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Domingo, 16 de diciembre de 2007
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Plástica > Silvia Gurfein, cuando la forma domina el tiempo

Las formas del tiempo

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha encontrado su firma en el dibujo de la naturaleza dominando la línea recta y la perfección del círculo. Pero la tecnología ha traído una paradoja científica a la altura de los dominios del arte: dominada a la perfección la técnica, ¿cómo reapropiarse de esas formas para devolverles su cualidad original: la dimensión humana? En su última muestra, Silvia Gurfein explora una respuesta: la de dominar el espacio dominando el tiempo.

Por Natali Schejtman
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1. Pierdo el tiempo (cosas auto-organizadas).
2. Perfecto error. Óleo sobre lienzo, como el anterior.
3. Parte de la serie Dibujos. En grafito y bolígrafo sobre papel.

¿Cómo se dibuja el tiempo? Estamos acostumbrados, desde chiquitos, a que toda evolución se grafique en una línea del tiempo, que marca sus hitos, reinados, presidencias y eras. Los especialistas en evolución, incluso, suelen explicar la historia del universo con una recta confeccionada a escala en la que sorprenden a los oyentes con los datos de la pequeñez relativa del hombre en todo esto. Aproximadamente, dice así: si la tierra existe hace cuatro años, el hombre, como un animalito más en la historia del planeta, existe hace 20 minutos.

Hay, sin embargo, otros gráficos que nos hablan del tiempo. Los apuntes tomados de una hoja de carpeta en una letra ininteligible y ansiosa se agitan de sólo recordar el modo en que fueron escritos, mientras los dibujitos de los bordes de la misma hoja, salidos como por generación espontánea y encadenados con arbitrarias líneas azucaradas, también señalan una relación precisa con el tiempo de quien los ejecutó.

Los cuadros de Temporal, la muestra de Silvia Gurfein, ensayan, a su modo, sobre el tiempo. Y lo hacen de una manera misteriosa, sin cronopios ni arena, pero con una sensualidad claroscura que martilla el hemisferio metafísico de nuestro cerebro. Sobre todo porque son cuadros que establecen un diálogo encandilante con el espectador, y atrapan su tiempo para hacerlo descubrir los vericuetos pictóricos y conceptuales que hay detrás, delante y al lado de ellos, cuando se ponen en serie con toda la muestra.

En la planta baja aparecen los lienzos más grandes, como si fueran esas pantallas muy colorinches en que devienen las computadoras a modo de síntoma de que algo no está bien. Lo curioso es que esa conjugación cuadriculada y colorida, cerca de la imagen y el imaginario digital, contiene en sus detalles la aguja del artesanato: los cuadrados que se superponen a los otros cuadrados dejan traslucir aquello que taparon y en esa convivencia y competencia de los óleos —uno ha tapado al otro— se lee la lenta y progresiva elaboración del cuadro, que parece a primera vista un flash excitado. Lo mismo sucede con unas delgadísimas líneas trazadas sobre esos cuadrados ganadores que dejan ver lo que dejaron atrás. La delicadeza y prolijidad depositadas en esas ranuras hacia lo pasado y pisado son una especie de excavación que socava la idea primigenia, aquella según la cual todo convivía en un estatuto de contemporaneidad temporal. El efecto de los fundidos en que en estos cuadros convergen las decenas de colores contiene la paradoja: generan un efecto óptico especial, una refractación borrosa y fuera de foco, pero un chismoso primer plano detalla el obsesivo trabajo humano que demanda imitar al pixel.

No por nada la expresión “Pierdo el tiempo” se impone, teórica, irónica y no tanto, a lo largo de la extensa muestra de Gurfein. A tal punto es así que es el título de toda una serie de cuadros abstractos y más pequeños que reposan sugestivos en el subsuelo. Estos cuadros plantean escenarios armónicos y tan compactos que parecieran estar contando algo indescriptible pero inteligible, como si fuera una idea cerrada pero en otro idioma. Tal vez porque en sus verbos, conectores y sustantivos pictóricos mantienen, justamente, la temporalidad que hace posible una narración. En el orden, en su disposición y perspectiva y sobre todo en sus intersecciones trabajadas desde el color, los elementos proponen un posible develamiento de hacia dónde van y desde dónde vienen, al tiempo que amenazan con desmoronarla en su ostracismo multicolor. Una especie de flecha puntiaguda puede señalar el camino, y puede pincharlo todo.

Pero no será la única vez que aparece “Pierdo el tiempo”. Gurfein ha puesto a jugar éstas y otras palabras en la composición de los pequeños dibujos que aparecen también en el subsuelo, donde las letras se unen y se convierten en el trazo, en la brocha con la que se pintan diversas formas. La artista dirá que para ella algunas palabras son como una llave que abre estructuras, con una ubicación en el cerebro. Plasmadas en la hoja, pareciera que vuelve a aparecer la sinestesia que protagonizó una muestra pasada de la artista, llamada El oído. Las palabras tienen formas, texturas y son materia, pero sus significados no siempre están escindidos: “temporal”, “palabras como esculturas” o “pierdo el tiempo”, componen las llamaradas expansivas y de recorrido caprichoso que hacen al dibujo pero también sugieren una conceptualización que hace al aparato en el que reposan y, evidentemente, arde pero no se consume, como la zarza bíblica. Constituirán además formas menos concretas, pero siempre parecen quietas y en movimiento, realizadas al mismo tiempo con la libertad íntima del trazo durante una relajada llamada telefónica y la ingeniería cerebral del concepto como arnés.

Llamativamente, es la primera vez que Gurfein incluye círculos y curvaturas en sus composiciones. No encontraba, cuenta, refiriéndose sobre todo a la serie “Pierdo el tiempo”, el modo en que podían ajustarse a algún rigor conceptual u orgánico propio de su trabajo. Pero en el resultado, los círculos no sólo no despeinan a estas aritméticas puestas en escena, sino que contribuyen a fijar el orden y la racionalidad de estos cuadros, que plantean, de paso, otro punto de interés de cara al tiempo que corre: frente a la naturaleza, la firma del hombre —el mismo que da vueltas hace tan sólo 20 minutos— era la línea recta, la perfección del círculo. Ahora, esa firma se nos vuelve maquínica o digital, algo que se ha desprendido de lo humano y por eso en alguna parte también le es ajeno. Gurfein entonces opera para reapropiarse de un tema —el tiempo— que ya ha sido dominado por la técnica y, habiendo observado a la perfección las condiciones de expresión contemporáneas, ha optado aquí por el óleo y el trabajo sobre el lienzo, incluso a veces con el objeto de retratarlas. Por eso en Temporal prevalece una mirada que recorta el objeto de su inquietud, haciendo converger lo anterior y lo próximo, para darle movimiento a aquello que tiene la característica de trascurrir y que aquí quedará fijado. Gurfein obra y piensa sobre el tiempo, que pasa y posa.

Temporal
Hasta el 21 de diciembre en Zavaleta Lab
Arroyo 872
De lunes a viernes de 11 a 20, sábados de 11 a 14.

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