La voz de Osvaldo sonó, alarmada, en el teléfono. ¿Qué pasa? Que clausuraron Primera Plana. ¿Qué hacer? HabÃa quemado sus naves no hacÃa mucho tiempo. Dejó Tandil, renunció al diario, se despidió de su novia. La clausura era un desastre para él, más allá del desastre colectivo que significaba. Me quedé callado un rato.
Con cierta timidez me dijo que estaba haciendo la lista. ¿Qué lista?
–Qué dÃa.
–¿Qué dÃa qué?
–Qué dÃa de la semana puedo.
–¿Podés qué?
–Almorzar en tu casa.
Estallé en una carcajada.
–¿Dónde estás?
–En un bar con los compañeros.
–Venite, tomamos algo y nos contás todo.
–Voy a tardar.
–¿Te gusta el miércoles?
–¿El miércoles qué?
–Almuerzo. Los miércoles hay pastel de papas.
Dos horas después cayó por la calle Salta. TraÃa una expresión entre rabiosa y preocupada. TenÃa un cuadernito Rivadavia enrollado como un tubo y lo golpeaba contra la palma haciéndolo sonar. Lo dejó por ahÃ. Nos contó todo, vimos la ira, la impotencia. Lo imposible que era prever nada, siquiera suponer cuándo levantarÃan la sanción, ni si lo harÃan alguna vez.
Yo sabÃa que se habÃa venido de Tandil casi con lo puesto, que el episodio lo dejaba indefenso. Lo escuché putear a los milicos. Lo consolamos. De paso, puteamos también.
Al rato nos dimos cuenta de que se habÃa olvidado el cuaderno.
Creo que ese atardecer, al chusmear sus páginas, me di cuenta de la seriedad de Osvaldo. De la concentración y el tesón con que tomaba las cosas.
TenÃa relevado el peculiar lenguaje de Primera Plana. VenÃa de un diario de provincias, de narrar partidos de fútbol. HabÃa hecho un análisis concienzudo del estilo de la revista. Me llamó la atención porque no era un estudiante de Letras, de quien hubiera podido esperar ese relevamiento de estilo (era técnico gasista, asà como Miguel Briante era electricista) y yo hasta entonces desconocÃa, salvo el borrador de un cuento, sus aproximaciones a la escritura literaria. HabÃa oÃdo en la pizzerÃa El Cisne de Tandil sus maravillosos relatos orales y algunas anécdotas de Laurel y Hardy, y habÃa leÃdo las notas que le valieron la invitación a escribir en Primera Plana.
Faltaban algunos años para la composición de Triste, solitario y final. Incluso faltaba un tiempo para la lectura de Raymond Chandler. En el cuaderno también habÃa algunos apuntes de cuentos y tÃtulos de libros por leer.
El miércoles comimos milanesas y nos reÃmos todo el almuerzo sin parar. Ya sabÃamos que de algún modo se iba a arreglar todo.
La máquina del tiempo da saltos. Hace dibujos discontinuos.
El cuaderno se lo llevó al otro dÃa y nunca lo volvà a ver.
Eran los tiempos en que habÃa enriquecido sus entusiasmos con la novela policial negra. ¿El año ’73? El año en que su primer libro se perfilaba en el horizonte. En las conversaciones del bar probaba escenas. Los personajes se iban dibujando.
Siempre pensé que anotaba todo en ese cuaderno que nunca volvà a ver.
HacÃa un tiempo que éramos vecinos. Tres cuadras en Capital.
Nos veÃamos seguido, asà que se animó a confiar que habÃa empezado a escribir la novela que tanto planeaba.
Poco tiempo después se puso de novio con una chica alérgica a los gatos.
Vino a verme... lo avergonzaba pedirme el favor... Yo comprendà que era una situación difÃcil. Acaso insoportable. ¿Optar entre la chica y el gato?
Me preguntó si se lo podÃa cuidar. Yo amo los gatos y compartirlo fue una fiesta. Además, Osvaldo empezó a alternar visitas puramente sociales con visitas enriquecidas con un rollo de papel que cada dos o tres dÃas contenÃa un pedazo de borrador de capÃtulo.
Me llamaba la atención que se concentrara y se preocupara tanto. Yo acostumbraba a aconsejarle mayor ligereza. El creÃa que lo estaba cargando. Pensaba todo el dÃa en el libro. EscribÃa totalmente concentrado en el silencio de la noche.
Estaba escribiendo un libro, y a la vez iba creando un estilo.
Jugaba con el gato mientras yo leÃa lo que habÃa escrito la noche anterior.
Yo notaba que se iban articulando sus temas y sus preferencias. Se deslizaban por esas páginas sin corregir. Todo tomaba forma. Entrevà una curiosa hibridación entre personajes reales e imaginarios o de ficción que iban creando un ámbito nuevo en esas páginas; un espacio diferente en la narración.
Pasaron varios meses.
Osvaldo siguió viniendo seguido a ver al gato. Estaba por publicar el libro que habÃa acompañado las visitas a michifuz.
La máquina rechina en el ’76. Esos tiempos estaban acelerados, yo ya me habÃa refugiado en Tandil al cerrarse Panorama y quedarme sin trabajo. Una librerÃa de viejo en un garaje iba a ser mi sustento. Osvaldo iba a emigrar. MantenÃamos el humor bajo tensión. El desastre y el exilio nos caÃan como una piedra.
Osvaldo vino a saludarme. Se iba ya a Bélgica.
Entró en la librerÃa estallando en una carcajada al ver que mi campanilla de aviso no era otra cosa que una lata de tomate que giraba libremente sobre el piso al golpearla la puerta.
–¿No te alcanzó para una campanilla?
TraÃa una carpeta enrollada como un tubo.
–¿Es? –pregunté.
La alisó cuidadosamente. Me la dio. DecÃa: No habrá más penas ni olvido.
Fue el último original que leà de Osvaldo. Me convertà en otro lector, al que le cuesta creer que no ande por ahÃ, con su seriedad y comicidad.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.