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Domingo, 27 de febrero de 2011
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Hallazgos > El Che para principantes

Alcanzar una estrella

Después de pasar por todos los medios posibles, desde el poster hasta la remera, ahora el Che debuta como personaje en uno de los pocos terrenos que le quedaban libres: la literatura infantil. Ilustrado por el surcoreano Ju Yun Lee y editado por La Marca Terrible, El Che, la estrella de un revolucionario, primer intento de contar la historia de Guevara a los adultos del futuro, tiene aciertos, debilidades y una polémica en puerta.

Por Violeta Gorodischer
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La imagen del Che Guevara fue la más difundida del siglo XX (pregúntenle si no al artista irlandés Jim Fitzpatrick, dispuesto a viajar a La Habana para demostrar que el célebre retrato es de su autoría y hacer valer sus derechos). En la recta imaginaria de su derrotero, el líder revolucionario devino pancarta, poster, afiche, bandera, remera, biopic, road movie, emblema de militancias, icono pop, stencil, merchandising y ahora, por si un nicho había quedado abierto, protagonista de cuentos infantiles. En principio, la idea parece simple: contarles a las nuevas generaciones la vida de uno de los hombres más importantes del siglo pasado. El Che, la estrella de un revolucionario se llama el libro de La Marca Terrible, un apéndice de La Marca Editora que, en su aniversario número 18, se dio el gusto de lanzar al mercado una colección de libros infantiles. La idea nació del editor Guido Indij que, a la hora de escribir los textos, convocó a Constanza Brunet (editorial Marea), quien ya había editado y escrito otros libros sobre Guevara. El hallazgo fundamental fue delegar los dibujos en Ju Yun Lee, un ilustrador surcoreano que Indij conoció en la última Feria del Libro de Francfort. Evidentemente, el hombre sabe tomar decisiones: salirse de las imágenes convencionales, apostar a un trazo duro, llenarlo todo de colores, inclinarse por lo simbólico y representar ríos de lágrimas para los oprimidos, estrellas azules como signo polifónico, metralletas que disparan discursos a la hora de la revolución... Una suerte de choque cultural que deriva en una mirada artística tan pura como sugerente, de lo más interesante.

A nivel del texto, en cambio, la cosa es un poco más predecible. Además de las frases célebres escritas sobre las ilustraciones (“Sueña y serás libre de espíritu; lucha y serás libre en la vida”; “Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás”; etc.), la narración lleva los aspectos más destacados de la vida del Che Guevara a los esquemas clásicos del cuento infantil. Entonces Ernesto y su amigo Alberto salen a recorrer Latinoamérica en moto; sienten tristeza al ver la pobreza de los pueblos; entienden de pronto que los villanos son los “dictadores y las multinacionales” (sic) que explotan la tierra y sus trabajadores. Unas páginas después se les une un tercer amigo (Fidel) y junto a él, Guevara emprende la gran aventura de su vida: liberar a un país que vive bajo el yugo de un tirano. Así empieza el combate desigual entre el héroe y su siempre hiperbólico oponente. En este caso, el dictador y su ejército. “Parecía una misión imposible”, dice el narrador, pero finalmente logran vencerlos y Cuba se transforma en una fiesta. Luego, el Che parte hacia “tierras lejanas” para liderar nuevas revoluciones. Hacia el final, el libro nos dice que él ganó muchas batallas, que perdió muchas otras, pero que su ejemplo nos enseñó a todos que luchando por un ideal se triunfa siempre. Y fin de la historia. El asesinato en Bolivia se reserva para la biografía de la segunda parte, escrita (curiosamente) por otro coreano llamado Mi Ran Kim y dirigida para los adultos que guíen al pequeño lector: un racconto textual y fotográfico de sucesos que ya transitaron, con mayor complejidad, autores como Jon Lee Anderson o Paco Taibo Ignacio II, en su última y monumental obra Ernesto Guevara, también conocido como El Che (Planeta). No es que el reduccionismo sea malo per se. Convengamos que ningún adulto con dos dedos de frente le contaría a un nene la brutalidad inherente a la lucha armada, ni los detalles macabros de un asesinato sangriento. Pero tal vez en la anulación de la complejidad histórica, tal vez en la presentación maniquea de los hechos, algo quede en el camino. Lejos de los dobleces morales de los clásicos personajes infantiles (los pícaros Hansel y Gretel que infringen la Ley del Padre; la coqueta Caperucita que se desvía de las reglas impuestas para una niña casta y bien educada; el pillo Pinocho que se hizo célebre gracias a sus mentiras), el Che en su versión sub-12 se presenta de una sola y unívoca forma. Y allí es donde el libro no alcanza a ser todo lo “vanguardista y revolucionario” que pretende. De todas formas, no es esto lo que desacredita el intento de ¿polémica? que apareció en estos días, cuando ante la posibilidad de llevar el libro a las escuelas primarias ya hay algunos sectores (tal vez los mismos que cuestionan la inclusión en los planes de estudio del cacerolazo y las marchas y los escraches como formas de manifestación política) que levantan indignados el dedito. Se huele un tufo anacrónico, señores: si se puede escribir, hablar, representar algo de cualquier forma y con todo tipo de recursos como se hizo durante los últimos cuarenta y tres años con el Che Guevara, es porque ya se instaló un consenso tácito al respecto. Es un personaje trascendente en Latinoamérica y es necesario para los adultos del futuro conocerlo. Sí cabe preguntarse, en cambio, en qué medida los matices y dilemas morales de un hombre que asumió como propia la misión de cambiar el mundo podrían sumarse a este neo-relato infantil. ¿Cuál sería la forma de transmitir esto a los niños del siglo XXI? Será cuestión de ver qué sucede con la representación de los próximos personajes de la colección. Hasta ahora, los confirmados son Los Beatles, Eva Perón, Gandhi, Picasso y... el mismísimo Steve Jobs, fundador de Apple. ¿Será que en la era 2.0 la división entre héroes y multinacionales no es tan tajante como el Che creía?

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