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Domingo, 21 de febrero de 2010
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Personajes > Charlotte Gainsbourg saca un disco compuesto por Beck

De postre, Charlotte

Por Juan Pablo Bertazza

Al igual que el contacto que enciende el fuego, al igual que las despedidas que todo lo van congelando, es difícil detectar la consagración entre todas las consagraciones. Aunque en Francia la aman desde siempre, algunos dirán que la consagración de Charlotte Gainsbourg –hija de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, nacida en Londres y crecida en París– se dio en Jardín de cemento (1993), su primera actuación angloparlante. En este filme, dirigido por su tío Andrew Birkin, en el que comete un incesto terriblemente erótico con su hermano, termina de configurar su estampa entre perversa y tierna, entre Lolita andrógina y femme fatale que ya venía insinuando con su padre: juntos habían filmado en la cama un videoclip de la canción “Lemon incest” en la que decían: “Este es el amor que nunca haremos”. Otros dirán que la consagración vino de la mano de su protagónico en Jane Eyre (1996), donde parece enamorarlo a Mr. Rochester mucho más de lo que lo enamoraba el personaje del libro. Jane Eyre resulta ideal para que Charlotte dé rienda suelta a su belleza plebeya, su belleza de cara (mal) terminada artesanalmente –la boca desorbitada, los ojos ocupando demasiado espacio en un estrecho rostro– que nos deja desencajados y con la boca abierta. Pero quizá la consagración definitiva llegó en el 2007 con una película de la que no es protagonista: I’m Not There, la biopic sobre Dylan. Tal vez sea un descuido, tal vez sea otra de las artimañas del filme de Todd Haynes. Lo cierto es que, además de Christian Bale, Richard Gere, Heath Ledger, el niño Marcus Carl Franklin y Cate Blanchett, Charlotte Gainsbourg también aporta su grano de Dylan. La escena de sexo con Ledger es no sólo de lo mejor de toda la película, sino también una de las mejores escenas de amor de los últimos años. Y las primeras frases de “I Want You”, ese confuso e inconfundible himno al deseo o, mejor dicho, al momento en que el amor está en el aire –o el aire se transforma en amor y, entonces, el amor es la única respuesta que sopla en el viento–: “El enterrador culpable suspira/ el organillero solitario grita/ los saxofones plateados dicen/ que debería rechazarte/ las campanas agrietadas soplan con desdén en mi cara”. Mientras tanto, los dos corriendo por la calle, los dos revolcándose en la cama, ella mostrando en un eterno segundo esa mezcla irresistible de pezón prominente en teta chica que muchas grandes tetas envidiarían –algo que exacerba hasta el paroxismo en la insoportable Anticristo, de Lars Von Trier que sólo hay que ver por ella–. Y la mano de él maniobrando suavemente la última región de su espalda, Charlotte despeinándose en cada beso, Charlotte vistiéndose, graciosa, Charlotte pintando. Todas son escenas Gainsbourg.

Hoy Charlotte canta y sigue cantando y, además de estar por presentar otras dos películas, Persecution y The Tree, acaba de sacar un disco verdaderamente original. IRM es tan, pero tan bueno que da la sensación de que pasaron siete vidas entre su aparición y 5:55 (2006), su mediocre disco anterior. Canciones que hablan del final con seducción, alegría, color, mezclando folk, blues y hasta algo de punk de una manera tan experimental y luminosa que dan ganas de pasarse toda la vida hablando de la muerte. Claro que casi todos los temas fueron creados por Beck, quien además produce el disco. Pero Charlotte no sólo deslumbra con la interpretación de sus temas sino que, otra vez, dejó algo más que una semilla para hacer crecer la planta: las ideas y el ritmo, pero también los sonidos de las resonancias magnéticas (cuyas siglas dan nombre al disco) que le hicieron en 2007, a partir de un accidente en esquí acuático que le produjo un derrame cerebral. Y, a propósito de ese encanto que pasea de manera sutil pero inolvidable por canciones y películas de otros, tal vez nunca haya hecho un equilibrio tan delicado y devastador como en la película sobre Dylan: antes de esa magnífica escena de sexo, Charlotte le pregunta al Dylan de Ledger qué le gusta de ella y él responde sin dudar: “tu pelo, tu boca, tus ojos, tus labios”, y nosotros lo relevaríamos a Ledger de su propia muerte para seguir hasta el infinito esa enumeración. Pero algo nos detiene y nos deja sin hablar, porque Charlotte también agrega un cover al gran soundtrack del film con una desgarradora y primaveral versión de “Just Like a Woman”, una canción sobre Edie Sedgwick que termina hablando de ella misma. Su voz de susurro delata que le está cantando al espejo: y Charlotte hace el amor exactamente como una mujer, parece a punto de quebrarse como una nena pero –y, por eso, ergo, por lo tanto, that’s why– siempre logra mantenerse en pie.

Exactamente como una mujer.

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