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Domingo, 21 de febrero de 2010
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Retrato de los artistas cachorros

¿Cómo se forjó esa década áspera, rabiosa, desilusionada pero con esperanza, crecida a la sombra de Dylan, Warhol, Los Beatles y Vietnam, esa década que tomó a Nueva York como el centro del mundo y habitó sus barrios marginales, sus departamentos derruidos, para crear una movida llena de poesía francesa, de espíritu beat y de actitud punk, esos años ’70 iluminados e insomnes que no bailaron música disco? Patti Smith, madrina y fundadora de aquella época, los revisita en Just Kids, un libro de memorias, recién editado en inglés, a la manera del Crónicas de Dylan, en el que recuerda esos primeros pasos junto a su hermano del alma, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, en una década y una ciudad que no los esperaba y que terminarían refundando.

Por Mariana Enriquez

Patti y Robert en la tapa de Just Kids

Patti Smith tenía 20 años cuando llegó a Nueva York desde Nueva Jersey, y dejaba atrás un ingrato empleo en una fábrica, una familia que la quería, pero probablemente no la comprendía, y su primer hijo, que nació cuando ella tenía 19 años y fue dado en adopción. Estaba llena de influencias, de devociones: Jean Genet, Rimbaud, Dylan, Lotte Lenya. Quería ser artista, no sabía si pintora o poeta o qué, pero eso que la urgía y atragantaba sólo podía ser conseguido en Nueva York, que entonces vivía el fin de una de sus etapas de bohemia más mitológicas: Dylan en Greenwich Village, Warhol y sus estrellas, la Velvet Underground. Ella llegaba para inaugurar otra etapa de la ciudad; una ciudad que ya no existe, con sus artistas hambrientos en departamentos que nadie quería alquilar, el optimismo entre la pobreza y el peligro, una elegante crudeza que podía encarnar tanto en los Ramones como en Tom Verlaine. O en Robert Mapplethorpe, que es el otro absoluto protagonista de Just Kids, el volumen de memorias de Patti Smith que acaba de publicarse en inglés, y que comienza y termina con el llamado telefónico que le anuncia a la autora la muerte de su mejor amigo, de su alma gemela, en 1989. Pero la narración no llega tan lejos. Apenas se pone en puntas de pie para mirar el éxito futuro, presagiado por la pequeña y enorme colaboración entre Mapplethorpe y Smith que les daría un nombre a los dos: la tapa de Horses, el disco debut de Smith y uno de los retratos más famosos de Mapplethorpe, donde ella posa con el saco al hombro, en una actitud desafiante y tan joven, hermosa en su delgada androginia.

Más tarde, ella sería la poeta punk, la rockera mística que parecía siempre flotar por sobre sus contemporáneos (Patti Smith es brillante en la construcción de mitologías, propias y ajenas; y él sería el fotógrafo terriblemente talentoso y controversial, con sus imágenes de hombres, flores y cuero, y sus acusaciones de obscenidad). Pero la historia que Patti quiere contar se detiene antes. Como si quisiera guardar la pureza de esos comienzos hambrientos en todo sentido, cuando ella ni siquiera sabía que sería cantante y poeta, y él todavía dibujaba. Cuando se estaban formando, solos, niños silvestres con pinturitas escuchando Blonde on Blonde y mirando libros de arte, obligados a compartir todo, recolectando talismanes. Algunos críticos compararon Just Kids con Crónicas Volumen 1 de Dylan, y es cierto que los libros se parecen, deliberadamente quizá, sobre todo en la insistencia en el linaje, las referencias, la vida vagabunda, la inocencia previa a la iluminación. Sólo que Patti Smith es, claro, una alumna de Dylan. O se siente una alumna, que es lo mismo. Entonces hay algo de fan y de suburbio en su libro, un ansia de hablar de su generación para que esa juventud que de verdad hizo la escena neoyorquina de los ’70 no se quede sin voz, una preocupación por mostrar de qué se alimenta un artista antes que un desvelo sobre cómo escaparle a la fama. Y, sobre todo, Just Kids es una elegía al amigo y el amante, el chico de rulos lleno de ambición que armó con Patti Smith una primitiva nueva familia donde los roles de género y la sexualidad eran un hermoso lío que no atormentaba demasiado a nadie. Son una pareja del futuro, la bisagra entre décadas, visionarios con los ojos insomnes, ambiciosos, duros y algo místicos, listos para sobrevivir a los años ’70.

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