La primera sensación es de alarma. En la pared principal de la GalerÃa Alberto Sendrós hay una escalera mecánica monstruosa puesta de lado que nadie se imagina muy bien cómo llegó hasta ahÃ... No, mentira: se exhiben 5 cuadros de metro y medio por dos construidos por delicadas lÃneas que atraviesan el cuadro de una punta a otra que, con la misma comodidad de una buena escalera mecánica, en un instante trasladan la mirada de un extremo de la sala al otro.
Estamos en la última muestra de Verónica Di Toro, una pintora nacida en 1974 que vive y trabaja en esta ciudad, formada en la escuela de arte local (Pueyrredon-IUNA) y en el taller de Sergio Bazan. EnergÃa Renovable es el tÃtulo de la muestra. Wikipedia llama energÃa renovable a la energÃa que se obtiene de fuentes naturales virtualmente inagotables, unas por la inmensa cantidad de energÃa que contienen (como el sol), y otras porque son capaces de regenerarse por medios naturales indefinidamente (la energÃa hidroeléctrica por rÃos, eólica por viento, etc). Claramente, los combustibles fósiles no son energÃa renovable. El petróleo, el gas y el carbón, pilares de gran parte de nuestra economÃa, según cálculos de Hubbert se acabarÃan en cuestión de décadas. Pero, ahora con algo de urgencia: ¿cómo se hace la energÃa renovable? ¿Cómo la fabricamos? ¿Tiene que ver con el famoso menos es más? Algo. Una norma saludable en la economÃa de cualquier cosa: la posibilidad de con lo poco hacer más. Una transformación que buscamos en cualquier campo y que en el arte es casi la regla fundante del juego. Y uno bien podrÃa preguntarse: ¿cuán poco se puede hacer con la pintura? ¿Cuánto es poco para la pintura? Depende de qué poco. Poco, ¿como para Robert Ryman? Ese yanqui obsesionado con casi tantos matices de blanco como los que los esquimales pueden pronunciar que ha logrado hacer una vida de las infinitas variables y estrategias que el color blanco puede ofrecer. Poco como On Kawara, que pintó durante décadas tan solo el dÃa en el centro del cuadro y con esa fecha a él le alcanzaba para darles espesor a su tiempo y a su trabajo. Poco, lo que hay en la galerÃa es poco: hay una paleta de colores y un diseño. Una paleta tan meticulosa aunque más diversa que los blancos de Ryman y un diseño tan exacto como el de las pinturas con fecha de Kawara pero sin esa exagerada fidelidad al calendario. Y, claro, ahà viene el truco, es poco lo que hay pero es más que suficiente para llenar las paredes de cuadros.

El acrÃlico se impone allà como la mejor sustancia para dar cuerpo a ese diseño repetido de distintas inclinaciones y combinaciones de colores que una y otra vez da por resultado cuadros. Y en los cuadros algo curioso o, mejor algo, misterioso: un gran continuo de movimiento que se regenera con esperanzadora calma. No hay mucha sustancia, ni materia, como les gusta decir a los pintores. Con una intermitente combinación de colores y milimétrica factura, estos trabajos desafÃan abiertamente a nuestros cuerpos. Si bien se trata de cuadros, podemos olvidarnos de ese detalle y, dada la precisión, hablar de pantallas. ¡Hay radiación catódica! Son campos de fuerza rgb, magnéticos en ritmo que atraen y expulsan miradas. Es por sobre todo un trabajo minucioso de tonalidades. Di Toro no busca el contraste más efectivo –que serÃa sin dudas el rojo sobre azul, dos colores que se disputan el ojo hasta hacerlo doler–, Di Toro busca colores más calmados pero los tensiona más tarde alternándolos en relación musical unos con otros, armando secuencias de, por ejemplo, fucsia-rojo-blanco-naranja-verdes-azul que se repiten un poco más tarde distraÃdos como si nada hubiese pasado. Un alemán decÃa que lo atractivo de la música electrónica estaba en cómo el loop, en su monótona repetición y mÃnima alteración, daba la sensación al afiebrado clubber de estar viajando en el tiempo. Esas lÃneas que están ahà pero yo ya las vi un poco más atrás en el mismo cuadro. Y un poco más adelante, y un poco más adelante. Con los dedos de Di Toro encima del fast forward y el rewind, estas superficies son un parque de diversiones solo para nuestros ojos.

Ahora sÃ, ¿viajamos en el tiempo? SÃ, a Estados Unidos, al año 1968: directamente a ver al recién nacido minimalismo. La seguridad con la que estos cuadros se apropian de la pared recuerda a Donald Judd, el artista norteamericano que hizo entrar la industria al mundo de las galerÃas. Judd repetÃa una serie de cajas metálicas de perfecta terminación industrial con separaciones constantes. La clave era la repetición, una cosa dicha tres veces no es la misma cosa. Y si lo piensan dos segundos, la clave del minimalismo es la repetición: tres veces la misma cosa es una poderosa afirmación. Entonces, las pinturas de Verónica usan la repetición para presentar un modulo de colores y hacer variaciones más atrás y más adelante que a simple vista cautivan por una tensión tan musical como visual. A diferencia de la música electrónica –que se desarrolla en el tiempo– y del minimalismo –en donde el módulo es constante–, estas pinturas aprovechan su condición de superficies para desplegar múltiples tonos que suben de derecha a izquierda o viceversa y asà durante un rato pasean a la mirada de aquà para allá. Proponiendo un juego que refiere a la industria de manera esquiva, a una industria de la imagen, una imprenta o una impresora hogareña quizá, con los deberes de formas y colores que tienen las máquinas que repetitivamente llenan hojas de patrones. SÃ, acá hay un patrón muy prolijamente estandarizado que le debe inspiración a la máquina y pasión al empeño de la artista y será por esa mezcla que lo que más queda es la sensación. Esa vibración tan efectista como espiritual con la que el buen arte Op tiene lugar y permanece. Un teórico re-atento dirÃa que detrás de cada cuadro Op hay un tratado sobre lo visible que nos recuerda que nuestros ojos envÃan impulsos nerviosos que el cerebro decodifica y transforma en imagen-pensamiento y que la vibración que sentimos es una toma de conciencia sobre los mecanismos que usamos para mirar. SÃ, sÃ, sÃ, ¡todo eso es verdad! Pero hay algo más. Estas pinturas son los mejores Yummy: es todo el sabor a plástico que una buena golosina tiene que tener y encima, todavÃa son masticables.
EnergÃa Renovable
Verónica Di Toro
Hasta el viernes 2 de noviembre
GalerÃa Alberto Sendrós
Pasaje Tres Sargentos 359
www.albertosendros.com
De lunes a viernes de 14 a 20
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