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Domingo, 9 de marzo de 2008
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Descubrimientos > Betty Davis, la mujer de Miles y mucho más

Quién es esa chica

Miles Davis y Carlos Santana la compararon con Madonna. Pero el guitarrista fue más lejos: “Madonna al lado suyo es como Mary Osmond”. Con el trompetista llegó a estar casada durante un año que alcanzó para que el look y la música de él cambiaran para siempre. Musa inspiradora de Bitches Brew, sexualmente explícita cuando nadie lo era, negra cuando no existía la corrección política y compositora de cada una de sus canciones, entre 1973 y 1975 grabó tres discos secretos que los especialistas veneran. Después desapareció y recién ahora comienza su renacimiento.

Por Diego Fischerman
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Betty Mabry y la explosión eléctrica aparecieron en la vida pública de Miles Davis casi al mismo tiempo y, como correspondía a una revolución, en 1968. El disco se llamaba Files de Kilimanjaro, ella estaba en la foto de la portada y en el nombre de un tema, “Madamoiselle Mabry”, y allí se incluían, reemplazando a dos de los integrantes del quinteto, Chick Corea —que muy poco después cambiaría el piano por el Rhodes— y el contrabajista Dave Holland —que también se pasaría al bajo eléctrico—. La música de quien había estado asociado ni más ni menos que a los nacimientos del bop, del cool y del jazz modal cambiaba de rumbo para siempre. Ella era una modelo de 23 años que había estudiado diseño, a los 16 años se había convertido en musa de la movida artística negra de Nueva York, a los 18 había compuesto un éxito —”Uptown”— para un grupo llamado The Chamber Brothers y en poco tiempo más inventaría lo que Prince haría famoso unos cuantos años después. Betty Mabry introdujo a Davis en la electricidad, en más de un sentido. Lo hizo conocer a Jimi Hendrix y a Sly Stone, y, seguramente, con sus largas piernas lo llevó a territorios que él jamás había sospechado durante los veinte años que llevaba siendo uno de los más intelectuales del jazz intelectual. Betty Mabry se casó con el trompetista y se separó el año siguiente, fue la inspiradora de Bitches Brew, y, entre 1973 y 1975 grabó, con su nuevo apellido, tres discos casi secretos que se convertirían en el objeto de culto más preciado del funk. En 1979 hubo algunas otras sesiones de grabación, editadas dieciséis años después, y nada más. Betty Davis sencillamente había desaparecido.

Betty Davis, They Say I’m Different y Nasty Gal, tenían tapas en las que ella aparecía como mezcla improbable entre Barbarella y una premonición de Grace Jones. También contenían canciones extraordinarias como “Anti Love Song”, e incluían a varios de los músicos de Sly and the Family Stone, al notable guitarrista Neal Schon —que formaría parte de Santana—, a las voces de las Pointer Sisters y a los bronces de Tower of Power. Pero, sobre todo, tenían una particularidad: todos los temas pertenecían a Betty Davis. El dato no era menor si se tiene en cuenta que se trataba de una artista negra, sumamente joven, con una voz situada en el exacto punto medio entre la lija y un cuchillo y con un tratamiento musical y una virulencia en las letras que la alejaban de cualquier posible uso “funcional” y a la medida de las radios FM (incluso de las FM negras). De hecho, sus shows, en los que abundaba el sexo explícito, fueron frecuentemente boicoteados por grupos religiosos. Y las radios directamente la obviaban. Después de años más asociada a la leyenda que a la realidad, con las copias de sus vinilos convertidas en piezas invaluables para los coleccionistas y amantes del soul y cargando con el sayo que los fundamentalistas del jazz le colocaron en los ’70, acusándola de ser una especie de Yoko Ono del género, Betty Davis nunca dejó de tener el reconocimiento de su ex marido. Miles dijo que se separaron porque ella era “demasiado salvaje” e “iba demasiado rápido” para él —lo que es mucho decir— y que si hubiera seguido en actividad habría sido Madonna. Y, además, volvió a dedicarle un tema, “Back Seat Betty”, en 1981. La comparación con Madonna, en todo caso, es recurrente. Santana dijo alguna vez: “Ella fue la primera Madonna. Pero, comparada con ella, Madonna es algo así como Mary Osmond”. Ahora, sus dos primeros discos acaban de ser vueltos a publicar, en cuidadísimas ediciones, por un sello independiente de Seattle llamado Light in the Attic Records.

Existen artistas secretos y existen artistas influyentes. Betty Davis tal vez haya sido quien más lejos llevó la simultaneidad de ambas categorías. Venerada por los especialistas y desconocida por todos los demás, ella misma nunca hizo demasiado por cambiar las cosas. Después del raid de esos siete años en que cambió al jazz por intermedio de Davis y al soul por acción directa, siguió su carrera en Londres —donde fue pareja de Eric Clapton—, alguna vez tuvo un proyecto de volver a Estados Unidos para hacer un disco junto a Santana —que era quien insistía para concretarlo— pero, cuando regresó, se dedicó a vivir tranquilamente en Pensilvania. No volvió a hacer música ni concedió reportajes hasta el 21 de junio del año pasado, en que apareció en el programa radial The Sound of Young America y se rebeló como una mujer tímida a la que, simplemente, le sigue gustando el blues que escuchaban su madre y su abuela, en su casa natal en Durham. “No escuchaba jazz. Nada de jazz”, contó la que fue la mujer de Davis por la radio. “De Miles me gustaron sus zapatos. No sabía quién era ni qué había hecho hasta ese momento. Tocaba en un club por el que yo andaba. Me dijeron que él quería conocerme y si subiría al camarín para tomar algo con él y yo dije: “claro, por qué no’”, relató en la misma entrevista. “Sé que la música que yo ponía en casa, Hendrix, y Sly Stone, y Otis Redding, lo influenciaron un montón. Es normal; no tiene nada de raro”, recordaba. “Y en cuanto a su forma de vestirse, no tuve nada que ver. A mí me encantaba cómo le quedaban los trajes formales. Lo que pasa es que él me acompañaba cuando iba a comprarme ropa para mí y él se probaba algunas de esas cosas y le gustaba. Así cambió su look. Eso es todo.” Miles tenía miedo de que ella tuviera éxito y de que eso la alejara de él. Miles supuso, además, que ella mantenía un affaire con Jimi Hendrix. “Nos separamos por culpa de su temperamento”, cuenta ella. “Era posesivo y ése no era mi estilo.”

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