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Domingo, 30 de abril de 2006
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La revista Wired devela el proyecto chino para que el mandarín se convierta en el inglés del mañana

Chino básico

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Siete años atrás, tras pasar una temporada enseñando inglés en China, el norteamericano Robert Davis ingresó a las oficinas de la Dirección de Escuelas Públicas de Chicago y convenció al director de empezar un programa de enseñanza de chino y de contratarlo a él para el trabajo. Hoy, 3500 chicos de Chicago que tienen entre 3 y 12 años, aprenden mandarín. “Los días en que todo el mundo intentaba ser norteamericano han llegado a su fin”, dice Davis. “Cuando uno hace negocios con otros países, debe estar preparado para trabajar en sus propios términos.”

Mientras tanto, a unos 10.000 kilómetros al Este de Chicago, Ma Jianfei señala los mercados más “activos” del mandarín en la actualidad (Tailandia y Corea del Sur) sobre un gran mapa en la pared de una oficina en Pekín. Ma es director general de la Oficina Nacional para la Enseñanza de Chino como Idioma Extranjero, más conocida como Hanban, y el mapa testimonia su éxito en la “exportación” del mandarín al resto del mundo: Francia y Alemania figuran como dos de los focos europeos con mayor proyección para el año próximo en cantidad de centros de estudio y profesores. Todavía no aparecen suficientes marcas sobre el cuadrante norteamericano del mapa, pero Ma está trabajando en eso. Durante los últimos dos años ha colaborado con el College Board, una organización sin fines de lucro que dirige varios programas de enseñanza importantes; en el 2007, los estudiantes secundarios de toda Norteamérica podrán tomar su primer examen “oficial” de idioma y cultura chinos. En octubre, Ma firmaba un acuerdo para abrir un Instituto Confucio, un centro de enseñanza de idioma y de estudios culturales chinos en la Universidad de Kansas. Será el sexto en los EE.UU., el número 41 en el mundo. Pronto habrá más de cien a lo largo y ancho del globo.

El chino mandarín ya es de hecho el idioma más popular del planeta, superando en 500 millones de personas al inglés. Y es la segunda lengua de mayor uso en Internet. Justo ahora que China les exige a sus estudiantes que aprendan inglés, Pekín quiere hacer del chino un idioma de aprendizaje esencial para todo angloparlante –y para el resto del mundo–. Ma calcula que actualmente hay unas 30 millones de personas aprendiendo chino como segunda lengua. Hanban aspira a incrementar esa cifra en 100 millones para los cuatro próximos años. El gobierno apoya la iniciativa con unos 25 millones de dólares al año; el año pasado envió 1042 docentes a Francia, Kazajstán, Filipinas, Vietnam, Nigeria, Colombia, y otros dieciséis países. Hanban provee de dinero, libros de texto y software didáctico a escuelas, centros culturales e Institutos Confucio. Los alumnos adultos juegan a “La Gran Muralla China”, mientras que los bachilleres usan un juego de aprendizaje de idioma llamado Chengo (disponible en Internet), desarrollado por Hanban en sociedad con el departamento norteamericano de Educación. Casi 15 mil chicos norteamericanos en veinte estados ayudaron a testear el juego, que ahora se usa en las clases de mandarín de la Michigan Virtual High School.

Una de las principales responsables del proyecto Hanban ha sido Zhang Yi, una pequinesa de 24 años que celebra la Navidad y prefiere el café al té. Durante los últimos tres años ha viajado a Sudáfrica, Tailandia, Japón y Canadá, seleccionando y entrenando a los docentes voluntarios del programa, quienes, como misioneros, trabajan full-time sin sueldo, recibiendo de Hanban apenas un pequeño viático. La mayoría de estos profesores son mujeres jóvenes que se suben a bordo para viajar por el mundo. Es parte de lo que los diarios europeos han llamado “la fiebre china”, o hanyu re.

En Chicago, Robert Davis sigue pensando en un plan a más largo plazo: no quiere voluntarios, sino gente dispuesta a quedarse por más de dos años. Hanban le dio 70.000 dólares para construir un Instituto Confucio en el Walter Payton College y le envía regularmente software y libros. Y si Hanban exporta el chino por el mundo, su principal importador norteamericano es un tal Gaston Caperton, una suerte de Bill Clinton más flaco y de acento sureño, que se contagió la fiebre china en 1994, cuando era gobernador de West Virginia y viajaba a China por tercera vez, en misión comercial. Esperando volver al país pobre que había conocido en los ‘80, se encontró con un mundo de consumo, computadoras y hoteles lujosos como los de Occidente. Actualmente es presidente de la Junta Universitaria de Nueva York y promueve de manera “extraoficial” la enseñanza del chino, tratando de resolver la falta de profesores calificados. Está en contacto con Hanban, y su esposa, Idit Harel Caperton, es una de la principales inversoras de una compañía que produce software de lenguaje en China. “El futuro está en Asia”, dice Caperton. “Tenemos que conocer los idiomas asiáticos. Hay que mantener a los EE.UU. en un nivel competitivo. Aprender chino no es sólo una manera de que los norteamericanos consigan trabajos en China, sino también de hacer negocios y competir con gente de otros países que habla mandarín.”

Alexander Feldman, el coordinador de programas para información internacional del gobierno norteamericano, también lo vio así un tiempo atrás cuando visitaba la nueva biblioteca de un instituto estatal para estudios islámicos en Indonesia. Una esquina del tercer piso, la “esquina norteamericana”, estaba repleta de libros y revistas y tenía acceso a Internet. Feldman sugirió que se instalara también en ese espacio un equipo para videoconferencias, y la idea fue aprobada. Pero un mes después, los chinos ya estaban allí con su “esquina china”, junto a la norteamericana pero con más recursos. “Hay cierta competencia amistosa”, dice Feldman. “Y la competencia es buena, tanto en los negocios como en la diplomacia.”

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