Hitler y, tras dos d铆as de conversaciones 鈥渃ordiales鈥, firmar un 鈥渁cuerdo鈥 que garantizaba unas relaciones pac铆ficas entre Alemania y Estados Unidos. Hubo manifestaciones contra el Acuerdo de Islandia en una docena de ciudades norteamericanas, y discursos apasionados en la C谩mara baja y el Senado pronunciados por congresistas dem贸cratas que hab铆an sobrevivido a la aplastante victoria republicana y que condenaban a Lindbergh por tratar con un tirano fascista asesino como su igual y aceptar como lugar de su reuni贸n un reino insular hist贸ricamente fiel a una monarqu铆a democr谩tica cuya conquista los nazis ya hab铆an llevado a cabo, una tragedia nacional para Dinamarca, claramente deplorable para el pueblo y su rey, pero que la visita de Lindbergh a Reykjavik parec铆a aprobar t谩citamente.
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Cuando el presidente regres贸 a Washington desde Islandia (una formaci贸n de vuelo de diez grandes aviones de patrulla de la armada que escoltaban al nuevo Interceptor Lockheed bimotor que 茅l mismo piloteaba), el discurso que dirigi贸 a la naci贸n const贸 s贸lo de cinco frases. 鈥淎hora est谩 garantizado que este gran pa铆s no participar谩 en la guerra en Europa.鈥 As铆 comenzaba el hist贸rico mensaje, y prosegu铆a hasta su conclusi贸n del modo siguiente: 鈥淣o nos uniremos a ning煤n bando b茅lico en ning煤n lugar del globo. Al mismo tiempo, seguiremos armando a Estados Unidos y adiestrando a nuestros j贸venes de las fuerzas armadas en el uso de la tecnolog铆a militar m谩s avanzada. La clave de nuestra invulnerabilidad es el desarrollo de la aviaci贸n norteamericana, incluida la tecnolog铆a de los cohetes. De este modo, nuestros l铆mites continentales ser谩n inexpugnables a los ataques desde el exterior, mientras mantenemos una neutralidad estricta鈥.
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