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Domingo, 8 de julio de 2007
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Arte > Pablo Siquier en el expresionismo digital

¿Qué ve usted acá?

Lo último que se sabía de Pablo Siquier eran los dos inmensos murales enfrentados que hizo especialmente para la Bienal de San Pablo en el 2004: una compleja trama de vigas, parantes y niveles dibujados en carbonilla. Ahora, ese sistema obsesivo que lo convirtió en uno de los artistas más reconocidos del país parece haber entrado en crisis. Y —computadora mediante— estar alumbrando un arte en la dimensión del expresionismo digital.

Por Leopoldo Estol

Una pregunta que no puede faltar cuando uno se enfrenta a un cuadro abstracto es: ¿de dónde viene todo esto? O si no: ¿por qué no hay autos o personas o mascotas? En definitiva, ¿por qué formas abstractas? ¡Paciencia! Porque es siempre una pregunta incómoda en arte, es como querer arrancar un auto poniendo el dedo en la ranura de la llave. Es una pregunta que no lleva a ninguna parte, hay que dar más rodeos, ensuciarse un poco y recién ahí estamos entrando en calor. Cuando en cualquier entrevista de los años ’90 se le preguntaba a Pablo Siquier sobre las cosas que lo llevaron a construir una obra tan singular, Pablo con actitud zen respondía que una buena caminata era la manera más prolífica que conocía de procurarse un poco de aire e inspiración. En el recorrido, si uno pone la debida atención, la ciudad ofrece una nutrida batería de imágenes. Es la posibilidad de entrar y salir con rapidez en la vida de otros: son los ipods a todo volumen, el ringtone propio en el celular ajeno, los chicos que reparten volantes para que unos pocos metros después uno pueda ver todos los volantes arrojados por los peatones en una alegre constelación en el piso.

Pablo Siquier empezó mirando hacia arriba. Fascinado con la arquitectura modernista, Siquier rápidamente se hizo un catálogo de fachadas y edificios a observar, estudiar y asimilar. Con paciencia fue seleccionando algunos detalles que fueron, primero, ingenuos motivos pictóricos y después, conscientes emblemas de su temprana pintura abstracta. El trabajo fue creciendo en una progresiva sedimentación de todo ese deleite hacia la arquitectura y a partir del amor de buscar a diario la manera en la que dos formas distintas (un círculo y una línea, por ejemplo) pueden convivir juntas.

Era tarea para un sofisticado traductor, tomar elementos disímiles de los edificios que admiraba (como una guarda o el frente de una estación de tren) y ponerlos en funcionamiento en un cuadro y después, claro, exponer el cuadro en una galería. Lentamente, Pablo se transformó en un cotizado y respetado artista, pero para lograrlo su pintura fue privada de materia, es decir, no hay toneladas de acrílico en sus cuadros, hay justo el necesario. Un estricto sistema fue instaurado. Tan acotado como fructífero y dotado de un poder de síntesis asombroso. Apoyado en una paleta binaria de blancos y negros (el negro es siempre sombra del blanco). Y en un repertorio formal de ornamentos y tramas. ¿Qué cosa? El ornamento es lo particular, una cosa tan pequeña como significativa. Y la trama es algo que se puede estirar infinitamente, un patrón que tiende a la repetición. Las pinturas, entonces, son el resultado de cómo se organizan una y otra vez, los blancos y los negros, los ornamentos y las tramas. Las posibilidades matemáticas son muchas, Siquier gracias al undo (gran invento de la humanidad) debe haber probado casi todas.

Pero dentro de un sistema que premiaba cada vez más la inteligencia, la expresión se transformó en el fruto de un obsesivo juego intelectual. Desde el vamos, no hay lugar para pincelada que se escape del plan maestro. Siquier se pasa horas frente al monitor y toma allí todas las decisiones formales pertinentes, después, traslada ese dibujo a la tela como un mero trámite burocrático. Si la expresión ocurrió, fue frente a la pantalla. En esa deriva mental de ideas y pixels, aparece un todo tan pero tan abstracto que debe ocurrir muy lejos de la tela. Y esto es paradójico porque nos obliga a preguntarnos por qué hace falta que los dibujos lleguen a la tela. Es una pregunta difícil. El bastidor les aporta a los dibujos dos cosas: 1) por un lado, altísima calidad de impresión. Siquier se inventó una impresora humana: una o varias personas pintando con acrílico sobre ploters —que manda a hacer y usa como molde— y al sacar delicadamente el vinilo queda, ¡chan! ¡chan! la pintura; 2) estos dibujos usan a la pintura como tradición, un lugar por donde han pasado los mejores artistas del planeta desde hace muchos siglos y con los que al compartir formato, dialoga. Los cuadros son las divas del arte, son lo que mejor se conserva para las futuras generaciones. Las esculturas, las instalaciones y los videos siempre llegan más golpeados a los museos. Pero todavía no logramos responder la pregunta: ¿por qué las cosas ocurren tan lejos de la tela? ¿Es pánico escénico?

Si hacemos memoria, el dibujo una vez volvió. Para la Bienal de San Pablo del 2004, Pablo preparó dos murales que se enfrentaban en un gran cubo blanco. Dos piezas que representaban unas arquitecturas tan maravillosas y complejas que sólo eran posibles como ahí mismo se veían: siendo dibujos en una sala de arte. Para su realización, Pablo proyectó el diseño que había elaborado en su computadora y ayudado por varios asistentes pasó, en carbonilla, toda la línea proyectada a la pared. Necesitó mucha ayuda porque eran dos murales enormes, cada uno de 5 metros de alto por 10 de largo. Eran perturbadores. La ingeniería infinita de detalles, vigas, parantes y niveles contrastaba con la bruta línea de la carbonilla. Esta serie de trabajos fue fecunda ya que posibilitó al artista un respiro después de una práctica sobre bastidor de 15 años ininterrumpida. Y en la búsqueda de otra manera de trasladar los dibujos a la realidad, esa gran contradicción que fue dibujar mega edificios utópicos con carbonilla —que es tan quebradiza y perceptiva al trazo— debe haber generado un profundo vértigo.

Volviendo a las cosas que influenciaron a Siquier, la caminata por la ciudad fue un gran refugio en donde pensar la cultura. Pero hoy la ciudad como experiencia de caos, malentendido y vida, se ve acompañada por otra tan o más estimulante. Es el computador hogareño. Con todos los plug-ins, el Word, el Excel, el solitario, el PowerPoint, el surgimiento en 1990 de la WWW y su rápida hyperlinkización del mundo. Hoy, la búsqueda de imágenes a través de Google, la comunidad en torno de la imagen que se reúne en Fotolog, las siempre nuevas versiones del Photoshop y el Ableton Live o la promiscua estética de MySpace, proponen una experiencia tan intensa como lo debe haber sido la primera ciudad para los primeros extranjeros. En este escenario de feliz convivencia entre hombres y máquinas, venimos hoy a exigirle (¡otra vez!) palabra a la pintura. No por nada, la pintura es nuestra filosofía de la imagen. ¡Ella tiene que opinar sobre lo que nos está pasando! Los cuadros que muestra Siquier por estos días en la galería Ruth Benzacar reaccionan a tanto estímulo. Si bien hay una base que se mantiene anacrónica, una suerte de fantasma de la información recorre los cuadros comiendo ornamento en extraños patrones. Hablar, hoy, sólo de ciudad es limitado, las ciudades están conectadas. Y eso las transforma y nos transforma: la información fluye con facilidad de una latitud a otra. Una obra basada en la puesta en juego de los más diversos elementos culturales, está un poco en aprietos porque puede preguntar cualquier cosa e Internet siempre va a tener una respuesta. Siquier no se hizo el distraído pero su estilo quedó al borde del colapso, ya no puede absorber nada más. Le dieron demasiadas vitaminas o empezó a ir al gimnasio y se pasó de rosca. Estos paisajes mentales no ofrecen una lectura pautada como sus antecesores. No hay tregua, todo se levanta, se sostiene, cae y vuelve a levantarse. Es caos y funciona de manera atmosférica. La terrible acumulación de líneas y formitas hace cuadros dramáticos y muy temperamentales. Y si a esto le sumamos algunos coqueteos Op que en el brusco contraste blanco/negro dan a lugar destellos ópticos, podemos acordar que si la estética de Pablo Siquier era aburrida, ya no lo es más. Estos cuadros están notablemente sobreocupados, repletos de formas. Echarle la culpa a un virus informático es demasiado fácil. Pero es raro porque Pablo Siquier nunca maltrató tanto a las formas. Ellas están verdaderamente hacinadas en la galería. Estamos tentados de echarle la culpa a las computadoras de nuevo. Si el ADN digital se logró abrir camino en estas pinturas, se debe a que como experiencia, está dando cuenta de algo que la ciudad no ofrecía.

Otra cosa notable es que ahora Siquier construye sus representaciones a partir de un desdoblamiento que recuerda a las manchas de Rorschard. Esas simetrías ambiguas que los psicólogos usan en busca de algún chiste del inconsciente. Un consejo a tener en cuenta: evitar decir en público si uno ve muerte o sangre en el test porque es signo de pocos amigos. Auspiciosamente, en las Rorschard de Siquier se imagina vida. Es todo ese movimiento cautivo en una pintura, un caos frenético que nos mira directamente a los ojos. Quizás los cuadros que expone Siquier en su última muestra sean algunos de sus cuadros más valientes. Dan cuenta de un momento particular, en el que el sistema que largos y obsesivos años le llevo construir, se encuentra en crisis. En 0618, la premeditación cede y las líneas blancas se salen del guión, atentando contra todo el sistema formal de ornamentos. Ya no podemos distinguir con claridad cómo es que todos esos barrios de formas se articulan. Un poco más tarde, ese confuso orden deja de importar y el trazo blanco con el que Pablo corta su representación llama, como lo hacen sus compañeros de-generación a otro artista. Pablo, al igual que Marcaccio en Rapto o Kuitca en Venecia, convoca a Fontana. ¡Cuánta libertad! ¡Lucio Fontana! Que cortó literalmente la tela trayéndola abruptamente a la realidad. Los cortes que hace Siquier sobre su hegemónico sistema formal son un gesto de renuncia elocuente. Pero pese a que le tenemos cariño a ese sistema porque nos dio muchas alegrías, no estamos tristes. A través de los cortes en su tan precisa y detallada autobiografía de formas, emerge algo que ilumina, que devuelve el capricho y la expresión-porque-sí al primer plano, reencontrando la intuición del artista en otro lugar, despidiendo cualquier especulación inteligente, llenando todo el espacio de luz.

Un acontecimiento especial marca los días en la vida del artista. Pablo junto a Elisa recibieron a Jerónimo Siquier. Un cautivante jovencito que hereda la cabeza del padre y los ojos de la madre. Como público de arte no hay mucho que se pueda conjeturar al respecto, acompañamos con felicidad esa tan íntima dicha. Y... ¡hay más noticias! Señalamos desde los subsuelos de Florida 1000 que es posible que la monumentalidad de las representaciones con la que Pablo se dio a conocer y que tantos lauros le ha valido, esté pronta a caer. Las obras con mucha sinceridad dan cuenta de una crisis y eso esperanza. Y es que, en ese gesto furibundo de tachadura con el que Siquier arrasa su sistema pictórico, parece haber una despedida. El recorrido de un artista que hizo bandera de la obsesión se desvanece dando lugar a un padre de familia y un largamente esperado, artista expresionista.

Hasta el 4 de agosto
Galería Ruth Benzacar
Florida 1000
De lunes a viernes de 11.30 a 20.
Sábados de 10.30 a 13.30.

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