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Domingo, 1 de julio de 2007
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Música > Rufus Wainwright, exorcizado, renacido y dispuesto a todo

Camino a la gloria

Dramático, talentoso, precoz, atormentado, impúdico, capaz de mezclar a Verdi y a Britney Spears, la Edad Media y las revistas de moda, Rufus Wainwright dejó atrás una crisis tóxica y una adicción desaforada al sexo casual, se sometió a un exorcismo público y grabó un disco que es la mejor prueba de que está listo para ocupar el trono de estrella culta y diva que siempre quiso ser (y que hace años nadie ocupa).

Por Mariana Enriquez
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El año pasado, Rufus Wainwright se sometió a un exorcismo. El 14 y 15 de junio de 2006 actuó en el Carnegie Hall de Nueva York, y el show reprodujo tema por tema el concierto –mítico– que había dado en el mismo lugar Judy Garland en 1961. Lo vieron 3 mil personas, recibió una ovación, y él parecía estar diciéndole adiós a su etapa trágica de artista torturado. Niño prodigio como Judy, de familia de artistas –su madre Kate McGarrigle, su padre Loudon Wainwright, dos leyendas del folk; su hermana, la talentosísima Martha– y abusador de todo tipo de sustancias, también como Judy, dejó sobre el escenario el fantasma del artista sufrido y la muerte prematura, homenajeando a su malograda heroína. Y empezó la siguiente etapa de su vida: el hombre diva que no está dispuesto a ser devorado por su personaje sino que se entrega alegremente a hacer de su vida un espectáculo y una obra de arte; la etapa del dandy que vive y duerme frente a un espejo. En 2003, con la ayuda de sir Elton John, se internó en una clínica de rehabilitación, después de una crisis tóxica en la que –siempre tan dramático– perdió la vista. Era adicto a las metanfetaminas y al sexo casual; según dice, tuvo amantes distintos cada noche durante por lo menos cinco años, y a veces el número de hombres que deambulaban por su departamento llegaba a doce. Después se iba al estudio, escuchaba a Verdi y escribía canciones sobrecargadas de orquestación acerca de islas griegas, teléfonos celulares en vibrador, su distante padre, profesores de arte, escuelas donde estuvo pupilo y Schubert. Como un alquimista, tomaba los elementos necesarios de la cultura gay para sintetizarlos en un mundo propio donde la pornografía se daba la mano con Tadzio, las noches en discos con la agudeza de Oscar Wilde, el Agnus Dei con un padre ausente y los caballeros medievales con señores leyendo revistas de moda. En el planeta Rufus conviven los gobelinos y el plástico, la ópera y Britney Spears. Y conviven con apabullante coherencia.

PRIMA DONNA

Pero claro, éste es un momento difícil para Wainwright el decadente. Tiene novio, el alemán Jorg Weisbrodt, productor de teatro y director creativo de Robert Wilson (nada menos). La relación con su competitivo padre está restaurada. Ya no usa drogas. La crítica está a sus pies de manera unánime, y la Opera de Nueva York le pidió que escribiera una ópera, que se llamará Prima Donna y tratará sobre 24 horas en la vida de una diva. Lo único que le falta es el éxito comercial. Tiene un perfil altísimo que no guarda relación con su popularidad al menos en términos de ventas; hasta el momento, su disco más exitoso (Poses, de 2001) vendió 200 mil copias. Y los gloriosos Want One y Want Two (2003 y 2005) apenas llegaron a las 83 mil... sumados. Pero él sabe cómo hacerse notar: anunció al mundo que era gay desde el primer disco (“salí del closet envuelto en llamas”, dice), incluyó canciones en cuanta banda de sonido hizo falta, desde Moulin Rouge hasta Shrek, pasando por Mi nombre es Sam y Secreto en la montaña, e incluso tuvo un cameo en El aviador, la película de Martin Scorsese.

En general, se puede decir que le está yendo muy bien. ¿Qué hacer, entonces? Bueno, el mejor disco de su carrera, Release the Stars, que acaba de ser editado. Y se embarcó en una cruzada: “Soy fantástico. El mundo me necesita, y voy a devolverle su lugar a la ópera y a la buena música. Quiero bustos míos en las calles. Quiero mi nombre en el Chelsea Hotel, y lo quiero en vida”. Nunca con chiquitas.

POLVO DE ESTRELLAS

Release the Stars resulta ser el disco más personal de Wainwright. Lo escribió en Alemania, de vacaciones con su novio. Pensaba, cuenta, que iba a ser un álbum sencillo, de voz y piano. Terminó siendo un escándalo plagado de música clásica, cabaret, Broadway, cellos, violas, violines, coros celestiales/diabólicos, ópera, y las melodías más complejas y hermosas del mundo. “Me la pasé dando largas caminatas por las montañas, escuchando a Wagner y usando pantalones de cuero. Enamorado. Encima, a mi madre le diagnosticaron cáncer durante la grabación. Todo fue muy intenso.”

La apertura de Release the Stars merece ser llamada una obertura. Se llama “Do I Dissapoint You” y está dedicada a Lorca Cohen, la hija de Leonard, su mejor amiga, que pegó un faltazo (según Rufus, despreciativo) a su concierto homenaje a la Garland. Provoca la sensación de una orquesta cayendo del firmamento. Enseguida, baja el tono con “Going to a Town”, una canción sencillamente perfecta, ¡y de protesta!, donde, quejumbroso pero serio, dice: “Estoy tan cansado de vos, Estados Unidos / ¿Realmente creés que la gente se va al infierno por amar?”. Después llega el pop de “Tiergarten”, sobre un paseo con su novio por Berlín. Y más tarde, una de las canciones más ampulosas y operáticas, “Off the Hook”, que sin embargo habla de Teddy Thompson, su guitarrista, hijo de otra leyenda, el inglés Richard Thompson: “Quién diría que vos / siempre al lado del homosexual y el peluquero / te convertirías en el más deseado en el corazón de las mujeres”. Hay más: la única canción pop-rock se llama “Between my Legs” y habla de las lágrimas que le salen “de entre las piernas” cuando baila y ve a algún muchacho atractivo. Las “penurias” de la monogamia aparecen en “Slideshow” y especialmente en “Sanssouci” donde, con una melodía encantadora –y desde el punto de vista de ¡Federico el Grande de Prusia!– se lamenta porque tiene muchas pero muchas ganas de salir de levante: “¿Quién va a estar en Sanssouci hoy? Los chicos que alguna vez me quitaron el corazón y la vista / todos juntos, jugando a las cartas / apostando monedas de bronce que alguna vez fueron mi corazón / estoy cansado de escribir elegías al aburrimiento”. El final, “Release the Stars”, es una explosión de vanidad y magnificencia, y Rufus canta: “¿Acaso no saben que el viejo Hollywood se acabó?”. El dice que se le ocurrió en los Alpes. Seguro que sí. Porque todo el disco tiene la altura de sus ambiciones, y una de esas bellezas que dejan sin aliento, aplaudiendo de pie.

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