SUPER 
YO
Bowie Clásico Circa 2002, proclama el sticker en la portada 
de Heathen, su nuevo disco, donde el David más Goliat de todos aparece 
con look de zombie fashion y como fotografiado por un clon de Man Ray. Y lo 
cierto es que más allá de la boutade el slogan tiene 
su verdad: con poco menos de cincuenta años de vida, el rock como especie 
ha sufrido mutaciones que a otras razas les lleva siglos; y con poco más 
de cincuenta años de vida, David Bowie es el perfecto representante de 
esta patología pop siempre debatiéndose entre la necesidad de 
mantenerse moderno para recién entonces poder considerarse clásico. 
O viceversa.
Así, desde que tenemos memoria, Bowie como transformador desesperado 
y Zelig adicto a la vanguardia. Su carrera puede ser leída como una sucesión 
de metamorfosis espasmódicas que arranca con tropiezos en 1964. Consigue 
el primer éxito en 1969 con una canción lunática para aprovechar 
el furor Apolo 11 y 2001: A Space Odyssey (Space Oddity). En 1971, 
abraza la manía referencial y lo que podría denominarse Camp David 
con el brillante Hunky Dory (y sus guiños a John Lennon, Andy Warhol, 
Bob Dylan, Lou Reed, su hermanastro psicótico y su hijito psicodélico 
y siguen las firmas). Inventa un alter-ego de éxito como método 
para hacerse universalmente famoso en 1972 con The Rise and Fall of Ziggy Stardust 
and The Spiders from Mars. Explora el glam-futurista con Aladdin Sane (1973) 
y Diamond Dogs (1974). Reinventa el sonido USA con Young Americans (1975). Descubre 
Berlín y a Brian Eno con la hermética trilogía Low/Heroes/Lodger 
(1977-1979). Se normaliza sin dejar de ser raro con Scary Monsters (1980), donde 
explica cómo tiene que ser la música y la estética 
de los ochenta para después abrazar el inconsciente colectivo mainstream 
con el multimillonario Lets Dance (1983) y la megagira Serious Moonlight, 
donde nada se pierde, todo se transforma aparece tan parecido al 
casi niño que tocaba el saxo en The Kon-Rads. Por el camino, flirtea 
con el satanismo (le preocupa especialmente lo que van a hacer unas brujas de 
L.A. con su materia fecal), se vuelve muy cocainómano una vez y un poco 
loco varias veces (la lectura de Una extraña fascinación, la biografía 
de Bowie firmada por David Buckley, es una tan apasionante como graciosa investigación 
sobre el desorden de personalidad múltiple como credo y estética) 
y pasa buena parte de los ochenta y los noventa obsesionado por seguir siendo 
el más moderno de todos los modernos sin terminar de decidirse por esto 
o aquello o eso de más allá. Es entonces cuando incurre en actitudes 
un tanto lamentables como la gira Glass Spider y su tan firme como breve renuncia 
a su historia y catálogo para formar la efímera banda Tin Machine. 
Después, en algún momento, David Bowie empieza a preguntarse en 
voz baja, pero cada vez más alta, si no irá siendo hora de ir 
pensando en ser menos moderno y más clásico. Mientras tanto mientras 
espera que se instaure el Oscar al mejor actor rocker (que vendría ser 
el Oscar al peor actor en cualquier otro género) se casa con la 
modelo Iman, pinta, esculpe, sonríe con más o menos gracia en 
alguna que otra película, perfecciona su admirado site en Internet, invierte 
y casi siempre gana mucho en la Bolsa (donde sus canciones cotizan), revende 
a buen precio una y otra vez a sucesivas discográficas sus viejos éxitos 
y no tanto, y si se lo compara con, por ejemplo, Mick Jagger envejece 
envidiablemente bien. David Bowie es Dorian Gray y Mick Jagger es el retrato. 
A veces pasa.
ELLO 
Los Beatles y Bob Dylan, ya se dijo. Los maestros. Bowie eterno buen alumno 
ha pasado varias décadas y demasiados discos mirando a uno y a otro lado, 
avanzando y retrocediendo en zigzag, cambiando de look y de drogas, convencido 
de que valen más cien bowies volando que un bowie en mano y, como dice 
una de sus canciones, subiendo por la colina de espaldas.
Brian Eno el autorizado equivalente pop al profesor Higgins de My Fair 
Lady a la hora de sofisticar decenas de brutos en diamante define al espécimen 
así: No sé si es posible acorralar la contribución 
que Bowie ha hecho a la cultura pop en una sola cosa o faceta. Lo cierto es 
que él ha hecho de este eclecticismo una forma de vida y convincente 
especie de credo estético, y nos lo ha venido presentando del modo más 
natural, como si se tratara de lo más normal del mundo. Y de ningún 
modo suena o se ve como algo desprolijo y hecho a partir de pedazos rotos o 
piezas sueltas. Lo cierto es que no se puede comparar a Bowie con otros iconos 
como Elvis o Dylan. Presley jamás llegó a escribir una sola canción, 
por lo que ése es un terreno en el que ni siquiera puede arriesgarse 
a competir con David, quien ha firmado varias de las mejores canciones que andan 
dando vueltas por ahí. Y Dylan no es gran cosa si se lo considera desde 
el punto de vista de presencia en el escenario o capacidad teatral, así 
que sus territorios ocupan sitios muy diferentes en el mapa. A mí me 
parece que Bono admira mucho a David, pero Bono es tanto menos irónico... 
Uno de los rasgos más importantes de David es la ironía. Bono 
no es un ironista natural, así que no computa. Lo cierto es que, a la 
hora de la verdad, Bowie no tiene gran competencia. Su territorio es completamente 
inusual y él es un pionero a la hora de dedicarle máxima atención 
a la imagen pero, también, máxima atención a las canciones 
y a la composición. Algunas personas, el difunto periodista Lester Bangs 
entre ellas, dijeron y dicen que Bowie no es más que puro y fugaz estilo 
a la hora de alterar su superficie con ideas de segunda mano... Bueno, para 
mí eso es la perfecta definición del pop. Un arte popular. Las 
supuestas Bellas Artes son esas a las que podemos exigirles que sean completamente 
originales mientras nos engañamos a nosotros mismos convencidos de que 
su inspiración llega a nosotros directamente desde la cabeza de Dios. 
Lo cierto es que, en la música pop, todos están todo el tiempo 
escuchando a todos. Y Bowie probablemente sea el que mejor sabe escuchar.
No es casual si se lo piensa un poco que Bowie haya ofrecido un 
vampiro convincente en la película El ansia y así, la atendible 
paradoja de que el que más y mejor oye se haya convertido con el 
correr de los años en el más y mejor oído, en la 
influencia polimorfa y perversa a la que chuparle la sangre que tanto chupó. 
En resumen: la acumulación de influencias y capas de pintura han hecho 
de Bowie un freak multicromático a veces genial y a veces demasiado ingenioso; 
y la influencia de Bowie en lo que vino después de él no 
cuesta juntarlo con los Beatles y Dylan a la hora de una santísima trinidad 
frente a la que todos se arrodillan desafía las posibilidades espaciales 
de este suplemento a la hora de intentar un recuento de nombres más o 
menos prolijo y exhaustivo.
(Entre paréntesis: hay un enorme y paradojal peligro en ser tan influyente 
como David Bowie y esa paradoja peligrosa se pone de manifiesto en la nunca 
del todo deseada por demasiado numerosa prole de la que suelen tener 
que hacerse cargo los padres potentes y siempre en celo. A Bowie le han salido 
varios hijos lindos y, también, una más que considerable cantidad 
de horribles bastardos de esos que acaban ridiculizando la figura del progenitor 
y, casi automáticamente, lo hacen lucir también ridículo 
a la hora de revisar, y relativizar, antiguos logros o nuevos méritos. 
Le sucedió a Dylan cuando lo acusaron de plagiar mal a Springsteen 
con When the Night Comes Falling from the Sky a mediados de los 
80, durante sus días más dispersos; va a pasarle a Peter Gabriel 
cuando, en algunas semanas, saque su largamente esperado Up; y le ocurrió 
a Los Beatles cuando, después de tantos años, grabaron esas dos 
canciones nuevas para el proyecto Anthology y, horror, de golpe 
y sin aviso descubrimos que ahora Los Beatles sonaban exactamente igual a cualquiera 
de esas miles de bandas que se las habían pasado homenajeando 
a los Beatles durante casi tres décadas. Es más: ¡Los Beatles 
sonaban como la Electric Light Orchestra!)
Ser o no ser no es un interrogante atendible o complejo. Está claro: 
Ser. Pero cabe pensar que, una vez dirimido lo anterior, hay días en 
que David Robert Jones se mira al espejo y se pregunta ¿ser quién? 
Y la respuesta David Bowie es todavía más complicada 
que la pregunta. 
YO
Y buenas noticias, creo todo indica que por estos días David 
Robert Jones ya no se pregunta quién toca ser sino quién quiero 
ser. Sutil, pero decisivo cambio de postura. Así de fácil. 
No creo que jamás vaya a escribir mi autobiografía. Muy 
complicado. ¿Y a quién puede interesarle? La gente se ha ido acostumbrando 
a negar el pasado y el futuro. Han elegido el presente. Así son las cosas 
y lo cierto es que esta actitud no me preocupa en lo que a mí respecta. 
Lo cierto es que hace tiempo que ya no me preocupa cuál es el sabor de 
moda, lo que no significa que haya dejado de tener sueños en technicolor. 
Mis sueños son más brillantes que nunca, explica un Bowie 
que acaba de despertarse.
Así de fácil. La sabiduría o la fatiga de materiales 
comenzó a insinuarse a finales de 1999 con Hours... y la edición 
del álbum instrumental All Saints 77-99 (a los que habían precedido 
el auto/retro/referencial soundtrack para la serie de televisión The 
Buddah of Suburbia y los muy y un poco experimentales Outside y Earthling). 
La necesidad del viajero frecuente que descubre que ya le sobran las millas 
se hace evidente ahora con Heathen. El merecido reposo del guerrero y 
de nosotros donde lo sedentario se impone a lo nómade y Bowie se 
sobrepone al virus de sus influencias para convertirse en su propio médico 
de cabecera. En una entrevista, cuando le piden que beatifique al artista 
más visionario de estos días, Bowie bosteza y responde: 
Nadie. Pero también es cierto que ya no estoy buscando con tantas 
ganas y entusiasmo. Una relectura maliciosa y entre líneas de esta 
actitud revelaría, supongo, un: ¿Para qué voy a salir 
a comer un Big Mac cuando en casa tengo faisán?. 
En otra entrevista reciente, el artista más artista de todos explica 
el estado de sus cosas: Cada vez pienso en lo poco que me va a gustarmorirme 
y en lo mucho que me gustaría vivir 200 o 300 años. La madurez 
te ofrece cada vez menos preguntas. Pero esas pocas preguntas están cada 
vez mejor formuladas. Probablemente sean preguntas más importantes y 
las respuestas sean más difusas, porque de lo que se trata ahora no es 
de qué hacer con tu vida sino de cuál es su verdadero sentido. 
¿Para qué sirve? ¿Y quién hace mejor ropa: Gucci 
o Armani?.
En Heathen, un Bowie bien vestido opta por reforzar su autorretrato a partir 
de las piezas del rompecabezas del paisaje. En realidad, es un otro 
juego perverso del siempre perverso Bowie, que esta vez invita a que lo miren 
cansado de ser voyeur. Así, las doce canciones de Heathen más 
bonus-track no son otra cosa que la banda de sonido para alguien feliz consigo 
mismo y feliz de ya no tener que demostrar nada, aunque un tanto oscurecido 
por la resignación crepuscular de haber cruzado el ecuador de la vida. 
Abundan, por supuesto, las contraseñas para connaisseurs del mito: el 
regreso de un productor legendario (Tony Visconti), guitarras paradigmáticas 
(Pete The Who Townshend y Dave Nirvana Grohl), versiones 
de temas ajenos cuidadosamente escogidos (la contracultura de los Pixies, la 
veteranía sólida de Neil Young, la revelación freak del 
Legendary Stardust Cowboy), remezclas à la page a cargo de Moby y de 
Air, referencias veladas a aquel 11 de septiembre y aquí y allá 
versos como mensajes apenas cifrados para poder decodificar lo que pasa por 
su corazón y su cerebro: Nada permanece, todo ha cambiado y nada 
cambia, Algunos de nosotros siempre nos quedaremos atrás, 
en el espacio sigue siendo 1982: esa broma que siempre supimos, Oh, 
estos son días más que extraños, Creo en los 
Beatles, creo en que mi pequeña alma ha crecido, Estoy cambiando 
de trenes, saltando rieles, alterando mi tiempo, Exijo un futuro 
mejor, ¿He mirado por demasiado tiempo?. Y, ya saben, 
el rock empieza siendo extrovertido y acaba introspectivo. El rock como 
el universo, como la vida se contrae. Así que por qué no 
cantarle a todo eso con esa histriónica y suntuosa voz de crooner replicante 
y cyber-Sinatra caído a la Tierra que comprende cansado de tantos 
años de alien profesional que la Tierra no está tan mal 
después de todo y, por las dudas, compagina el lanzamiento de Heathen 
con la reedición conmemorativa del 30º aniversario de Ziggy Stardust 
en cajita y con librito y disc extra, porque el tiempo nunca se pierde y el 
pasado siempre se recupera.
David Robert Jones siempre fue muy bueno para eso y cuando Dylan se asume 
como inalcanzable gran patriarca-tahúr electrizado y McCartney les canta 
a los bomberos de Manhattan David Bowie ha descubierto, circa 2002, vestido 
por Gucci o por Armani, todo junto ahora, que no hay nada mejor ni nada más 
clásico y moderno que ser uno mismo. 
Por fin.
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