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Domingo, 23 de agosto de 2009
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Teatro > Aspero: las ventajas de una obra típica

Lacan y la causa

Tres militantes encerrados en un aguantadero, esperando el llamado del jefe que les diga qué hacer después de un acto de violencia fallido que cometieron. Sobre esa premisa, Santiago Gobernoni, que venía de la experimentación del biodrama, se anima a montar una obra inteligente, atrapante y reflexiva a partir de las convenciones más usadas del teatro.

Por Mercedes Halfon
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Aspero lleva como subtítulo “Una obra típica”, y es así. Una obra sobre la razón de ser de toda obra. Es decir, si hay algo visto en el teatro de ayer y de hoy es la idea de dos, o tres, o cuatro personajes, encerrados en un lugar, esperando determinada resolución, un llamado, un arribo, algo. Simplemente esperando, encerrados. Como si la explicación de que esas personas permanezcan en ese lugar –un lugar llamado escenario– tuviera que ser tematizada, vuelta argumento con mil matices, desde Godot hasta el off de BA. Aspero (una obra típica) parte de esa obviedad: tres personajes, en este caso militantes de un partido desdibujado en su ideología, que esperan encerrados en una especie de aguantadero, el llamado de su jefe, el gordo Demi Moore. Son militantes de base y vienen de una manifestación donde hubo gases y disturbios, ellos golpearon a alguien que les habían marcado, pero, al parecer, se equivocaron de persona. Por eso ahora deben esconderse, esperar encerrados, pasar algunas horas o días o meses, ante los ojos de los espectadores.

La obra dirigida y escrita por Santiago Gobernori –joven director de quien se vio el año pasado el biodrama Deux Ex Machina– trabaja con esa estructura conocida por todos para producir corrimientos hacia lugares completamente inesperados. Gobernori cuenta que el origen de la obra tuvo que ver con cierta desconfianza sobre el criterio de novedad que lo venía empujando o que habitualmente empuja en el momento de iniciar una nueva producción. “Venía pensando que eso de la novedad en el teatro es algo que no es tan importante. Lo que nos va a llamar la atención de una obra son justamente sus formas. Por eso decidí trabajar adrede con un sistema obvio, evidente, con los elementos más conocidos del teatro que vi en los últimos años.”

Este trío de militantes –interpretados de forma inolvidable por Raúl Fernández, Hernán Oviedo y Juan Barberini– funciona con dificultad, hay competencia, desconfianza dentro de su torpeza y su corto entendimiento casi bufonesco, pero aún así, cada tanto, producen una reflexión que aparece como un golpe de sentido, como si llegaran a ella tras años de psicoanálisis duramente lacaniano. Hay una explicación. Dentro de las lecturas que hicieron en el proceso de producción de la obra estuvo Slavoj Zizek, y sus ilustraciones de Lacan a partir de la cultura de masas, especialmente del cine. Esto no se ve en la obra directamente, pero sí hay algo que aparece y que tiene que ver con mantener latente entre los personajes una rareza que pulsa por salir. Algo así como lo “real indecible”, lo “no simbolizable”, tras la realidad, que viene a materializarse teatralmente en un extrañísimo personaje femenino. El hallazgo aquí, en este universo de matones tontuelos y sensibles, forzados a golpear una y otra vez a personas creyendo en una inverosímil carrera política, es la forma en que esa mujer fatal va a aparecer y enloquecerlos. Ella es Emilse, interpretada por un hombre, Hernán Oviedo, que con tan sólo unas gafas de marco blanco y una peluca de pésima calidad, logra volver locos a los otros dos compañeros de encierro. Las cosas se ponen raras en el aguantadero, no se sabe si en la Caja Pan de la que comen hay harina o leche en polvo, si se le pegó a un poli o a un pony, no se sabe exactamente por qué se pelea, por qué pelear.

Pero lo mejor de todo es que la reflexión sobre las convenciones del teatro, como si dos boxeadores se pusieran a pensar qué hacen en ese ring pegándose, en vez de bajarse, no hace perder la fe en ese teatro sino todo lo contrario, las llena de vitalidad. Se disfruta de la belleza de los acuerdos más tontos, más infantiles. Aspero (una obra típica) logra conmover con su discurso político ausente, con la soledad de los militantes que quedaron afuera de donde sucede la verdadera representación. La política.

Aspero (una obra típica) se puede ver los domingos a las 17. Reservas al 15-66777050.

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