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Domingo, 20 de mayo de 2007
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Arte > Roberto Plate: del Di Tella al caballete

R. Plate, el Monumental

Hace cuarenta años, Roberto Plate inauguró una muestra en el Instituto Di Tella que provocó un escándalo, la clausura y hasta el intento de algunos artistas de prenderla fuego en plena calle. El tiempo pasó, Plate se instaló en París y ahora vuelve a la Argentina para una retrospectiva que va de aquella reproducción de los baños públicos a la pintura de caballete que hace por estos tiempos. ¿Cuál es la continuidad entre aquel arte conceptual y éste de pintura y pincel? El mismo lo explica.

Por Laura Isola
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Foto: Xavier Martin

La muestra de Roberto Plate, recientemente inaugurada en la galería Wussmann, indica en su título, Plates 1967-2007, un ejercicio de memoria y balance. Todas las retrospectivas tienen algo de eso. Sin embargo, la fecha de 1967 y el montaje tanto de Baños públicos del Instituto Di Tella (1968) como de Ascensor del Museo de Arte Moderno (1967), dos instalaciones con las que este artista sacudió los ya moviditos años ‘60, hacen que el esfuerzo de recordar y pensar sea obligatorio. Porque si en el 2007 las puertas de los baños, con su debida indicación de género sexual pero con su pintura impecable, están en esta fantástica galería de San Telmo y, a su lado, los falsos ascensores hacen que los números que suben y bajan sean el acompañante perfecto de la nueva versión del engaño del arte, algo sobre estos cuarenta años de historia del arte argentino debe ser dicho. Algo más que referir al vano intento de una mujer urgida por entrar a ese baño, el mismo día de la inauguración de la muestra. Nadie, debidamente comprobado, estuvo esperando el ascensor que nunca llega. Igualmente, el gesto de esa señora traza la línea que va desde los graffitis y la censura hasta los eventuales problemas de vejiga que causan las vernissages.

Caballete rosa

El señor del baño

Plate, que nació en 1940 en Buenos Aires y estudió en la Academia de Bellas Artes de Munich, vive en París desde la década del ‘70. Esta partida de la Argentina guarda estrecha relación con los acontecimientos que la reseña de un prestigioso diario de la época hacía el 21 de mayo de 1968: “El envío de Roberto Plate es lisa y llanamente increíble; lo es en cuanto a idea del expositor pero más increíble nos resulta el que se haya aceptado esa presentación que es, ni más ni menos, una insólita agresión para el público. A este buen señor se le ha ocurrido reproducir un baño público, con la conveniente indicación, en cada puerta, de que uno es para damas y para caballeros el otro. Cuando se ingresa, pueden verse los compartimientos, aunque sin los elementos sanitarios. No faltan, en cambio, las inscripciones que, lamentablemente, suelen hacer en los muros de tales dependencias de uso público los inadaptados. Son inscripciones obscenas, en las que no se evitan las palabrotas más soeces, amén de dibujos, citas con los correspondientes números telefónicos y todo cuanto de peor gusto se pueda imaginar”. La instalación Baños públicos de Plate que luego será censurada y clausurada, junto a toda la muestra, por la policía, y que los mismos artistas proponen destruir en la calle Florida marca un hito en la historia del arte argentino. Ese delicado momento en que la censura se vuelve vara para medir los límites artísticos. Hoy Plate está en Buenos Aires. Es menos joven, aunque tan bello como en esa época, y recuerda ese momento: “Creo que la real conciencia que tenía era que algo pasaba, era la conciencia de la juventud. Algo de Rebelde sin causa, pero con una dictadura hace que no sea posible pensar que era totalmente inocente. Era un quilombero, casi por naturaleza”, reconoce el artista y a partir de esto ver el modo en que hay una cierta domesticación de la vanguardia. Ya nadie pinta esas paredes porque las segundas o terceras vueltas en este tipo de acciones artísticas pierden su razón de ser. Entran al museo, están en la galería y las huellas de su pasado combativo deben ser repuestas desde las instrucciones para ver una obra de arte: “¡Qué sé yo dónde están las puertas del Di Tella! ¡Serán el techo de una casilla o un galpón! Es notable cómo tengo que remarcarlo: no importa el original, lo que importa es el concepto de estos baños. Son tan presentes que se hacen invisibles y pasa lo que pasa: desde que no se dan cuenta o tratan de abrirlos”, casi se enoja, fingidamente, este hombre de negro, de pelo blanco, corte modernísimo y ojos azules.

Nature morte 1

Con el arte a otra parte

Plate, como otros artistas, confirma que no se deja nunca de ser “del Di Tella”. Es la denominación de origen y lo que hace que sus obras tengan, para bien del arte o mal de los censores, ese pasado ilustre. Además, tanto en los dictatoriales fines de los ‘60 argentinos como en los controvertidos ‘70 franceses, la derecha reaccionaria fue muy funcional al arte de vanguardia. Es, quizás irónicamente, la que sabe ver mejor la función provocativa del arte y la que promueve el escándalo. Tanto en Buenos Aires como en París esos cierres, clausuras y hasta incendios hicieron del muchacho díscolo un artista famoso: “Con Copi éramos muy amigos y yo hice la escenografía de su obra Eva Perón, en 1970, en París, cuando me fui a vivir allá. El día del estreno, un grupo de ultraderecha provocó un incendio en el teatro y salimos en la tapa del diario. Fue un gran éxito: lo que iba a ser apenas unas líneas y un público exiguo se transformó en una gran noticia y sala llena”.

Partuza
Cucha cucha

2007 El presente

Sería injusto detenerse en el puro pasado de esta muestra. O justamente es por el pasado de Baños y Ascensor que se mira el presente que se realza en estas inmensas pinturas, realizadas entre el 2006 y el 2007. Son telas donde el quehacer del pintor está en el primer plano. Los tachos de pintura, las telas en el piso, la fuerza de los brazos y la espalda se reparten en una y otra para que cobre vida una suerte de action painting –como si pintara el gesto de Pollock y no su obra–. En Plate está, a diferencia de Pollock, el cuerpo del artista: su cara reflejada a media distancia en un tarro de pintura azul, la tensión del músculo del brazo, la pierna y las zapatillas con sus manchas. También está el cuerpo de la mujer: desparramada en el piso, en cuatro patas en una fiesta dionisíaca o entreverada con otros cuerpos. El pintor que se retrata es visceral y laborioso y en cada cuadro revisita cómo este oficio se parece bastante a un trabajo. Por eso el arco que va de 1967 a 2007 no sólo señala un número redondo sino que hace que el diálogo fluya. De la instalación a la pintura de caballete. Del concepto de las puertas inaccesibles y herméticas a meterse en la sensualidad de la imagen. Pero lo que hay que ver es que ese tránsito implica continuidad y no ruptura. Ambos comparten ese acto de fe, que tan bien describe John Berger. Ese, cualquiera sea el propósito del arte, que consiste en creer que lo visible tiene secretos ocultos, “que estudiar lo visible implicaba aprehender algo más de lo que podía ser captado con una simple mirada”. De ahí que intentar abrir la puerta sea algo más que una necesidad fisiológica después de varias copas en la inauguración.

Autorretrato

Plates. 1967-2007
está hasta el 10 de junio
en Galería Wussmann,
Venezuela 570.
Informes en 4343-4707 y www.wussmann.com

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