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Domingo, 10 de febrero de 2008
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Música > Cat Power o cómo llevar el cover al cielo

Una mujer bajo influencia

Cat Power es uno de esos talentos tímidos, sensibles y dañados que por suerte no son devorados a diario en los noticieros o las revistas. Aunque le sobran méritos para serlo: una historia sureña de alcoholismo, adicción y abandono, un descubrimiento fortuito, un talento musical espeso y delicado a la vez y una belleza extraordinaria. Por suerte, mientras entra y sale de crisis místicas, enfrentamientos con espíritus y separaciones, compone canciones hermosas y hace propias como pocos sus canciones ajenas favoritas. Jukebox, su segundo disco de covers y el primero de todos sus trabajos que se edita en Argentina, merece hasta el último segundo de atención.

Por Mariana Enriquez
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Chan Marshall suele contar que su mamá le daba cerveza en la mamadera cuando era bebé y que viene de una larga línea genealógica de alcohólicos. Y suele contar este tipo de cosas en entrevistas delirantes, ella acostada en el suelo, tomando tres botellas de vino tinto durante la charla con el periodista. Muchos dicen que está trabajando una fama de artista loca, de bella frágil y desequilibrada; ella dice que ojalá fuera tan astuta.

Nació en Georgia hace treinta y seis años y durante toda su adolescencia se mudó de una ciudad del sur a otra; vivió la mayoría de esos años en las dos Carolinas. Dejó la secundaria, ocupó una casa con varios heroinómanos y a los 19 escapó hacia Nueva York. Enseguida, Steve Shelley, el baterista de Sonic Youth, la descubrió: la chica que cantaba como si todavía estuviera en las escaleras de la puerta de su casa sureña, con el rostro oculto tras el pelo largo, llovido. En sólo un día Shelley grabó los dos primeros discos de Chan, ahora rebautizada Cat Power: Myra Lee (editado en 1995) y Dear Sir (en 1996). Los shows ya daban que hablar. Ella dice que no le tiene miedo al escenario, lo que ocurre es que está muy incómoda ahí arriba, una mezcla de timidez e intento de no equivocarse. Así, rara vez puede empezar o terminar una canción de forma convencional. En los primeros años neoyorquinos, a veces se pasaba quince minutos tocando dos cuerdas y gritando “no”. Más tarde, se cuenta que salía del show a la calle para hablar con ardillas, que le pedía al público “por favor, háganme juicio” y que podía pasar mucho, mucho tiempo afinando. Su actitud no cambió con el contrato profesional con Matador en 1997, cuando lanzó What Would The Community Think, el disco que estableció su sonido, adormecido, lentísimo, la voz hermosa y extrañamente opaca; una música que parece no salir de ninguna parte, pero que se origina del folk y el country y los calores veraniegos del sur. Por esa época se enamoró de Bill Callahan de Smog: juntos se mudaron al campo, a un pequeño pueblo llamado Prosperity. Y después de algunos meses dichosos, Chan tuvo una crisis. Cuenta que veía espíritus inicuos. No se sabe bien qué paso, pero empezó a escribir Moon Pix (1998), que terminaría grabando en Australia con Jim White y Mick Tuner de los enormes Dirty Three. Y qué disco resultó de su ruptura y su trance místico. Canciones al piano de una tristeza atroz, como “Colours & The Kids”, donde confesaba que sólo los colores y los chicos la mantenían viva, porque la música ya no la llenaba. “Say”, una canción de amor que parecía hecha de aire; la deslumbrante “Metal Heart”, que merece ser un clásico. Volvió a Estados Unidos y empezó una gira eterna que, según cuenta, la terminó de volver loca. “Se me hizo normal tomar una botella de whisky por día, y Xanax para dormir. Cada vez que llegaba al escenario estaba dada vuelta.” Bill Callahan no volvió con ella. Cat Power grabó “Red Apples” de Smog a modo de cierre.

Dueña de lo ajeno

En casi todos sus discos Cat Power incluyó covers. Lo que hace con las canciones ajenas es apropiarse al extremo, abrazarlas de forma tan personal que resultan irreconocibles; se podría argüir que así deberían ser siempre los covers para tener sentido. Su forma de adueñarse es llevar las canciones de otros a su mínima expresión, despojarlas hasta las bases. Así es The Covers Record de 2000, un álbum conceptual que incluye las canciones que constituyen su educación sentimental (“Satisfaction” de Los Rolling Stones, “Paths of Victory” de Dylan). Después llegó You Are Free, la gran maravilla de 2003; y en The Greatest, de 2006, empezó su reinvención. De las canciones de tristeza infinita pasó al blues de Memphis y el soul, en una movida que recuerda a Dusty Springfield. Grabó con el guitarrista Mabon “Teenie” Hodges y músicos de Al Green. Una soul woman en ciernes, expresiva. No pudo hacer la gira de inmediato, sin embargo. Otra vez la atacaron los espíritus: “Estaba buscando la muerte y quería morir. Me encerré en un departamento de Miami, desconecté el teléfono, puse a Miles Davis y dejé de comer y dormir. Cuando estás tan deprimida, ya no estás deprimida. Te rendiste. No hay nada por dentro que sea bueno”. Una amiga la sacó de la reclusión y la llevó a una guardia psiquiátrica. Allí le diagnosticaron un brote psicótico por depresión masiva y stress. Y ahora, dice, está recuperada. Medicada, pero mucho mejor. A Cat Power no le gusta que la traten como si fuera delicada sólo porque a veces la inestabilidad emocional le gana: “No tengo dinero ni vengo de una familia educada o amorosa. Tomo por mi cuenta todas mis decisiones, sola. Sé cuidarme. Esta es la primera vez que dejé que me cuidaran contra mi voluntad. Y estoy orgullosa de haber logrado vencer toda esa oscuridad otra vez”.

La luz está presente en Jukebox, el segundo disco de covers de Cat Power y el primero editado en Argentina (a pesar de que ella tocó en Buenos Aires, en 2001, en un show, claro, errático). Aquí están las raíces de su nueva pasión por el soul, aunque siguen sus amores eternos. Hace “Lost Someone” de James Brown, ese tema inmortalizado en vivo en el Apollo en 1968; también “Woman Left Lonely” de Janis Joplin, donde suena tranquilamente desgarrada (con Cat Power, tal cosa es posible). Despoja a “Silver Stallion” de The Highwaymen de la producción ochentosa y termina siendo un tema country sobre un caballo con connotaciones sexuales invisibles hasta que ella las pone en su garganta apenas gastada. Le hace justicia a “Blue” de Joni Mitchell sin intentar copiar el original jamás, y homenajea a Hank Williams con una versión jazzera de “Ramblin’ Man” rebautizada “Ramblin Woman” y a Frank Sinatra con una insólita relectura de “New York, New York”. Pero es Cat Power: que elija grandes éxitos no quiere decir que haga un disco accesible. Nunca canciones tan famosas sonaron tan lejos de sí mismas, pero sin embargo verdaderas, como si Cat Power –justamente– supiera extirparles el alma. De sus grandes amores, el más grande es Bob Dylan y claro que está presente. El cover de “I Believe In You” reduce el tema a guitarra y base, y es una guitarra en la que Judah Bauer, de Jon Spencer Blues Explosion, parece conjurar a Keith Richards. Pero lo mejor es “Song for Bobby”, la declaración de amor de Chan a Dylan, el único tema nuevo, el único que no es un cover. Ella le pregunta a Bob para quién cantaba aquella noche en Carolina del Sur, secretamente deseando que fuera para ella. Hacia el final, le pide que sea su hombre. Cat Power entiende esos enamoramientos tan femeninos por un artista, esas fidelidades de años, y en esta canción extraordinaria se la escucha crecer, tanto que casi casi está a la altura de la mayoría de sus homenajeados.

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