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Domingo, 22 de febrero de 2009
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Cine > Richard Jenkins, de eterno secundario a protagonista

Paso al frente

Los actores como él son necesarios para el sistema del cine: aparentan hombres comunes que pasan inadvertidos, siempre detrás o a un costado de las estrellas. Pero Richard Jenkins, que a los 61 años está nominado al Oscar por primera vez como Mejor Actor gracias a su trabajo en The Visitor, siempre fue mucho más que un típico secundario: tiene una eficiencia sin fisuras, un tempo cómico preciso que pocos logran. Esta noche tendrá la visibilidad de la que nunca gozó en su carrera. Y quizás ése sea su premio.

Por Mariano Kairuz
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La suya es una de esas caras –de esas jetas, para decirlo más apropiadamente– que sabemos que tenemos vistas de tantas películas aunque no podamos recordar cuáles. Su nombre es Richard Jenkins, y con su timing iluminado ha creado escenas perfectas e inolvidables de, a veces, no más de tres minutos, como esa en Loco por Mary, de los hermanos Farrelly, en la que interpretaba al psiquiatra de Ben Stiller, que se escapaba a almorzar durante la aburrida sesión con su paciente. Un gesto, una ceja arqueada, un tono en la voz, un movimiento extra de su desgarbado cuerpo, fueron suficientes para cargar de gracia una escena mínima que podría haber estado de más. Ya van más de veinte años de esos milagrosos relámpagos, pero la verdad, ¿quién lo conocía a Richard Jenkins? Un gran actor secundario que ahora, de pronto, esta misma noche, aunque la mayoría de los millones de espectadores que van a estar sintonizando la ceremonia siga sin saberlo, se disputará el Oscar a mejor actor protagónico con el casi seguro triunfador Mickey Rourke, con Sean Penn, y con Frank Langella (y con, aunque sea inexplicable, el Brad Pitt de Benjamin Button).

Y es probable que los seguidores de los Farrelly sí recuerden que lo vieron en más o menos fugaces apariciones en varias de sus películas (también de Irene y yo y mi otro yo) y los de los Coen quizá lo reconozcan por tres de sus películas, y en especial como el introvertido jefe del gimnasio enamorado de Frances McDormand que interpretó en Quémese después de leerse, donde tenía unos cuantos minutos más de pantalla que los que le suelen tocar. Y una vez más, puede que ni siquiera lo recuerden de ahí. Es que Jenkins es un auténtico “everyman”, un hombre común destinado a pasar inadvertido entre las multitudes, y como tal una de esas figuras esenciales al sistema cinematográfico, siempre detrás o a un costado de las estrellas. Pero uno que se distingue por una eficiencia sin fisuras, ese tempo cómico preciso que pocos logran, y un estilo cercano a eso que los norteamericanos llaman deadpan –que, bien aplicado, consiste en algo así como expresar mucho en pocos gestos y pocas palabras–, virtudes con las que saca el mejor partido de cada escena que le toca en suerte. Jenkins pertenece a un linaje de grandes actores “condenados” al fondo –el de tipos como Eugene Levy, Dan Hedaya, Brad Dourif, y la lista podría seguir pero no tendría sentido, porque todos los han visto más de una vez pero pocos recuerdan sus nombres–; sólo que el año pasado tuvo su oportunidad de aparecer en casi todos los planos de una película. Como protagonista, por primera vez. Y en un papel pensado y escrito (por el director Tom McCarthy) para él. La película, todavía inédita en Argentina, se llama The Visitor y es por su personaje principal, Walter Vale, que está nominado al Oscar. Seguramente podría ser un gran protagonista cómico, pero ya se sabe que los papeles que de verdad rinden ante la Academia son los otros.

Y éste es de esos otros: el de un hombre viudo que lleva una existencia gris y rutinaria, trabajando como profesor de economía desde lo que parece haber sido toda una eternidad, que conoce inesperadamente a una pareja de inmigrantes ilegales y de pronto se involucra en sus vidas, dándole un giro a la suya. Oscar o no, lo seguro es que esta nominación le ha dado a Jenkins una visibilidad de la que no gozó nunca antes en su carrera cinematográfica. Es decir, jamás desde que debutó con apenas un par de escenas (su karma) en el western Silverado (1985). Hasta entonces, Jenkins– Illinois, 1947, estudiante de drama inspirado en su juventud, dice, por el Brando de Nido de ratas y el Michael Caine de Alfie– se había estado dedicando al teatro y a trabajos ocasionales en televisión; en los años inmediatamente posteriores a Silverado pasó por varias participaciones pequeñas pero interesantes en Hannah y sus hermanas; Las brujas de Eastwick, el thriller Espías sin rostro (donde hizo de espía ruso y de padre de River Phoenix), Y la banda siguió tocando, y unas cuantas más, buenas y malas. En los últimos años formó parte del elenco de la exitosa serie Six Feet Under, pero nuevamente nos fue escamoteado de la pantalla: su personaje era el patriarca de la familia funebrera, los Fisher, y moría en el primer episodio para reaparecer cada tanto como una presencia más bien fantasmagórica.

Su actuación en The Visitor fue celebrada por su economía gestual: su Walter Vale es un personaje cerrado en sí mismo y algo harto de su vida, un hombre que suele dar sus respuestas tímidamente, conteniéndolas en una mirada o un murmullo, pero que se va revelando como una persona muy generosa y amable, mientras ayuda a sus nuevos amigos a enfrentar las estúpidas políticas inmigratorias de la Nueva York post 11-S. “Entiendo el aislamiento y eso tiene que ver con mi personaje” explicó Jenkins. Pero además agregó con humor: “Necesitaban a un personaje verdadero, así que se consiguieron un actor al que no conoce nadie”.

Jenkins ya lleva filmadas seis películas después de The Visitor, entre ellas la comedia Stepbrothers, en la que hace de padrastro de un grandulón bastante bobo de 40 años, que es el que se lleva el cartel: Will Ferrell. Pero aunque su roce con la celebridad no trascienda la noche de hoy, Jenkins parece dispuesto a seguir haciendo simplemente lo mejor de cada pequeño espacio que conquiste en el cine, agradecido y divertido. Un año atrás, cuando The Visitor recorría Estados Unidos y amigos y periodistas le auguraban un futuro enteramente nuevo lleno de protagónicos, él contestaba con humor y sensatez, que no estaba esperando un estrellato tardío: “Tengo 61 años. Quiero decir, ¿qué papeles me van a dar? Esta película no fue más que un regalo que recibí”.

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