A nadie le gusta ser entrevistado, pero sin embargo a nadie le gusta decir que no; porque los entrevistadores son corteses y gentiles, incluso cuando vienen a destruir. No digo que vienen conscientemente a destruir o que se dan cuenta despu茅s de que han destruido; no, creo que su actitud se parece a la del cicl贸n que viene con la graciosa propuesta de enfriar un pueblo que est谩 agobiado por el calor y no se da cuenta, despu茅s, de que le ha hecho cualquier cosa al pueblo, menos un favor.
El entrevistador te examina hasta el 煤ltimo detalle acerca de la creaci贸n, pero no concibe que uno puede ver eso como una desventaja. La gente que culpa a un cicl贸n lo hace porque no reflexiona acerca de que las masas compactas no son la idea que el cicl贸n tiene de la simetr铆a. La gente que le encuentra culpas a un entrevistador lo hace porque no se da cuenta de que, despu茅s de todo, es un cicl贸n aunque disfrazado bajo la imagen de Dios, como el resto de nosotros; que no es consciente del da帽o incluso cuando est谩 limpiando un continente con tus restos: piensa que te est谩 haciendo las cosas placenteras. Por lo tanto la manera justa de juzgarlo es teniendo en cuenta sus intenciones, no su trabajo.
La entrevista no fue una invenci贸n feliz. Es quiz谩 la m谩s pobre de todas las maneras de llegar a lo que est谩 dentro de un hombre. En primer lugar, el entrevistador es el reverso de la inspiraci贸n, porque uno le tiene miedo. Uno sabe por experiencia que no hay opci贸n entre estos desastres. No importa lo que 茅l ponga, uno ver谩 de un solo vistazo que hubiera sido mejor si pon铆a esto otro: no que eso otro hubiera sido mejor que esto, sino meramente que no hubiera sido esto; y cualquier cambio debe ser, y hubiera sido, una mejora, aunque en la realidad uno sabe muy bien que no lo hubiera sido.
Puede ser que no sea claro. Si es as铆, es que fui claro 鈥揳lgo que s贸lo es posible de hacer siendo poco claro, porque lo que estoy tratando de demostrar es lo que uno siente en esos momentos, no lo que uno piensa鈥損orque uno no piensa; no es una operaci贸n intelectual; es s贸lo dar vueltas en un confuso c铆rculo habiendo perdido la cabeza. Uno s贸lo desea, de una manera tonta, no haberlo hecho, aunque no sabe realmente qu茅 es lo que le hubiera gustado no hacer, y sobre todo no le importa. Ese no es el punto: uno simplemente desea no haberlo hecho, sea lo que sea; el qu茅 es una cuesti贸n de importancia menor y no tiene nada que ver con el caso. 驴Llegan a comprender lo que quiero decir? 驴Se han sentido as铆? Bueno, as铆 es como uno se siente cuando ve impresa la entrevista que le hicieron.
S铆, uno le tiene miedo al entrevistador y eso no es inspirador. Uno cierra el caparaz贸n, se pone en guardia, trata de mimetizarse perdiendo los colores; intenta ser manipulador y hablar alrededor de un asunto sin decir nada sobre 茅l: y cuando uno ve esto impreso, le da n谩useas comprobar que ha tenido 茅xito. Todo el tiempo, con cada nueva pregunta, uno se pone alerta para detectar hacia d贸nde se dirige el entrevistador y pasarle por el costado. Especialmente si uno atrapa al entrevistador intentando hacernos decir cosas graciosas. Y la verdad es que siempre trata de hacer eso. Lo demuestra tan claramente, trabaja para eso tan abierta y desvergonzadamente que su primer esfuerzo cierra la reserva de humor, y el segundo la sella.
Supongo que nada realmente gracioso se ha dicho en una entrevista desde que se invent贸 este intercambio sobrenatural. Sin embargo, el entrevistador debe tener algo 鈥渃aracter铆stico鈥 as铆 que 茅l mismo inventa los humorismos y los intercala cuando escribe la entrevista. Siempre son extravagantes, con frecuencia demasiado floridos, y generalmente enmarcados en 鈥渄ialecto鈥 鈥搖n dialecto inexistente e imposible鈥. Este tratamiento ha destruido a m谩s de un humorista. Pero eso no es m茅rito del entrevistador, porque no intent贸 hacerlo.
Hay cantidad de razones por las cuales la entrevista es un error. Una es que el entrevistador nunca parece darse cuenta de que lo m谩s inteligente que puede hacer, despu茅s de haber intentado abrir esta y la otra y aquella canilla con una multitud de preguntas hasta encontrar esa que fluye libremente y con inter茅s, es mantenerse en esa l铆nea de interrogatorio y tratar de conseguir lo mejor de all铆, y dejar de lado todo lo que ha asegurado antes. Pero no piensa en eso. Se asegura de cerrar ese manantial con una pregunta sobre alg煤n otro tema; y enseguida su pobre peque帽a oportunidad de conseguir algo que valga la pena llevarse a casa ha desaparecido, y para siempre.
Hubiera sido mejor mantenerse en el asunto que su hombre est谩 interesado en tratar, pero nunca podr谩 convencerlo de hacer esto. No ve la diferencia cuando uno le entrega metal o paladas de barro. Todo es lo mismo para 茅l, apunta todo lo que uno dijo; despu茅s ve que son cosas un poco verdes y que no val铆an la pena de ser dichas, as铆 que intenta arreglarlo poniendo algo de su cosecha, que cree es maduro, pero en realidad est谩 podrido. Cierto, tiene buenas intenciones, pero tambi茅n las tiene el cicl贸n.
Sus interrupciones, su manera de pasear de un t贸pico a otro, tienen un efecto muy serio: lo dejan a uno tartamudeando ante cada t贸pico. En general, uno consigue expresar lo justo, lo suficiente como para da帽arse; uno nunca llega al lugar donde puede explicar y justificar su posici贸n.
Este ensayito contra la entrevista fue escrito por Twain hacia 1889 o 1890, en pleno nacimiento de la prensa amarilla, cuando 茅l ya era una celebridad literaria que hab铆a derramado humor, agudeza, sensibilidad y mucha inteligencia en los a帽os fundacionales de la literatura norteamericana, a quien acud铆an los reporteros con insistencia. Las diez p谩ginas escritas a mano permanecieron in茅ditas en la Universidad de California hasta hace pocos d铆as, cuando la Mark Twain Foundation las dio a conocer. Su notable actualidad parece el hielo en que fueron congeladas y mantenidas con vida.
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