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Domingo, 8 de abril de 2007
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Homenajes > A un mes de la muerte de Juan Carlos Portantiero (1934-2007)

Una brújula en el laberinto del presente

Desde que en 1970 redefinió la manera de pensar la historia argentina contemporánea con su ya clásico Estudios sobre los orígenes del peronismo (escrito junto a Miguel Murmis), Juan Carlos Portantiero se convirtió en una referencia intelectual insoslayable para comprender la realidad política de este país. Durante los años ’60 y ’70, fue una de las figuras centrales de la revista Pasado y presente, junto a José Aricó. Durante su exilio en México, continuó ese trabajo al frente de la revista Controversia. Y con el regreso de la democracia, se convirtió en titular de Sociales de la UBA, formó parte del Grupo Esmeralda, fundó el Club de Cultura Socialista y la revista La ciudad futura. Entre 1990 y 1998, además, fue decano de Ciencias Sociales de la UBA, marcando un período que muchos consideran el más estimulante en la historia reciente de la facultad. A un mes de su muerte, el 9 de marzo pasado, una semblanza de la Biblioteca Nacional y el recuerdo de su amigo y colega Emilio de Ipola le rinden homenaje.

Juan Carlos Portantiero no fue un político, pero esencialmente lo fue al convertirse en un hombre fuertemente absorto por lo político. Había sido discípulo de Héctor Agosti, quien a su vez lo había sido de Aníbal Ponce, quien a su vez lo había sido de José Ingenieros. Quizá con Portantiero se va el último representante de una tradición crítica argentina, que tuvo en su haber obras como La evolución de las ideas argentinas, La vejez de Sarmiento y Defensa del realismo, respectivamente de cada uno de aquellos autores. A esta nutrida serie, Portantiero comenzó por agregarle Realismo y realidad en la literatura argentina, escrito a comienzos de los años ’60, en la que podían encontrarse reflexiones sobre el realismo literario a la luz de primerizas citas de Antonio Gramsci, al que el grupo de Agosti había comenzado poco tiempo antes a traducir. Por esa época a Portantiero la política lo ocupaba por entero, mientras se sentaba en los bancos de la carrera de sociología, cuando todavía estaba en un edificio de la calle Florida y Viamonte. La revista Liberación, dirigida por Ricardo Piglia, por esos años publica una entrevista –con foto del joven Portantiero de cuerpo entero, caminando por la calle–, en la que se analizan las vicisitudes de las izquierdas del momento. Se trataba de rupturas y desvíos, y esos conceptos que parecen menores, pero que son secretamente intensos, comenzaron a figurar en la agenda vital de Portantiero. Muy pronto podría comprobarse que desmembrarse de los troncos tradicionales de la izquierda –y ésa es un poco la historia nacional reciente– ponía a las conciencias políticas frente a una intemperie y, a la vez, frente a un grave dilema de interpretación. El peronismo, que a su manera era el resultado de travesías personales que, desde los años ’40, venía desprendiéndose de los ámbitos de ideas más establecidos, siempre seguía a la espera porque esa espera era lo que encarnaba, lo que siempre había sabido hacer. Ante esos portales, interesado en esa espera pero reacio a verla con inadecuados simplismos, Portantiero escribe, junto a Miguel Murmis, un libro que rápidamente fue un clásico. Se titulaba Estudio sobre los orígenes del peronismo, en el que se percibía otro desgranamiento, esta vez de los criterios más sumarios con los que Gino Germani había trazado el andarivel de la sociedad moderna argentina, con su camino nacional-popular bajo la sospecha de un irreversible autoritarismo. Portantiero y Murmis cambian el eje de la discusión, en el mismo sentido que antes lo había intentado Milcíades Peña, y el peronismo aparece en la complejidad que le prestan obreros que no eran necesariamente “masas disponibles” sino experimentados sindicalistas del socialismo y las izquierdas, con un dilema que ahora convenía analizar con urgencia: el de la autonomía o heteronomía de las masas populares. A esta luz, el Partido Laborista de 1945 aparecía como una posibilidad nueva, antes que el “movimientismo” lo anulase. Estas sugestivas tesis conducían directamente al intento social de autonomía del año 1973, de notorias resonancias históricas, que Portantiero y Aricó saludan desde un nuevo número de la revista Pasado y presente, nombre que recordaba la gesta intelectual de Antonio Gramsci –Italia en la Argentina, el me-zzogiorno en Buenos Aires, y antes bien, ese sardo autor de los Cuaderni que el romano Germani, sutil, sin duda, pero impugnador de lo que veía con los alarmados conceptos de una psicología social condenatoria de las izquierdas populistas–. Alguna vez Portantiero dijo que con ese libro quiso probarse como investigador. Lo hizo, sin abandonar su condición de político del realismo –antes literario, a la manera de Agosti, y después social, a la manera del moderno príncipe gramsciano–. Su gran libro, con todo, es Los usos de Gramsci , donde lo que se destaca es lo que Gramsci permite con sus textos dispersivos, a la Pascal, ese múltiple acceso de interpretaciones que no necesariamente son coincidentes entre sí. Será precisamente Gramsci el que ilumine la controversia –en la revista del exilio mexicano llamada justamente con este nombre– alrededor de los fracasos de los militantes de aquellos años. Pudo decirse entonces que los grupos organizados de la política juvenil no supieron generar “hegemonías en la sociedad civil” o que actuaban sin que las “trincheras” de la sociedad sostuviesen acciones políticas de gran envergadura pero provenientes de cenáculos que Gramsci mismo hubiera señalado como propio de “arditis”, militantes desconectados de la vida popular y nacional. A la vuelta del exilio –evento colectivo que es propio del ciclo refundador de todas las naciones–, Portantiero se acercó a Raúl Alfonsín, quien había abierto otra esperanza, ya no con un festejo gramsciano del pasado en el presente, sino exorcizando los “aleteos del pasado que quieren rozarnos”. Esta honda redefinición fue aceptada por Portantiero, con su alto costo moral tomado con ineluctable seriedad. La foto en su velatorio, publicada en un matutino del domingo, con cabizbajos y meditativos Raúl Alfonsín y Emilio de Ipola es una escena despojada y de afligida austeridad, una fuerte e inconsolable imagen de época. Los ámbitos de actuación de Portantiero son conocidos. El Club de Cultura Socialista, la revista La ciudad futura, el decanato de la Facultad de Ciencias Sociales –en el que quizá fue su período más sustancioso y creativo– fueron lugares donde Portantiero mostró su vocación de participar en la “creación de instituciones”. Hay que dar un peso efectivamente filosófico a esta creencia y a este concepto que él utilizaba. La revalorización de Juan B. Justo lo puso a la vuelta de un camino, sin duda ante el examen de aquellos años de comienzos del siglo XX, donde la articulación entre socialismo, liberalismo, democracia y teorías sociales parecía una promesa sin obstáculos futuros. Portantiero conoció esos obstáculos y miraba el pasado argentino con la sapiencia demostrada de que habían existido. Fue un estudioso con historia y de la historia. Bajo esas condiciones, su gran tema fue el presente complejo de la Argentina. Su conversación lo revelaba y no sorprendía cuando ensayaba –valorizador del tango y sus leyendas como era– alguna entendida crítica al cantante Julio Sosa. Como Ingenieros, apellido del ciclo inaugural de la inmigración –asimismo, con sus nombres figuran Aricó y Portantiero en la novela inmigratoria de Nicolás Casullo, El frutero de los ojos radiantes–, Juan Carlos Portantiero es de aquellas vidas que dejan la idea de que cuando abandonan las conversaciones, para todos se vuelve cenizas un ciclo colectivo. A quienes lo conocieron poco o mucho, a quienes fueron sus amigos o alumnos, a quienes fueron sus contemporáneos que imaginariamente hablaban con él en el respeto por su condición de hombre que asume un destino y en el desacuerdo digno e inevitable que todo destino invita a considerar en los otros, Portantiero no nos deja indiferentes. Algunas muertes llegan obligando a todos a pensar si fue manifestado como se debía el interés que nos suscitaba el muerto. Ante esa conciencia de falta, siempre es preciso decir que ha vivido un hombre. Portantiero inspira ese sentimiento; sabemos que alguien ha vivido cuando se reconoce lo que aún faltaba por decir.

Foto: Jorge Larrosa

Esta semblanza de la vida y obra de Juan Carlos Portantiero apareció publicada en el flamante primernúmero de la Gazeta de la Biblioteca Nacional, a la que se puede acceder a través de su página en Internet: bibnal.edu.ar, en el apartado “novedades”.

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