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Sábado, 13 de julio de 2002
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Música

Panorama italiano

A los 57 años, Franco Battiato está en plena forma. Radar lo comprobó en el apoteótico concierto que dio en el Festival Grec de Barcelona, ante una horda de punks, familias numerosas, hippies, jubilados y teenagers ruborizadas. A lo largo de 29 canciones y casi tres horas de show, de traje negro y túnica islámica, el baladista melódico experimental adorado por Nanni Moretti presentó sus dos últimos discos –Fleurs y Ferro Battuto– y ratificó la vigencia levemente perturbada de una galaxia musical donde hay lugar para todo:
tarantelas, óperas sinfónicas, citas de Stockhausen y Nietzsche, world music, riffs enloquecidos, monólogos interiores... y una infaltable dosis de romanticismo made in San Remo.

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por Rodrigo Fresán (Desde Barcelona)
Cuando yo era mucho más chico que ahora, recuerdo que en la mañana blanco y negro de los domingos de mi televisor había un programa que se llama Panorama Italiano. Una especie de noticiero para emigrantes dispersos por el mundo todo donde se ofrecían postales de la patria lontana a cargo de una señorita que –esto era lo mejor de todo, la imitábamos siempre los lunes, de regreso al colegio– siempre se despedía con un coqueto arrivederci. Después –”Buenos días, amiguitos... con risas, serenatas, chuculitas, chuculatas”– empezaba “El club de Hijitus” y saltábamos de Pompeya a Trulalá. Eran aquellas lindas mañanas donde los abuelos de aquel Palermo pensaban en los ravioles y los nietos de este Palermo no hacían cola frente al consulado en busca de un pasaporte salvador.
La cuestión es que en esa especie de noticiero sanguíneo/cultural uno ya comenzaba a comprender la esencia de lo italiano: esa curiosa forma de hacer comulgar lo sublime con lo un poco mersa, la felicidad de poder disfrutar de lo alto y de lo bajo al mismo tiempo, que más tarde descubriríamos en algunos tramos de Fellini, en las rubias de Boticelli (y en Claudia Cardinale y Monica Vitti) y en esos versos del Dante donde en las visiones del cielo y del infierno se cuela de vez en cuando la polaroid de un verso callejero.
Y en Franco Battiato, por supuesto.

Y TE VENGO A BUSCAR
Franco Battiato es un misterio como son un misterio Bob Dylan y Randy Newman y Leonard Cohen y Van Morrison y Warren Zevon y Charly García. Patriotas universales. Gente que empieza y termina en sí misma, que marca sus propias coordenadas, tiene agenda privada y que hace y canta lo que se le canta. A Franco Battiato, lo saben a la perfección sus seguidores, se le canta cantar sobre todo y así hay espacio para todo y todos –populares y sofisticadas tarantelas sinfónicas, óperas devocionales, guiños a Cage y Stockhausen, coros wagnerianos, collage warholista y libre flujo de conciencia joyceano, vanguardia o easy listening, Beatles, aldea global e insularidad, los ritos celtas de jabalí blanco, la world music antes de que le pusieran la etiqueta, lo que venga– en esos versos largos y maníacos y referenciales de alguien que arrancó como baladista melódico, se hizo experimental después y recién entonces descubrió la fórmula secreta para ser un baladista melódico experimental. Alguien capaz de cantarle a Nietzsche y a un atardecer de la infancia a la vez, de conquistar en Italia tanto a progres y new-wavers como a amas de casa y a fascistas, que en sus recitales cantaban “Clamori” firmes y con el brazo extendido. No falla jamás: la primera vez que se escucha una canción de F.B. uno piensa que está loco y cómo es posible que en una misma canción convivan derviches tournel, los cascabeles del Katakhali, viejos valses vieneses, zíngaros del desierto, balineses en días de fiesta, la baja Padana, Irlanda del Norte y alguna que otra cosita más. Y cómo es posible también que luego de esa canción cinemascope venga una perfecta radiografía del animal que todos llevamos dentro y que “nos roba todo, hasta el café”. Y a quién si no a Battiato se le puede haber ocurrido definir al amor –en la sublime “E ti vengo a cercare”, que Nanni Moretti usó para uno de los más grandes momentos de una de sus más grandes películas– como “Questo sentimento popolare”.
La segunda vez que uno escucha una canción de Battiato, uno sale corriendo o, si no, ya es un fan perdido o un adicto bien orientado. Da lo mismo. Así –como se documenta en el libro de Eduardo Margaretto sobre el cantautor–, alguna vez un intelectual italiano aseguró que lo primero que le preguntaría a E.T. “es qué significan las letras de las canciones de Battiato”, mientras que un interno peligroso del Hospital Psiquiátrico de Trieste, desesperado, no dejó de repetir hasta su último aliento un “Díganme, por favor, ¿quién fue ese loco que vino a cantarnos ayer?”, luego de una actuación a beneficio de ya saben quién. De ese que asegura yrima que “Me gusta el pensamiento radical / Esa muerte muy consciente / Que se autoimpuso Sócrates”; que “Yo prefiero la ensalada a Beethoven y Sinatra / Y a Vivaldi, uvas pasas, que me dan más calorías”; y que, bueno “Volverá la moda de los vikingos”, sin que eso signifique que vaya a dejar de despotricar contra la industria musical en particular y el estado de las cosas en general para cambiar “molte cose: un pò di leggerezza e di stupidità”.
En lo que a mí respecta, sólo apuntaré aquí que escuché por primera vez a F.B. en Italia 83 por la radio (pero nunca pude averiguar quién cantaba eso de “Radio Varsovia”); que después me grabó sus discos un amigo italiano en Buenos Aires (saludos a N.G.); y que yo estaba primero y temprano en la cola el día en que se pusieron a la venta las entradas para su único concierto en Barcelona, 3 de julio pasado. Y que no estaba solo. Todo lo contrario.

EL REY DEL MUNDO
El siciliano Franco Battiato (Ionia, 1945, seis kilos y medio al nacer) ha vuelto a Barcelona tras varios años de ausencia con su Per Tutto Amore Tour y como parte del prestigioso Festival Grec de música, teatro y danza –que este verano reúne a nombres como Peter Brook, Lou Reed & Laurie Anderson, Mikhail Baryshnikov, Fito Páez– para presentar en tándem sus dos últimos trabajos. El delicado (y perfecto para la hora del desayuno) álbum de covers de 1999 titulado Fleurs: Esempi Affini di Scriture e Simili (en la conferencia de prensa local, F.B. anunció la inminente salida de Fleurs 3; el Fleurs 2 no existe ni existirá nunca) y el marchoso Ferro Battuto de finales del 2001. En el primero, entre piano y cuerdas conviven Charles Trenet, los Rolling Stones y varios standards itálicos de los ‘60; corona el disco el mismo F.B. con un portentoso y emocionante “Invito al Viaggio” à deux con un tal Manlio Sgalambro, cuya voz grave y anciana me emociona cada vez que la escucho y de quien tendremos noticias más adelante. En el segundo (del que hay versión en español, “Hierro Forjado”, con tema junto a Mercedes Sosa) ritorna el F.B. de siempre, electrónico y demencial, con temas como “Personalità Empirica” y –hay que ponerlo en italiano, como corresponde, para captar toda la fuerza del battiatismo– estribillos como el que sigue: “Quando non coincide più l’immagine che hai di te / Con quello que realmente sei / E cominci a detestare i procesi meccanici e i tuo comportamenti / E poi le pene che sorpassano la gioioia di vivere / Coi dispiacere che ci porta l’esistente ti viene voglia di cercare spazi sconosciuti / Per allanare la tua mente a nuovi stati di coscienza”. Eso, ya saben. Y si no quedó claro, se los repito.

FISIOGNOMICA
El concierto tiene lugar en un sitio perfectamente battiatiano: la plaza central de Poble Espanyol, un viejo y decadente parque temático de atmósfera medieval ibérica construido para la Exposición Internacional de 1929 en una de las laderas del Montjuïc, mucho antes que al supuesto español Walter Elías Disney se le ocurrieran estas cosas tan raras y tan productivas. Ahí, tiendas de artesanos, restaurantes, gente que sólo consiguió trabajo de vestir armadura. Perfecto.
Primera sorpresa con whisky en mano: el público de Battiato es tan mutante como sus canciones. Hay de todo: punks, familias enteras, hippies, ancianos jubilados, chicas adolescentes que suspiran por él, diseñadores by design, estudiantes italianos en viaje de fin de curso que combinan el perfecto programa del epifánico Gaudí con el todavía más epifánico F.B. En cualquier caso, en Barcelona, en España, F.B. cosecha lo que siembra luego de aquellos discos de hits en español –Ecos de Danza Sufi y Nómadas– que grabó a mediados de los ‘80, cuando venía seguido a cantar en la tele.
Segunda sorpresa con segundo whisky en mano: a los 57 años, F.B. no es como uno lo imaginaba a partir de las fotos. No es el esmirriado y grácilsiciliano de nariz rota por jugar al fútbol al que no costaba endilgarle -tal vez por cierta comunión estética– el físico de Caetano Veloso, sino una especie de pariente gigante, no tan lejano, de John Turturro. F.B. es inmenso y tiene más experiencia y menos pelo; pero la voz con la que saluda a la concurrencia está intacta. El urso se pone al frente de una banda de quince músicos –que incluye cuerdas, bronces, un par de coristas de esas de crucero por el Mediterráneo y, si yo no estaba alucinando, un poderoso baterista enano– y ya es F.B. desde su look sincrético: impecable traje negro de marca milanesa por arriba y por abajo camisatúnica islámica fuera del pantalón llegándole casi hasta las rodillas. El efecto es el de una cruza entre maître d’ y alumno de Gurdjieff. Sonriendo, Battiato saludó a la concurrencia y ahí nomás anunció que iba a ofrecernos “algunas canciones nuevas sobre aminoácidos y atardeceres”. Ah, Franco...

HORIZONTES PERDIDOS
Dicho y hecho y la cosa empieza rara. Canciones nuevas, versiones de Fleurs y otras que aparecerán en Fleurs 3, alguna de Ferro Battuto y problemas de sonido a la hora de ecualizar tanto instrumento. Battiato para y vuelve a empezar, denuncia “problemas de metrónomo”, se sube a una tarimita con alfombra persa o a alguna otra parte en el centro del escenario y desde allí canta meciéndose, moviendo los brazos, y a veces se sienta, sonríe y sacude el micrófono con una gestualidad que evoca tanto al Festival de San Remo como a algún monasterio de por ahí. Todo muy lindo, pero la gente que llena la plaza se inquieta un poco. La gente se inquieta mucho más cuando F.B. anuncia que invitará al escenario al “professore y filósofo Manlio Sgalambro”. “Ah –pienso–, esa voz cavernosa al principio de ‘Invitto al Viaggio’, el compadre creativo desde hace tiempo y coautor de todas las canciones de Ferro Battuto”, y ahí aparece un señor de unos setenta años, con aspecto de titular de cátedra de la Universidad de Bologna expulsado de los claustros por comportamiento difuso. Me parece que Sgalambro es el que aparece junto a Battiato en la portada de L’Ombrello e la maccchina da cucire (1995), y estoy seguro de que es el tipo al que F.B. le produjo Fun Club en el 2001. Sea lo que sea, David Lynch debería ficharlo YA como villano para su próxima película. Algunos italianos en las butacas vivan a Manlio, que procede a recitar una extraña oración electrónica con F.B. y después –F.B. hace mutis por los fondos del escenario y nos deja con el pensador– extrae unas páginas del bolsillo y primero nos obsequia con una versión de “Cheek to Cheek” y a continuación con una reescrita aproximación al “Me gustas tú” de Manu Chao, recitada como si fuera Dante, y yo necesitaba otro whisky. (Momento inquietante, entre paréntesis: se me ocurrió preguntarme si a F.B. podía gustarle la bobada casi analfabeta de Manu Chao, y ahí mismo me respondí que Manlio, en realidad, era un médium de F.B. que estaba denunciando esa “mínima inmoralia” y el “no soporto ciertas modas” que tantas veces aparece explicitado en sus himnos de batalla.) Nos reímos un poco con Manlio; no pude evitar relacionarlo con nuestro difunto y patafísico Federico Peralta Ramos, ¿recuerdan? Tal vez su función fuera la de insertar algo todavía más alternativo y transgresor en el centro de la noche de un transgresor y alternativo. Pero el público ya empezaba a gritar “¡Que vuelva Franco!”, cosa que, como bien supondrán, no se grita así como así en España.

YO QUIERO VERTE DANZAR
Franco escuchó y volvió y trajo con él esa exquisita felicidad live! que justifica el concepto de ir a ver a quien se suele oír y que sólo se alcanza cuando se pasa de la incertidumbre de lo insensato a la certeza del placer. Ahí se comprendió cómo funciona el Método Battiato de Concierto: irritar primero con el pánico de ser cómplices involuntarios, después de tantos años de espera, de una boutade a costa nuestra para,enseguida, satisfacer hasta al más duro, y no sé por qué se me ocurrió entonces –tal vez por su dicción y fraseo tan litúrgico– que F.B. sería un gran Papa: el primer Papa laico llegado para revolucionar el Vaticano. El momento encantador de “La Stagione dell’Amore” en español (el viento le voló del atril la hoja con la letra, que cayó en las primeras filas; F.B. bajó a buscarla y remató desde ahí mismo lo que el escritor Roberto Bolaño considera “mi autobiografía escrita y cantada por otro”), dio paso a “I Treni di Tozeur” (con la que F.B. fracasó por todo lo alto en Eurovisión) y después a “Nomadi”. Enseguida, avalancha de greatest hits y la gente empezó a bailar con el frenético “L’Era del Cinghiale Blanco” (portadora del riff de violín más famoso de toda la historia pop), y a partir de ahí las sillas vuelan por los aires y ya no vuelven a aterrizar. Pregunta: ¿alguna vez bailaron con un clon de Sid Vicious, una señora gorda, un nene de siete años y la mujer propia al mismo tiempo? Respuesta: Yo sí. F.B., sonriente y a las carcajadas, comandaba desde su tarimita alfombrada las acciones, ordenando y sacando uno tras otro todos los ases escondidos en sus mangas. Así se repasó in toto el núcleo duro del F.B. triunfal 1979/1985, las canciones de L’Era del Cinghiale Bianco, de Patriots, del multimillonario La Voce del Padrone (que lo convirtió a los 38 años en el popularísimo y culto ex artista de culto de las más exclusivas discotecas del Viejo Mundo), de L’Arca di Noe, de Orizzonti Perduti, de Mondi Lontanissimi.
“Ahora disfruto más de cantar que de componer”, había dicho F.B. esa mañana en la conferencia de prensa. Está claro que no mentía, porque en Poble Espanyol enhebró veintinueve canciones: clásicos entre los que estaban “Voglio Vederti Danzare” (mi favorita), “Sentimento Nuevo”, “Cuccurucucù”, “E Ti Vengo a Cercare”, “Bandiera Bianca” (fuera de programa e improvisada a partir de la presencia de una enorme toalla blanca que alguien le pasó a F.B. para que se secara el copioso sudor de la frente), “Prospettiva Nevski”, “Il Re del Mondo”, “L’Animale”, “Mal D’Africa”, “Stranizza D’Amuri”, para terminar con el hit pedido a los gritos, concedido y ejecutado en versión desenfrenada, “Centro di Gravità Permanente”, con F.B. dirigiendo coreografía aeróbica desde el escenario -”¡Manito!” “¡Salto verticale!” “¡Giro trascendente!”, fueron algunas de sus instrucciones– para arropar esa canción sobre la alegría de alienarse en la que conviven una vieja bretona, felices jesuitas euclídeos, listos contrabandistas macedonios, capitanes valerosos, emperadores de la dinastía Ming. Y nosotros, claro.

GRANDE ENTRE GRANDES
Así tituló La Vanguardia de Barcelona dos días después del volcánico terremoto siciliano. Los sobrevivientes que allí estuvimos todavía estamos juntando –felices, pero ya extrañando– los pedazos de aquella fiesta inolvidable, exprimiéndoles las últimas gotas de fuego a las cenizas de esa noche única.
Arrivederci.

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