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Domingo, 10 de noviembre de 2002
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Moda

Ser pueblo

Primero fue Patria, una línea de ropa que homenajeaba a héroes y caudillos de la tradición Billiken. Ahora es Pueblo, la colección verano 2003 que presentó en el antiguo Hotel de Inmigrantes y que recupera usos, costumbres y materiales de la Argentina Crisol de Razas. Ya consagrado por los árbitros de la moda internacional, el argentino Pablo Ramírez encara ahora dos desafíos dispares pero igualmente exigentes: vestir a Adrián Dargelos, líder Babasónico, y los 30 centímetros de anatomía del Niño Jesús de Praga, “el Barbie de los Santos”.

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por Victoria Lescano
Las pequeñas historias dentro de un gran desfile son el trademark del diseñador Pablo Ramírez. Incursionó en tramas de monjas góticas, versiones muy estilizadas de atuendos de próceres y tangueros y –en sintonía con el clima bélico del último verano– acompañó siluetas en blanco y negro con maquillajes mortuorios y sombreros cannotier para paseos en el Rosedal. En Pueblo, la colección para el verano 2003 que presentó en el antiguo Hotel de Inmigrantes, Ramírez citó el crisol de razas que componen el estilo argentino y los uniformes de trabajadores.
Una superpoblación de modelos vestidas de negro y gris absoluto desplegó en sus pasadas en bloque a lo Beecroft un simulacro de desembarco de extranjeros en jeanswear, jornadas en las fábricas o el campo –ellos con delantales escotados, lazo al cuello y alpargatas; ellas con tacos de vértigo y falsos ligueros– y todos con un común denominador: un aire de refugiados de un país incierto y pañuelos negros llevados como tocado pobre.
Abundaron los delantales de operarias o faldas plato remanentes de alguna fiesta popular, falsos estibadores engalanados con chalecos, camisetas chic o camisas con gemelos construidos con tornillos y arandelas. Para cortar un poco tanto estilo fabril, los percheros del diseñador estrenaron bañadores negros elegantísimos provistos de ingeniería especial para esculpir siluetas en las culottes femeninas y los shorts con tirantes para hombres.
Al cierre, gracias a los oficios de la decoradora Gloria César, un telón descubrió el backstage y el pueblo de trabajadores de la moda: posaron maquilladores, peinadores, vestidoras, estilistas, coreógrafos y los cincuenta modelos, algunos en el piso, otros sentados a una mesa con panes, réplica de las escenas originales que solían tener lugar en ese refugio de comienzos del 1900.
Dice Ramírez: “Pensé en el español y el italiano que arribaron a Buenos Aires y que desde este hotel partieron al campo, a la fábrica y al conventillo, pero también en los refugiados de Europa del Este y en las nuevas noches de Buenos Aires marcadas por ejércitos de personas que revuelven la basura. En mis colecciones siempre trabajo con los grupos y los parecidos, y en ésta me salió una mezcla de polaca, enfermera y campesina con estibadores. Quise que todo fuera rudimentario, de tono industrial: por eso puse bandas de elástico anchas ciñendo los brazos o las piernas, hebillas anchas de metal o gemelos que parecen como si hubieras metido un brazo en las sobras de las arandelas”. Y sobre su mirada de régisseur, agrega: “Mientras dibujo las siluetas y pienso en las prendas siempre me aparece la idea del cierre. Tal vez sea un tic de bailarín frustrado. Juego con generar climas opuestos y alguna situación disparatada, como en las películas de Ozon”. Tal vez el ejemplo que mejor ilustre sus gags sea ese pase de moda en el Planetario en el que modelos con superposiciones de capas, pantalones y faldas, maquillados de negro, como criaturas de horror movies, improvisaron coreografías de La Novicia Rebelde.

Los comienzos
“Mamá siempre me recuerda que cuando a los tres años la acompañaba a Casa Totó –una tienda de Navarro, el pueblo donde crecí–, yo ya opinaba sobre cómo tenía que vestirse. También que en el jardín de infantes la maestra me decía: ‘Pablito, la maceta no se pone arriba de la cabeza’. A lo que yo respondía: ‘Pero ¿no entiende que eso es un sombrero?’. Después, cuando me mandaban a trabajar al taller mecánico de mi padre y estaba encargado de hacer las facturas para los clientes o llevar la cuenta de los radiadores, me aburría tanto que las daba vuelta y dibujaba zapatos, mujeres, vestidos, corpiños. Imaginate la furia que eso provocaba. La construcción del estilo propio comenzó con los zapatos de mi abuelo, que yo usaba para ir a bailar zapateo americano, y siguió con camisas y blazers de los ‘50 de mi papá. Después se terminaron todos los recursos de sus armarios, y al ver el shock que provoqué vestido de negro en mi fiesta de egresados, entendí que mi salvación estaba no sólo en la moda sino también en el poder de la ropa negra.”
Durante la edición 1994 del premio Alpargatas, Ramírez ganó un premio insólito: aunque el galardón principal fue para Nadine Zlotogora, sus variaciones sobre jumpers escolares en denim cautivaron a Jean Elbaz, un gurú de nuevas tendencias que participaba del jurado y desarrollaba en París productos para Armani Exchange y Pepe Jeans. Elbaz le ofreció un contrato de trabajo en Francia por tres meses. Al regreso, Ramírez fue jefe de producto de Via Vai, Sol Porteño, Hope and Glory, Adriana Constantini, y concilió sus Jekylls y Hydes ideando trajes para ejecutivas al tiempo que bocetaba colecciones góticas.

Alta costura gótica
y tango
Cuando en el invierno 2000 debutó en la semana de Grandes Colecciones y, en vez de adherir al beatnik, tomó el negro como color esencial de Casta, Ramírez se basó en las siluetas monocromáticas de las Hermanas Misioneras de la Divina Misericordia, la congregación de monjitas de Navarro donde estudió. Incluyó superposiciones de faldas y capas de cuero sobre crinolinas que citaban recuerdos de los ruidos que las telas de las religiosas hacían al caminar y eligió venderlas en un showroom muy acorde, con vista panorámica a la cúpula de una iglesia de Belgrano.
Un año más tarde, en la primera edición del Baf Week, Ramírez tuvo el perchero a simple vista menos ostentoso. Pero la inglesa Isabella Blow -ex editora del Sunday Times– vio desde el front row su colección mix de pantalones chupín y camisas de plumetí estilizados con chambergos y velos llevados por tangueros darkies, pegó un respingo y lo ovacionó de pie y terminó llevándose varios originales Ramírez en sus maletas.
Pablo se convirtió en la revelación de la escena local. Fue homenajeado por la selecta troupe de editores internacionales de moda que pasaron por las pampas, compuesta por Michael Roberts (especialista del New Yorker) y el modernísimo Stephen Gan, y acto seguido la revista Visionaire le dedicó una página en un especial sobre Sudamérica donde le atribuían “la elegancia de Hedi Slimane con los artificios de sastrería de Alexander Mc Queen”. Ramírez conserva un curioso souvenir de esos días; lo aportó un paparazzo, y haría las delicias de cualquier tabloide sensacionalista: es la foto de Isabella Blow posando en bombacha color arena en las bambalinas de la Rural.
Así como ahora, en Pueblo, rescata oficios de un país sin trabajadores, en Patria, la apuesta del último invierno, Ramírez homenajeó a los héroes y caudillos favoritos del Billiken y los cuadros de escuelas. En la gráfica, el modelo Franco Musso simbolizó una nueva raza de políticos en tapado sanmartiniano, sombrero derivado del gorro frigio y una escarapela con fulgores de cristal Swarovski.

Dos clientes: Cerati
y el Niño Jesús
El listado de pedidos a medida que llegan a su estudio de la calle Beruti incluye a señoras elegantísimas –entre ellas una asistente a la boda de la princesa Máxima– y a actrices que pasean sus diseños en premières de Hollywood (de Mia Maestro a Cecilia Roth), pero también a rockers de la escena local. Cruza del Principito con Donovan, el tapado de denim que Gustavo Cerati luce en la portada de los Episodios Sinfónicos y que usó en las galas del Colón y el teatro Avenida fue diseñado por Ramírez. “Gustavo sentía que para salir a enfrentarse solo con una orquesta sinfónica necesitaba un traje que le diera protección, y pensé en el denim para hacerlo más accesible para su público, aunque tenía un interior rojo y maxibotones.” Hay también encargos desopilantes: un centenar de antifaces para la megafiesta decompromiso de una pareja gay, por ejemplo, o el parche de cuero negro para cubrir el ojo ausente de una periodista de actualidad.
Aunque ya no está aburrido como entonces, Ramírez dibuja con la misma compulsión con que lo hacía en los días del taller mecánico. Puede trazar en pocos minutos un suéter con cuello a la base para un proveedor, o bosquejar sombreros sobre las polaroids que toma a sus amigos y funcionan como manifiesto de styling en los azulejos de la cocina.
En estos días dos casos de máxima elegancia, tamaño petit y fenómeno de culto, descansan en su mesa de trabajo: por un lado el boceto de Adrián Dargelos, líder de Babasónicos, con el pelito de corte asimétrico, un saco rojo y camisa negra que usó para asistir a los MTV Awards latinos; por otro, un encargo reciente e insólito: diseñar el atuendo para vestir la figura del Niño Jesús de Praga, icono de la iglesia San José de Flores, cuyo cuerpito de 30 cms de alto, vestido con un simple camisoncito de lienzo, también tuvo que pasar por la obligada sesión de toma de medidas.
“Dargelos dice que la ropa le habla. Esta vez, el pedido fue un traje de terciopelo rojo, y coincidimos en que en este contexto económico podía tener una versión cheap y glamorosa en corderoy rojo. Adrián le mostró los dibujos a los chicos de la banda y parece que quieren que los dibuje a todos con sus ropitas para algún próximo videoclip. Al Niño Jesús de Praga me lo encargó un amigo restaurador de iglesias. Por el momento estoy observando las estampitas para hacerle algo de alta costura. Y sí: sin dudas me emociona sentir que estoy vistiendo a el Barbie de los Santos”.

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