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Domingo, 26 de enero de 2003
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BOLETOS ERAN LOS DE ANTES

MUESTRAS En el Museo de Arte Moderno (MAMBA) funciona una curiosa organización cuya sigla trae reminiscencias sindicales: ABTE es la Agrupación Boletos Tipo Edmondson, abocada a preservar la memoria viva de la cultura ferroviaria a través de una de sus más diminutas joyas: los viejos boletos de cartón. Su método: coleccionar pasajes de todo el mundo y exhibirlos en una muestra que busca rescatar un fragmento de la historia del país.

Por Pablo Plotkin
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Auténtica máquina edmondson.
¿Es posible leer la historia en un boleto de tren? O en todo caso: ¿se puede plantear una deconstrucción simbólica de la historia mediante la articulación (incompleta) de cientos de boletos ferroviarios? Patricio Larrambebere no se hacía esta clase de preguntas cuando, un día curiosamente epifánico de 1994, decidió que empezaría a coleccionar boletos tipo Edmondson. Rastreando marcas y objetos que fueron desapareciendo al calor de las reformas económicas del menem-cavallismo, el pintor dio con uno de esos boletos de cartón que habían sobrevivido a más de ciento cincuenta años de erupciones tecnológicas y transformaciones políticas. El ejemplar era de 1982, emitido en la estación de Coghlan. Lo que encontró allí, además de una esquirla de la Argentina previa a las privatizaciones, fue (a sus ojos) una pequeña maravilla de diseño y perdurabilidad.
Thomas Edmondson era un ebanista inglés que trabajaba en una estación de ferrocarril y que, alrededor de 1830, inventó un sistema de impresión y contabilidad que pronto se propagaría por el mundo. “Era un tipo que sabía hacer cosas con las manos”, apunta Larrambebere. “Un tipo que, a partir de la necesidad de su trabajo, se pone a pergeñar un sistema que implica la contabilidad del ferrocarril, la maquinaria para imprimir los boletos, el formato, el material, el almacenamiento.” Al morir Edmondson, su hijo heredó la patente, que luego vendería, pero el pasaje de tren de cartón duro pasó a la historia con el nombre del ebanista. Al tiempo que se conectaba con el ambiente ferroviario argentino y con coleccionistas de boletos de otras partes del mundo, Patricio investigó vida y obra del buen Thomas y los hechos lo llevaron a fundar una organización ficticia: la Agrupación Boletos Tipo Edmondson (ABTE). “Me interesó mucho sumergirme en ese mundo y descubrir políticas de gobierno a partir de un boleto, descifrar la función social del ferrocarril y, por ende, la historia del país”, aventura el fundador de ABTE, que por estos días (hasta el 31 de enero) emplaza su sede temporaria en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Los boletos sugieren más preguntas que respuestas, y en verdad integran una cronología geopolítica más bien difusa, asistida por detalles y pequeños indicios más que por el rigor de los acontecimientos históricos. Pero, además de testificar que la estética nunca puede estar disociada de la coyuntura económico-social, la colección de boletos de Larrambebere es una reivindicación de la cultura del trabajo y la importancia del oficio. “Había distintos boletos según quién fuera la persona que viajaba: boletos para inmigrante, para militar, para periodista, jubilado, pensionado, estudiante, boleto para perro, para afiliados a partidos políticos. Otra pista son los cambios de nombre de las estaciones, según quien gobernara. Y con los boletos extranjeros pasa lo mismo. Tengo uno de 1951 de lo que actualmente es Kenia, que entonces era una colonia británica. Es un boleto para transportar carga, pero tenía que ser usado por un pasajero africano de tercera clase. No existía formalmente la esclavitud, pero sí había una opresión racista muy fuerte. Y eso es evidente en el boleto.”
La sede temporaria de ABTE en el MAMBA es a la vez un club para aficionados a la cultura ferroviaria y una instalación de arte regada con olores de estación (aceites, tintas, desinfectantes). Patricio prefiere llamarla simplemente “sede temporaria”. El núcleo de la obra consiste en los compartimientos de cartón (el mismo cartón en el que se imprimían los boletos) que albergan la colección de pasajes, el espacio audiovisual con vídeos que registran las acciones de esta organización semiabstracta, y una salita en la que traquetea una impresora Edmondson original que funcionaba en Plaza Constitución. Patricio cuenta cómo consiguió la reliquia: “Cuando se privatizaron el Sarmiento y el Mitre (que fueron los últimos ferrocarriles que imprimieron este tipo de boletos), la imprentacerró, se amontonó el material en un rincón y se hicieron oficinas de otra cosa. Entre toda la chatarra estaba esta máquina inglesa. Le pedimos al organismo nacional de administración de bienes del Estado que nos la prestara para la muestra. La idea es que después vaya al Museo Nacional Ferroviario o, en el peor de los casos, a alguna institución a la que le interese mantenerla”.
Además del perfil coleccionista, gráfico y archivero, ABTE desplazó su radio de acción a la calle, o más bien a las estaciones ferroviarias, mediante intervenciones pictóricas y la difusión de una serie de calcomanías que reivindican los oficios desaparecidos y la dinámica del antiguo ferrocarril. Cultura ferroviaria no es eficiencia contemporánea, reza, por ejemplo, uno de los slogans. La aparición de las inquietantes máquinas expendedoras humanas en el 110º aniversario de la estación de Coghlan es otro hit de la agrupación. ¿Agrupación? “ABTE no tendrá una forma orgánica, pero genera distintas cosas”, asegura Patricio.
Las intervenciones pictóricas consisten en pintar de blanco una parte de los carteles deteriorados de las estaciones, marcar el contraste y, de esa forma, establecer “un control alternativo a la gestión de las empresas concesionarias, un registro de lo que pasaría con estos edificios si fuesen tratados de otra manera”.
El artista Eduardo Molinari, que firma un texto exhibido en la sede temporaria, señala: “El mismo discurso civilizatorio que dio origen a la presencia del ferrocarril (los beneficios tecnológicos, el libre comercio, el progreso) es el que lo desmanteló en la década del ‘90. El actual desdén hacia nuestra tierra, el aparente desprecio hacia el destino de nuestro territorio, el permanente discurso que pretende presentar como vacío, incluso como anacrónico, nuestro espacio público, son la manifestación de una caprichosa (ideológica) ligazón de intereses locales con otros ajenos a nuestra comunidad con fuertes antecedentes históricos. De esta unión surge una construcción, una narración de nuestra propia historia que potencia la dependencia y la crisis”.
Para Patricio, el desmantelamiento de la red ferroviaria argentina se relaciona con “la pérdida de lo físico”. “Hoy comprás un boleto de ferrocarril y a las dos semanas se te borró, porque está hecho sobre papel termosensible.”
¿ABTE es, entonces, una forma de oposición al arte degradable? “No, no estoy haciendo un statement contra el arte efímero”, se apura a responder Larrambebere. “Acá estamos hablando de otra cosa. El artista puede usar los elementos que se le antojen, ya sea editar una página web o tallar mármol. Las acciones de ABTE surgen como reacción al descuido de un material que es patrimonio de todos nosotros. Las estaciones de ferrocarril representan mucho en términos culturales e históricos. En muchas ciudades y pueblos fue lo primero que se construyó. Es algo muy pesado dentro de la historia del país, para bien y para mal. El ferrocarril es el paso posterior a la campaña de sumisión y exterminio de lo natural: la campaña del desierto, instrumentada para generar la factoría que fue la Pampa Húmeda. Los ferrocarriles fueron la cabecera de playa de todo eso, la herramienta del sistema colonial. Pero más allá de esa historia, que hay que tenerla presente, el país después fue hacia otros lugares. Y así como el sistema democrático actual pretende limitar la intervención popular a las elecciones periódicas, el nuevo sistema ferroviario quiere neutralizar toda iniciativa del pasajero. Por eso desalojaron a las sociedades de fomento, que trabajaban junto al ferrocarril estatal para el mantenimiento de las estaciones. Cuando se privatizaron, se clausuraron las sedes y los edificios empezaron a venirse a pique. Las estaciones que no pudieron subalquilar sus espacios a locutorios o a bancos, empezaron a degradarse.”

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