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Domingo, 22 de junio de 2008
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Cine > El fin del mundo según Shyamalan

La ola verde

Hay momentos en la Historia en que el fin del mundo parece más próximo. Los años ’50 fueron uno. El mundo post 11-S es otro. No casualmente, en ambos reinó el cine de terror. Por eso, M. Night Shyamalan, que viene asustando desde Sexto sentido, no se podía quedar afuera. Y aunque la película es discutible, El fin de los tiempos es uno de los apocalipsis morales más atrapantes de los últimos tiempos: nuestra muerte es consecuencia de nuestras acciones.

Por Mariano Kairuz

Cuántos temas más potentes, más cinematográficos hay que el del fin del mundo? Por la guerra, el cataclismo natural o la invasión alienígena, la certeza de que todo concluye al fin es un material dramático insuperable y ha dado lugar a algunas obras maestras. Desdeñadas como clase B por cierto esquematismo en sus planteos (a veces determinados por sus condiciones de producción y una necesidad de ir al grano lo antes posible), aparecieron a partir de los años ’50 películas como Cuando los mundos chocan, de Rudolph Maté, que establecía un gran drama moral sobre el supuesto de que la vida sobre la Tierra va inexorablemente camino a su extinción: si se arma un Arca de Noé espacial para humanos, con cupo limitado, ¿cómo se decidirá quiénes viajan y quiénes se quedan?

Hay otra vertiente sobre el fin del mundo más bien marginal, por ahí no tan explorada como otras posibilidades más violentas. En “La última noche del mundo”, un relato brevísimo de Ray Bradbury, un hombre le cuenta a su mujer el sueño que tuvo unas noches atrás. En su sueño se anuncia que la vida llegará a su fin en unos pocos días, por la noche. El hombre descubre que muchas otras personas soñaron exactamente el mismo sueño. Así que el fin del mundo es un hecho, una certeza, y parece haber una tranquila aceptación en todos. No será violento, ni por “la bomba de hidrógeno, ni la guerra bacteriológica”. “Tan sólo”, dice el hombre, “un libro que se cierra”. Diez años atrás el director canadiense Don McKellar abordó el Apocalipsis de una manera que tenía bastante en común con “el libro que se cierra” de Bradbury, en una película llamada Last Night. McKellar narra las últimas seis horas del día en que el mundo llega a su fin, sin ofrecer ningún tipo de explicación. La gente parece haber aceptado su destino colectivo pacíficamente y, más allá de episodios de vandalismo y alguna expresión de locura religiosa más o menos aislados, la mayoría celebra o prosigue con sus rutinas diarias, incluso cumpliendo con sus horarios de oficina de siempre. Hay algo poderoso y sugestivo en esa idea de que cuando llegue la hora, no estaremos en condiciones de reclamar razones.

El fin de los tiempos de M. Night Shyamalan no muestra el advenimiento del final como un caso de conciencia colectiva como los de Bradbury y McKellar, sino casi como lo contrario, un ataque de inconsciencia general: afectada por una neurotoxina liberada por las plantas, una parte de la población planetaria se quita la vida simultáneamente. Pero no hay resignación: aquellos que asisten a los primeros suicidios masivos y advierten que pronto será su turno, corren por sus vidas. Lo que comparte The Happening (su título original) con aquellas otras “terminaciones” planetarias queda anticipado al principio de la película, cuando en la clase de ciencias del profesor Elliot Moore (Mark Wahlberg) se postula que hay actos de la naturaleza que están y estarán siempre fuera de nuestra comprensión. Un rato más tarde, el profesor ensaya una explicación rápida (incluso un poco atropellada, en uno de esos rasgos de clase B “cara” que exhibe la película todo el tiempo): los vegetales de este mundo están finalmente reaccionando contra el largo maltrato que el hombre le ha prodigado a la Naturaleza. Algún crítico norteamericano la llamó la respuesta del cine de terror al eco-documental de Al Gore La verdad incómoda, y hay que reconocer que como premisa para un potencial Eco-Horror no está nada mal. Es, también, cine post 11-S y como tal no le quedó otra que retratar la paranoia inicial de la gente ante lo que parece un ataque terrorista, apelando a una alegoría política de lectura veloz: ésta es la respuesta al daño que nosotros causamos antes. Pero Shyamalan lo enrarece todo de tal manera que eso pronto deja de importar: Wahlberg interpreta a una especie de docente buena-onda, el profesor hippie que será el más indicado para entender y lidiar con este tipo de amenaza, sin heroísmos de cine catástrofe. Como él, todos los personajes actúan un poco raro; los parlamentos se pronuncian en una frecuencia un poco desfasada de la realidad, con un efecto que pendula entre el encanto fascinado y la vergüenza ajena. La mayoría de los críticos de su país y algunos de acá la recibieron por este último lado, fustigándola como otro garabato new age del director de Señales.

Pero dejando de lado cierta solemnidad algo boba (marcada en la banda sonora) y su resolución no del todo convincente –por una vez a Shyamalan le importa un poco más su premisa que las tontas vueltas de tuerca finales a las que nos tiene acostumbrados–, El fin de los tiempos plantea uno de los Apocalipsis morales más atrapantes que se le haya ocurrido a la ciencia-ficción desde los viejos buenos tiempos de El día que paralizaron la Tierra. Que era aquella película en la que los alienígenas venían a pedirnos más o menos por las buenas que empezáramos a portarnos un poco mejor como planeta. O que nos atengamos a las consecuencias.

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