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Domingo, 23 de noviembre de 2008
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Personajes >Russell Crowe, uno de los últimos hombres del cine

La bestia buena

Por Mariana Enriquez
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Hay un club de rugby del sur de Sydney, Australia, que lleva el nombre de Rabbitohs. La leyenda dice que sus jugadores, cuando recién empezaba el siglo XX, se ganaban unos dineros extra atrapando conejos que después vendían por la calle al grito de rabbitohs!; los despellejaban ellos mismos no bien aparecía un cliente. Por lo general, no se limpiaban la sangre de conejo de la camiseta cuando iban a jugar, lo que molestaba a los contrincantes, que terminaron por llamar rabbitohs a los apestosos rugbiers. Es uno de los pocos equipos de clase trabajadora del país, además. Y ahora tiene nuevo dueño: Russell Crowe. Que, indudablemente, sabía de la leyenda del club antes de comprarlo, y le debe haber encantado: un club de rugbiers carniceros para el hombre que gusta cultivar una imagen de bestia bruta que también puede ser candorosa. Un hombre que pudo ser una leyenda del cricket –como sus primos Jeff y Martin Crowe, los capitanes de la selección nacional neocelandesa– pero se le dio por actuar y dejar la apacible vida de Nueva Zelanda, cambiarla primero por carrera en el cine de Australia y después por Hollywood.

En cada artículo sobre Russell Crowe y sus actuaciones, los críticos insisten con algo que llaman “fisicalidad”. Ultimamente, con eso quieren decir, también, que está gordo. Pero sobre todo se refieren a que, en pantalla, Russell Crowe tiene una contundencia natural, un físico poderoso que, si quiere, puede exudar peligro, pero también abrigo. Un físico que no parece trabajado; una sonrisa sardónica y también tierna. La bestia buena: la fantasía poco frecuente en la realidad del varón que no es machista, del hombrón que no mataría a ningún animalito de Dios, salvo que, por error, su cuerpazo cayera sobre el bicho en cuestión.

En la realidad, Russell Crowe se ha metido en unas cuantas peleas de bar y hotel; en 2005, le revoleó un teléfono al conserje de un hotel de Los Angeles (“fue una mezcla de jet lag, soledad y adrenalina”, dijo) cuando no se pudo comunicar con su esposa, que estaba en Australia. En las películas, es uno de los pocos actores que de verdad exudan poder, comando. El ejemplo más claro es el de Gladiador (2000,) pero el mejor es Capitán de mar y guerra, donde era el capitán Jack Aubrey en una película de Peter Weir, una de barcos y aventura y guerra en el mar que no tenía mujeres, y donde estaba claro que ese tipo de pelo largo podía cuidar de toda la tripulación sin ningún problema. Además, a Russell Crowe no le importa avejentarse para un papel, y tampoco le importa engordar, pero tiene otra virtud: cuando se “caracteriza” no hace un escándalo alrededor de la transformación, no monta un numerito tipo “miren cómo se puso feo, qué actor” (a la Charlize Theron o Brad Pitt). No: Rusell está tranquilo con su imperfección, y eso también es parte de la “fisicalidad” que siempre se le atribuye. Eso está clarísimo en American Gangster, donde hace de un creíble “policía bueno” (ya lo había hecho en L. A. Confidential, su impactante debut en Hollywood de 1997 como el bruto puro corazón Bud White) que muestra su panza cuando hace fierros y así y todo tiene una amante distinta cada noche (y cómo no). Rusell Crowe parece un ser humano y parece un hombre, a diferencia de tanto Peter Pan de Hollywood. Ya van dos veces que, involuntariamente, marca la diferencia con su actor-contraparte: en 3:10 a Yuma (2007) hace quedar como un chico prolijo, como un buen alumno, a Christian Bale, que cumple pero queda aplastado bajo la templanza y la naturalidad del villano de Crowe. Y ahora, en Body Of Lies, su cuarta colaboración con el director Ridley Scott, parece tener cuarenta años más –de edad y de experiencia– que Leonardo DiCaprio, aunque sólo le lleva diez. Hay que decirlo, a veces Russell abusa de su ternura bestial, se toma demasiado en serio y hace películas insoportables como Cinderella Man o la horrible Una mente brillante (ambas de Ron Howard, con quien no debería colaborar más. Con Scott, también sería bueno que parara un poco). Pero incluso en películas más bien penosas se lleva todo por delante, salva hasta lo insalvable y está –y es– fuertísimo.

Body of Lies, de Ridley Scott, con Crowe y DiCaprio, se estrena el jueves que viene.

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