Mi primer contacto con la obra de Francesca Woodman se produjo una tarde de invierno, hace unos diez años, cuando recorrÃa escéptico y aburrido la enésima galerÃa de Manhattan.
Recuerdo que, al ver las primeras fotos, creà saber lo que seguirÃa: adolescente-autorretratándose-entre-tules, teatralidad, grandilocuencia... Afortunadamente, cierta autodesconfianza cultivada durante años y la sensualidad mórbida, casi táctil, de esas pequeñas fotos en blanco y negro me obligaron a detenerme en una obra que todavÃa me sigue conmoviendo.
En Francesca Woodman, el tema del tiempo y la fragilidad, de lo transitorio, de lo efÃmero subyace en toda su obra. Son imágenes sugestivas y evanescentes, en las que su propio cuerpo fragmentado aparece fundiéndose, desapareciendo (o a modo de inquietantes apariciones) bajo empapelados rasgados o paredes descascaradas, en ambientes sombrÃos y desoladores.
El desorden como factor de transmutación, lo sexual en clave de interrogante, el escarnio autoinfligido.
Igual que las niñas en la pintura surrealista de Dorotea Tanning, la representación paroxÃstica del cuerpo está atravesada por cierta violenta serenidad, referencias a una realidad dislocada y unas energÃas acorraladas. Entrelazado con esto, el juego. El juego y sus implicancias de regeneración, liberador.
Francesca juega. Juega con viejos vestidos de arcones olvidados y caracolas marinas. Con vidrios y con espejos. Puertas, sea que estén como flotando en el aire o tenebrosamente entreabiertas. Algas, flores, vendajes... su propio cuerpo en movimiento y transparente. Los juegos y las experimentaciones comienzan cuando Francesca, niña, a los trece años descubre la fotografÃa y continúan intensa, febrilmente, hasta los veintidós, cuando decide ponerle fin a su vida.
Hay obras que me acompañan permanentemente. Son como faros en la tormenta, referentes esenciales: Atget, Sanders, Evans, Frank. Otros nombres, como Kosuth, Beuys, Smithson, Baldessari, me estimulan y desafÃan todo el tiempo. Está el trabajo de Gursky, Struth o Wall, por citar sólo algunos que podrÃa mirar durante horas enteras. Los contemplo con placer, los disfruto, los recorro morosamente, me regodeo en los detalles.
Eel Series, en cambio, como toda la obra de Francesca Woodman, me atrae con una fascinación perturbadora y abismal. Es una foto que miro rápido, que no quiero mirar demasiado. Que, como dirÃa Barthes, veo mejor cuando, después de observarla, cierro los ojos.
Su simpleza, lo mÃnimo de sus elementos, tiene para mà un fuerte poder evocativo que me conecta con eso que es a la vez oscuro y subyugante, con la inmemorial tensión entre la vida y la muerte.
La sensualidad del cuerpo esfumándose sobre el piso frÃo e inhóspito. La viscosidad ominosa y cargada de presagios de esas criaturas, resaltadas por el blanco siniestro y hospitalario de la loza, en el centro de la escena.
No sé si ésta es mi fotografÃa favorita, no estoy seguro de tener una. No sé si esta fotografÃa me gusta o si me aterra. O si me gusta porque me aterra... Estoy seguro, eso sÃ, de que tiene algo de aquello por lo cual hace años elegà hacer fotografÃas. Algo que, otra vez Barthes, me atraviesa sin poder nombrarlo. Me modifica. Me sacude. Me intranquiliza. Algo que no tiene que ver con el impacto visual, ni con el discurso teórico ni con la opinión de los crÃticos o la aceptación del mercado. Algo que no se consigue ni con las mejores intenciones ni con el oficio. Algo que algunas veces, simplemente, se da.
Francesca Woodman nació en Denver, Colorado, el 3 de abril de 1958. Con sus padres, ambos artistas, viajó frecuentemente a Italia, donde cursó parte de sus estudios. En 1972 fue admitida en la Abbott Academy en Andover, Massachusetts, donde comenzó a tomar lecciones de arte, descubrió la fotografÃa y concretó sus primeros trabajos. En 1975 ingresó a la Rhode Island School of Design en Providence. Allà demostró una singular madurez para su edad encontrando el ambiente propicio para desarrollar su obra, y conoció a Aaron Siskind. Entre mayo de 1977 y agosto de 1978 vivió en Roma, donde tomó contacto con el ambiente artÃstico local. Realizó una muestra individual en la librerÃa Maldonor y luego otra colectiva en la Ugo Ferranti Gallery. A esta época corresponde Eel series. (Según algunos estudios sobre su obra, en esta fotografÃa quedan expuestas las caracterÃsticas y la puesta en escena básicas de la obra de Woodman: espacios casi desnudos, ocasionalmente al aire libre, en los que se muestran un cuerpo femenino –o el recorte de un cuerpo femenino– y algunos pocos objetos).
En enero de 1979 Francesca se mudó a Nueva York, donde realizó pequeños trabajos como modelo de pintores o asistente de fotógrafos mientras intentaba comenzar una carrera como fotógrafa. Envió portfolios a diferentes estudios, pero sin éxito. Durante el verano de 1980 obtuvo una residencia de artista en New Hampshire. Trabajó duro, experimentó nuevos materiales. Comenzó a leer a Proust. De regreso en Nueva York, participó de varias muestras grupales en la Daniel Wolf Gallery y expuso sus diazotipos en The Alternative Museum of New York.
En enero de 1981 publicó Some Disordered Interior Geometries. El 19 de enero de ese mismo año se suicidó.
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