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Domingo, 17 de septiembre de 2006
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Música > Matthew Sweety Girlfriend revisitada

Deshojando margaritas

Es un clásico del rock de guitarras desfachatado y elegante, editado por primera vez en 1991, y el mejor disco de Matthew Sweet, que para grabarlo convocó a músicos míticos como Robert Quine, Richard Lloyd (Television) y Lloyd Cole. Pero sobre todo es un álbum conceptual sobre reencontrar el amor después de un divorcio y el vértigo que da seguir creciendo.

Por Rodrigo Fresán
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Hay un momento en la vida en el que tener o no tener novia resulta algo fundamental. Y entre tanto disco divorcista y tanta tonta canción de amor un tipo de Lincoln, Nebraska, nacido en 1964, se propuso hacer algo diferente: el álbum conceptual que se ocupara del acto de separarse de una esposa y, al mismo tiempo, unirse a una inesperada nueva novia con todo lo que eso significa. Dudas y temores y resistente porcelana y frágil acero. Así, a principios de los ‘90, Matthew Sweet compuso y grabó y triunfó con Girlfriend, clásico del rock de guitarras y de los versos con púas que por estos días es relanzado en edición para coleccionistas para alegría de los que no lo escucharon y para mayor alegría de los que nunca lo han dejado de escuchar desde entonces.

ME QUIERE Guitarras de aire. Y de fuego y de tierra y de agua. Lo primero que conmueve de Girlfriend son sus guitarras persiguiéndose entre ellas o mordiéndose las propias colas. Guitarras de esas que dan ganas de saber tocar guitarra y ahí están en el arranque de “Divine Intervention” (con un sonido que recuerda a Revolver) donde Sweet canta “No sé dónde voy a vivir / No sé si encontraré un sitio / Tengo que pensar un poco en ello / Y no es algo a lo que desee enfrentarme” y las guitarras siguen estando hasta el último surco y tal vez uno pueda irse a vivir a una guitarra. En particular en el track 3, “Girlfriend”: guitarras y guitarras y más guitarras y una letra desbordando clichés amorosos que cierra -–y abre nuevas interpretaciones— con el inquietante grito de “Y jamás voy a liberarte / No, jamás voy a liberarte”. Pocas veces se escuchó algo así. Pocas veces volverá a escucharse. Muy bien acompañados solos de guitarra brotando de una mega-banda en estado de gracia con firmas más que agraciadas que se juntaron por el sólo placer de darle una mano a un tipo que había aparecido aquí y allá, en sus respectivos discos, y en el que pocos creían pero en el que ellos creían mucho. A saber: los guitarristas Robert Quine (Richard Hell and The Voidoids) y Richard Lloyd (Television), el baterista-productor Fred Maher (Scritti Politti y Lou Reed), el ingeniero-mezclador Jim Rondinelli (The Jayhawks), el virtuoso del lap-steel Geg Leiz (k. d. lang) y Lloyd Cole (haciéndose cargo de todo en lo que le dejaran meter mano y voz). En resumen: un super-grupo con un virtual desconocido al frente. Alguien que venía golpeado de un divorcio y se sentía renacer junto a un nuevo amor y quien nunca tuvo la necesidad de preguntarse por qué cantamos. Porque la respuesta era, por fin, después de mucho tiempo: yo canto para sonar exactamente así. Y, además, tengo novia.

NO ME QUIERE Y es que Matthew Sweet no era lo que se dice alguien por quien apostar de buenas a primeras. O a segundas. Sus dos primeros discos habían sido correctos y, especialmente el segundo, aportaban algún destello esperanzador e intrigante. Pero lo cierto es que Sweet había fracasado a lo grande en 1986 con Inside (Columbia) y en 1989 con Earth (A&M) y nadie estaba demasiado convencido de que, en su caso, a la tercera fuera la vencida sino, en cambio, el tiro de gracia sobre el vencido. De ahí que Sweet se encerrara a escribir y a grabar con amigos y por amor al arte algo que en principio tituló, pesimista, Nothing Lasts: “Nada dura”. De ahí que el productor Maher impusiera reglas férreas: nada de adornos, sonido beatle pre-Pepper’s, watts y músculo acústico y prohibido el reverb, nada de pedales para las guitarras y afuera los sintetizadores que habían ahogado los dos primeros trabajos de Sweet. La idea era sonar duros y en vivo, como un Crazy Horse psicodélico. Así que se encerraron todos en los Axis Studios de New York y en la sala de arriba Madonna estaba grabando “Vogue” y Sweet le enviaba notitas pero la diva no bajó a ver qué era ese distorsionado pero lírico estruendo sin trucos ni maquillajes. Y, de igual manera, fueron varias las discográficas que dijeron “paso” a la hora de oír los masters. Hasta que a alguien en Zoo Records le gustó lo que oía y firmó. Y Sweet quería esa foto de la actriz Tuesday Weld circa años ‘50 para la portada y la actriz susurró un “o.k.” pero puso como condición que se cambiara el título del asunto. Nothing Lasts no le gustaba a Weld. A Weld le gustaba Girlfriend. Y Sweet, dulce, dijo que sí. Lo que quieras a cambio de que me quieras.

ME QUIERE Cuatro semanas antes de la salida de Girlfriend el Nevermind de Nirvana arrasaba con todo y convertía al guitarrero álbum de Matthew Sweet en candidato ideal para ser disfrutado por toda una nueva estética audiofónica. Girlfriend no era grunge pero era un pop desfachatado y a la vez elegante. Y Sweet –quien alguna vez había formado parte de la escena de Athens y hasta había formado una banda con la hermana de Michael “R.E.M.” Stipe– de pronto era el hombre y el sonido del momento. Y sus canciones eran más que canciones y parecían cantarles a los fetiches de toda una generación peterpanesca de pronto obligada a asumir los riesgos de crecer ya se tratara de actrices (“Winona”) o comics (“Evangeline”) y el clip de “Girlfriend” era puro manga-anime MTV. Así, música in y dandy y nerd y cool y cult. Todo en un mismo envase. La reciente Collector’s Edition de Legacy potencia la maravilla rescatando los extra-tracks de la edición Made in Japan (donde Sweet, como casi todos, es un ídolo) e incorporando el disco-fantasma Goodfriend: Another Take on Girlfriend con tomas alternativas y unplugged, versiones en vivo, versiones de John Lennon (“Isolation”) y de Neil Young (“Cortez The Killer”) y una portada que parodia al Zuma del tótem canadiense. Formidable. Y Sweet –quien tuvo grandes momentos con Altered Beast (1993), 100% Fun (1995), In Reverse (1999), Kimi Ga Suki Raifu (2003) y Living Things (2004)– jamás volvió a hacer algo así. Tampoco, asegura, le interesó demasiado. Girlfriend –que vendió mucho y entró en todas las listas de lo mejor de aquel año– era demasiado redondo para intentar emularlo y, desde entonces, Sweet prefiere divertirse fundando supergrupos de culto como The Thorns o, recientemente, grabando un disco de covers junto a Susanna “The Bangles” Hoft, o apareciendo como polizón en los trabajos de sus muchos amigos.

En lo personal, me acuerdo de que Girlfriend apareció en octubre de 1991 (por lo que no faltará el exaltado que lo calificará de “menemista”) y que yo me lo compré en una modernita disquería de Santiago, Chile, en noviembre de ese año. Me lo compré por la tapa y porque ahí mismo escuché “Girlfriend” y sentí que ya no podría vivir sin esa novia y fui tan feliz que hasta me olvidé por unos instantes que, para los chilenos, novia equivale a polola. El ser humano no ha creado palabra más horrible para definir a algo tan lindo, pensé entonces y sigo pensando ahora. El otro día volví a comprarme Girlfriend –corregido y aumentado y remezclado– en una disquería de Barcelona. Y mi novia y la de Sweet y, espero, la de ustedes seguía siendo tan linda como entonces.

Más linda todavía.
Y nos quiere a todos.
Mucho mucho mucho.
Cada vez más.

Y, sí, claro, por supuesto, obvio: tener, tenerla.

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