Patti y Robert en la tapa de Just KidsPatti Smith tenÃa 20 años cuando llegó a Nueva York desde Nueva Jersey, y dejaba atrás un ingrato empleo en una fábrica, una familia que la querÃa, pero probablemente no la comprendÃa, y su primer hijo, que nació cuando ella tenÃa 19 años y fue dado en adopción. Estaba llena de influencias, de devociones: Jean Genet, Rimbaud, Dylan, Lotte Lenya. QuerÃa ser artista, no sabÃa si pintora o poeta o qué, pero eso que la urgÃa y atragantaba sólo podÃa ser conseguido en Nueva York, que entonces vivÃa el fin de una de sus etapas de bohemia más mitológicas: Dylan en Greenwich Village, Warhol y sus estrellas, la Velvet Underground. Ella llegaba para inaugurar otra etapa de la ciudad; una ciudad que ya no existe, con sus artistas hambrientos en departamentos que nadie querÃa alquilar, el optimismo entre la pobreza y el peligro, una elegante crudeza que podÃa encarnar tanto en los Ramones como en Tom Verlaine. O en Robert Mapplethorpe, que es el otro absoluto protagonista de Just Kids, el volumen de memorias de Patti Smith que acaba de publicarse en inglés, y que comienza y termina con el llamado telefónico que le anuncia a la autora la muerte de su mejor amigo, de su alma gemela, en 1989. Pero la narración no llega tan lejos. Apenas se pone en puntas de pie para mirar el éxito futuro, presagiado por la pequeña y enorme colaboración entre Mapplethorpe y Smith que les darÃa un nombre a los dos: la tapa de Horses, el disco debut de Smith y uno de los retratos más famosos de Mapplethorpe, donde ella posa con el saco al hombro, en una actitud desafiante y tan joven, hermosa en su delgada androginia.
Más tarde, ella serÃa la poeta punk, la rockera mÃstica que parecÃa siempre flotar por sobre sus contemporáneos (Patti Smith es brillante en la construcción de mitologÃas, propias y ajenas; y él serÃa el fotógrafo terriblemente talentoso y controversial, con sus imágenes de hombres, flores y cuero, y sus acusaciones de obscenidad). Pero la historia que Patti quiere contar se detiene antes. Como si quisiera guardar la pureza de esos comienzos hambrientos en todo sentido, cuando ella ni siquiera sabÃa que serÃa cantante y poeta, y él todavÃa dibujaba. Cuando se estaban formando, solos, niños silvestres con pinturitas escuchando Blonde on Blonde y mirando libros de arte, obligados a compartir todo, recolectando talismanes. Algunos crÃticos compararon Just Kids con Crónicas Volumen 1 de Dylan, y es cierto que los libros se parecen, deliberadamente quizá, sobre todo en la insistencia en el linaje, las referencias, la vida vagabunda, la inocencia previa a la iluminación. Sólo que Patti Smith es, claro, una alumna de Dylan. O se siente una alumna, que es lo mismo. Entonces hay algo de fan y de suburbio en su libro, un ansia de hablar de su generación para que esa juventud que de verdad hizo la escena neoyorquina de los ’70 no se quede sin voz, una preocupación por mostrar de qué se alimenta un artista antes que un desvelo sobre cómo escaparle a la fama. Y, sobre todo, Just Kids es una elegÃa al amigo y el amante, el chico de rulos lleno de ambición que armó con Patti Smith una primitiva nueva familia donde los roles de género y la sexualidad eran un hermoso lÃo que no atormentaba demasiado a nadie. Son una pareja del futuro, la bisagra entre décadas, visionarios con los ojos insomnes, ambiciosos, duros y algo mÃsticos, listos para sobrevivir a los años ’70.
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