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Domingo, 24 de junio de 2007
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Arte I > Performances políticas en Buenos Aires

Vade Retro Inc.

A principios de junio, Buenos Aires fue copada por artistas, activistas y académicos de distintas partes de América para discutir la relación entre la política, el arte y el cuerpo. Mientras las mesas redondas hervían en el Centro Cultural Recoleta, las performances salieron a la calle y entraron al teatro. Radar entrevistó a dos invitados ilustres que exorcizaron un McDonald’s y anunciaron la invasión latina en Estados Unidos.

Por Natali Schejtman
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Es idéntico a Pettinato. Tiene el pelo platinado, mide cerca de dos metros y se mueve como un showman genético. Pero mientras nuestra estrella no se cansa de vender productos al por mayor, su doble estadounidense recorre las calles del mundo predicando en contra del consumo. Se trata del Reverendo Billy, el personaje más recurrente de Billy Talen, actor y activista que se calzó el traje clerical y hace 10 años lanzó al mundo la Iglesia del Pare de Consumir (Church of Stop Shopping). El origen de la Iglesia estuvo relacionado con el cambio del paisaje de la ciudad de Nueva York: los barrios desaparecieron, los grandes negocios coparon todo y la Times Square fue copada por la Disney Company, que echó sin más a los sin techo que sobrevivían ahí. Esas fueron las semillas de la Iglesia. Billy predicaba contra el consumo en la calle hasta que un día de 1997 entró al local del payaso como Reverendo, fijando la acción desobediente que lo definiría: meterse en cualquier cara visible de las grandes corporaciones con su grupo de fieles –en ascenso, en general vestidos con la túnica roja, como buen coro– y predicar a los gritos y con esa misma vehemencia que tienen los pastores del cable sobre las injusticias propias de esas empresas y la explotación de recursos humanos y naturales. Todo eso mientras hace arrodillar a sus seguidores y, de paso, exorciza las cajas registradoras al grito de cosas como “No te queremos aquí, McDonald’s”.

De visita en Buenos Aires para el Encuentro Corpolíticas (en donde se presentó dos veces: una sobre un escenario, otra en el McDonald’s del Congreso, llamativamente cerrado), Billy viajó con su esposa, Savitri D, responsable de la dirección teatral de los sermones que su esposo desperdiga. Y es ella quien explica por qué atacar a algo que está alcanzando el estatuto de religión, y por qué hacerlo con otra Iglesia: “La nuestra es una Iglesia porque nosotros creemos en algo juntos. En un sentido no es irónico para nada. Creo que la ironía le hizo muy mal culturalmente a Estados Unidos porque hizo imposible que los norteamericanos pudieran creer en algo”.

Sin embargo, la insistencia en el humor y la extravagancia permiten creer que la parodia y la ironía van de la mano, y en esa ambigüedad entre lo serio y lo gracioso, las formas clericales y lo ciento por ciento herético (“creemos en el Dios que cree la gente que no cree en Dios”, dice el Reverendo), radica su atractivo. De todas formas, Billy insiste en que, por sobre todas las cosas, ama predicar: “En Estados Unidos sufrimos varios fundamentalismos. Uno de ellos es el de las grandes corporaciones. Cuando empezaron a insertarse en los barrios, nos dejaron más aislados el uno del otro. La fuerza del sermón está en ese término medio entre cantar y hablar. Es una herramienta fabulosa”.

Protagonista de la película ¿Qué compraría Jesús? (un sermoneo intensivo en épocas de extasiadas compras navideñas, producido por Morgan Spurlock, el director y protagonista de esa denuncia de la comida chatarra que es Super Size Me), el Reverendo parece sumarse a los esfuerzos individuales que defienden el consumo responsable, el comercio justo y hasta algo llamado “moda ética”, y a las voces de los artivistas críticos de su país. Pero además el consumismo ya se ganó estatuto de preocupación. En su último libro, Kingdom Come, J.G. Ballard se dedica a imaginar un nuevo fascismo que viene de la mano del consumismo e imagina un centro comercial que no cierra nunca: “El consumismo es un acto colectivo, el shopping, una ceremonia de masas”, dice.

En esa dirección, la acción más conocida de la Iglesia es contra la cadena de cafeterías Starbucks, con la que Billy tiene una obsesión: “Propagan la falsa bohemia, impiden la sindicalización de sus empleados, tienen actitudes abusivas y explotadoras en otros países del mundo y encima son propuestas como empresas exitosas a las que hay que imitar...”. Esto de la falsa bohemia no es menor: en 2005, Billy firmó una carta con otros “contraculturales” –entre ellos Kurt Vonnegut, uno de los santos patronos del Reverendo– que repudiaban a Bob Dylan por haber firmado un contrato con Starbucks diciendo que por culpa de cadenas como ésa ya no hay pequeños clubes y cafés, esos mismos que vieron nacer y apostaron por músicos como Dylan.

Billy y Savitri tienen anécdotas hilarantes de sus intromisiones, que ya le costaron más de 30 arrestos al Reverendo: una vez decidieron “probar” cómo sus cuerpos reaccionaban ante un nuevo Starbucks gigante implantado en Barcelona y fueron, con 60 seguidores, a lamer sillas, mesas, vasos y cafeteras. Además guardan casi como estudios de caso las respuestas que genera la entrada de la Iglesia en los locales, con frases como “Este es mmmiiii Starbucks”, dicho por un cliente, o “Si no están comprando pueden ser arrestados”, dicho en una tienda de Disney por un gerente. Ellos no son nada contemplativos con la sociedad de su país: “Uno de los obstáculos es el problema de la propiedad privada en Estados Unidos: es un derecho que está protegido por la ley, la policía, la arquitectura en grados inimaginables. Cuando entramos en los locales, a veces oímos frases de una identificación neurótica, hasta afectiva con las marcas. Es que es así: en Estados Unidos, el consumismo es una enfermedad”.

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