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Domingo, 16 de diciembre de 2007
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Música > Cowboys Junkies repiten un milagro

La segunda venida

En 1987, una banda de tres hermanos y un amigo entró en una iglesia en el centro de Toronto y en unas pocas horas grabó The Trinity Sessions, un disco que se convirtió en la Biblia del country independiente. Veinte años después, acompañados por fieles seguidores del disco como Ryan Adams, Vic Chesnutt y Natalie Merchant, los Cowboy Junkies volvieron al lugar, grabaron de nuevo y repitieron el milagro.

Por Rodrigo Fresán
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Al principio del documental que acompaña a la película y al álbum aparece la religiosa encargada de la iglesia y comenta –sonriendo con una mezcla de orgullo y felicidad– que todavía hoy, veinte años después, no pasa un día sin que llegue alguien y le pregunte si “de verdad aquí se grabó ese disco”. Y luego de que ella les diga que sí, que han llegado al sitio indicado, ellos se sientan en un silencio sacro y peregrino, con los audífonos de sus discmans o iPods, a escuchar bajo los vitrales, en el lugar exacto donde todo sucedió, todo aquello que está por volver a suceder.

Mientras la entrevistan, alrededor de la religiosa un rebaño de técnicos tiran cables y apuntalan cámaras mientras los cuatro músicos y sus invitados sonríen como si el tiempo no hubiera pasado, como si los cuatro nunca se hubieran ido de allí y los otros cuatro recién llegados, felices de estar de vuelta en el sitio donde todo comenzó, nunca fueran a irse.

La pequeña iglesia célebre por su acústica perfecta –y aprisionada entre inmensos hoteles y centros financieros– es la Holy Trinity Church en el centro de Toronto.

La banda es un legendario y cultista cuarteto canadiense llamado Cowboy Junkies, que ha regresado junto a un puñado de amigos no a la escena del crimen sino a la escena del milagro con la intención de repetirlo.

Y el milagro se llamó, en 1987, The Trinity Session y ahora, dos décadas después, ha llegado la hora de la segunda venida.

De pie primero y de rodillas enseguida y sonreír, extáticos, con la cabeza inclinada: aquí está, aquí se oye otra vez a Margo Timmings comenzando a cantar el traditional “Mining for Gold”.

Bienvenidos, hermanos y hermanas, a Trinity Revisited.

OREMOS

Están los que dicen que es mejor The Caution Horses (1990) porque allí suena “‘Cause Cheap is How I Feel”. Otros se inclinan por Black Eyed Man (1992) por la simple razón de que aquí aparecen John Prine como invitado y Townes Van Zandt como colaborador. Y no faltan los que aseguran que su mejor momento es “A Common Disaster” en Lay It Down (1996). Pero todos están de acuerdo en algo: cuando el 27 de noviembre de 1987 los Cowboy Junkies –los hermanos Margo Timmins, Michael Timmins, Peter Timmins más Alan Anton– entraron en esa iglesia para ver lo que pasaba y catorce horas después salieron con lo que sería su segundo álbum, The Trinity Sessions (1988), bajo el brazo, lo que consiguieron fue la perfección. De ahí que ahora –en la ocasión de los números redondos– lo que les interesara, sabiéndolo imposible, no fuera volver a grabar lo mismo sino “celebrar lo que entonces sucedió”.

Desde entonces, The Trinity Session (cuyo costo total, según los miembros de la banda, fue de 29 dólares: “25 para pizza y 4 para el tipo que se quedó cuidando la furgoneta mientras grabábamos”; la verdad es que el monto total ascendió a 250 dólares) vendió 1.500.000 en todo el mundo y se ha convertido en algo así como los rollos del Mar Muerto o el Arca de la Alianza para músicos y fans de la american music y del alt-country.

De ahí que –declarados fans del disco– Ryan Adams (quien declaró haber buscado un “sonido cowboy junkies” para su Jacksonville City Nights), Vic Chesnutt, Natalie Merchant y el invitado habitué de la banda Jeff Bird no dudaran en acudir al llamado de las campanadas y, junto al productor original Peter Moore y los cineastas Pierre y François Lamoreaux –con la ayuda de algunos dólares más que 29 o 250, pero no demasiados más– se arriesgaran a repetir lo irrepetible.

Y buena nueva: de tanto en tanto los milagros se recuperan.

ID EN PAZ

Y aquí están de nuevo todas esas canciones no calcadas sino, sí, revisitadas y transfiguradas por nuevos detalles de sus dueños y por la adoración de los feligreses invitados. Venerables letras y músicas de gente como Hank Williams y Rodgers & Hart y Lou Reed (quien considera la versión de “Sweet Jane” que aquí hacen los Cowboys Junkies como “definitiva” y, otra vez, la emoción de ese suave pero aun así épico crescendo a la altura del “Heavenly wine and roses / Seem to whisper to me when you smile...”) junto a canciones de estos canadienses (acaso la más grande banda de covers, porque lo suyo pasa por la reinvención más que por la reedición) que sonaron entonces y siguen sonando como standards instantáneos.

Y la bella voz de la bella Margo Timmins, alguna vez considerada “una de las 50 personas más hermosas del mundo” por la revista People y modelo de Herb Ritts para una campaña de Gap. Y la voz rota pero fuerte de Vic Chesnutt en “Postcard Blues” y la voz entera pero delicada de Natalie Merchant en “To Love Is to Bury” y las ráfagas de guitarra de Ryan “Pelo Sucio” Adams en todas partes (fundiéndose con los exquisitos punteos de Michael Timmins) y la perfecta química de todos juntos en “Working On a Building”, “I Don’t Get It” y “I’m So Lonesome I Could Cry” sonando como si hubieran tocado juntos la vida entera. Ordenados en círculo, viéndose para creerse y teniéndose toda la fe del mundo.

Pierre y François Lamoreux –quienes entrevistan a los vaqueros drogadictos y filman con admirable elegancia la grabación de Trinity Revisited en el DVD que acompaña al compact-disc– explican en el cuadernillo cuál fue el modus operandi de la liturgia: “Cuarenta personas trabajaron para capturar la performance. Vinieron desde Toronto, Montreal, Dublín, Londres y Nueva York para contribuir con su talento y experiencia. Estuvimos allí por tres días. El primer día descargamos el equipo. El segundo día fue para los ensayos. El tercer día grabamos. Comenzamos a las 7 de la mañana y terminamos poco después de la medianoche. Fue un sábado. Habíamos acordado que dejaríamos todo tal cual estaba para la misa del domingo por la mañana. Desmontamos todo en cuatro horas. Como un castillo de arena derribado por la marea creciente, no había rastro alguno de nosotros para cuando llegaron los feligreses, pero para aquellos que escucharan con cuidado esa mañana, la reverberación en el edificio puede haber sonado un poco más dulce que el domingo anterior”.

Más lacónicos y menos líricos, en una breve nota final, los Cowboys Junkies concluyen: “Vinimos, tocamos, y la iglesia, una vez más, hizo el resto”.

Y –nunca mejor dicho– aleluya y amén.

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