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Domingo, 13 de abril de 2003
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Plástica

Patear el tablero

Para inaugurar la temporada 2003, la Galería del Rojas -otra vez en manos del que fuera su curador más notorio, Jorge Gumier Maier– eligió una no-obra de un no-artista: las extrañas “pinturas rupestres” de Alfredo Battistelli, un ferroviario rosarino que un buen día se jubiló y decidió embellecerle el patio a su mujer.

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POR SANTIAGO RIAL UNGARO
Alfredo Battistelli no fue un artista. Nativo de Rosario, este trabajador de los ferrocarriles alguna vez tuvo como destino una casilla en medio de un salar donde los trenes pasaban muy de vez en cuando. Ni siquiera en esos momentos de soledad, en un espacio encandilado por el blanco sal, el celeste de la bóveda celestial y la luz argentina, se dedicó a pintar o al arte. Sin embargo, la Galería del Rojas eligió exponer las creaciones de este an-artista para inaugurar su temporada 2003.
Curada por Jorge Gumier Maier y Leo Battistelli, nieto de Alfredo, la muestra reconstruye el patio del abuelo Alfredo, un jubilado que sobre el final de su vida se dedicó a decorar su casa y convirtió una arquitectura aburrida o deficiente en un santuario familiar, un universo íntimo, mágico y secreto destinado a reinventar (y redimir) su casita de trabajador retirado. La idea básica de la curación es de Leo Battistelli, crítico y artista rosarino, y busca reproducir no tanto el patio como su espíritu, escenario de un arte inevitable y necesario. Dice Battistelli nieto: “Yo crecí junto a esas imágenes. Crecí junto a esos mundos pequeños que brotaban por toda la casa. Me alucinaba reconocer materiales y me perdía en esos lugares acompañado de su relato... Llegar a casa de mi abuela era entrar en el mejor de los libros: las imágenes me atrapaban en historias increíbles, lugares lejanos, gentes desconocidas”. En este sutil rescate emotivo, la posibilidad de entrar en las imágenes cuenta con un interesante plus: el vacío de arte que supone la “obra” de Alfredo Battistelli, que jamás hizo lo que hizo pensando en exponerlo. Y es esa ausencia de artisticidad lo que lo vuelve un artista. No es casual, entonces, que Jorge Gumier Maier lo haya elegido para su vuelta a la Galería de Rojas, un espacio que ya había curado durante siete años mostrando la obra de artistas como Omar Schilliro. Alfredo Londaibere, Miguel Harte, Sebastián Gordin, Fabio Kacero, Marcelo Pombo, Luis Lindner y Fernanda Laguna (más conocida por su experiencia en Belleza y Felicidad).
Hacia 1989, en un texto titulado “Avatares del arte”, Gumier Maier escribía que “el arte, lo sagrado, se escurre de las pretensiones, adolece de fugacidad, se instala donde no se lo nombra”. Las sencillas creaciones de Alfredo Battistelli –artista malgré soi, víctima de la fugacidad del arte en un momento tardío de su vida– encarnan esta idea. “Hace mucho que estaba pensando en qué muestra elegir para empezar, y no tenía presente a Battistelli porque ‘no es un artista’. Pero cuando vi su obra, me fascinó. Yo quería algo que tuviese una marca bastante singular, y Battistelli capta el ‘espíritu Rojas’.” La singularidad del patio, dada en gran parte por la curiosa y delicada armonía de colores y formas, fue lo que más se buscó preservar. Su nieto recuerda: “Una línea rosa separaba en dos la pared del patio: arriba verde agua, abajo blanco. Vías, trenes, carnavales, murgas, bailes, piletas de natación, autos, flores y coyas se encontraban para inmortalizar el recuerdo, enternecer la mirada y alegrar la casa”. La alegría, discreta y sugestiva, capta también la alegría del reencuentro entre Gumier Maier y la Galería del Rojas, promovido por Fabián Lebenglik.
Mucho se ha escrito y hablado sobre “la estética del Rojas”, el “arte light”, “kitsch” y “rosa” (un color que, como el mismo Gumier Maier señaló en su momento, siempre se asoció a lo maricón, lo débil y lo sentimental, y que aquí está presente en la línea horizontal que divide las paredes) de los artistas que pasaron por la galería. Para Gumier Maier no se trata tanto de una estética como de una “actitud”, acaso la que él mismo describía en las Jornadas de la Crítica de 1996, cuando decía: “El arte, como la vida, no es un problema –y menos aun un trabajo–. Es un misterio”. Pero las piezas de Battistelli son fruto justamente del ocio creativo de un jubilado, lo que se conecta con otra de las paradojas que busca plantear Gumier. “Yo no cuestiono el valor del trabajar –dice–, pero sí la intencionalidad predeterminada, cuando vos ya sabés lo que vasa hacer. Me parece que el arte pasa más por una cierta navegación de la incertidumbre. No digo que sea más artístico uno que está delirado y colgado que uno que está concentrado y controlado. Pero creo que el arte surge por el desconcierto, por no saber cómo es la vida, y si esa elaboración de los misterios no está presente, es publicidad gráfica: ya se sabe qué se va a decir y eso es lo que se muestra. Lo de ‘salta el arte’ viene por ahí: a veces yo estoy trabajando en algo determinado, con las medidas que me dieron, para cierto lugar, y en la mitad del trabajo aparece algo.”
En rigor, si se puede confiar en el gusto de Gumier Maier es porque en su crítica del formato “arte” y del culto al “estomaguismo” y el efectismo hay un sentido del arte, o de eso que él mismo llamó “el Tao del Arte”: una ética y una estética que hacen que sea confiable como “guardián del arte”. De ahí que su rol esté expuesto a malentendidos y polémicas. Recientemente, Ernesto Montequín, en un texto severo y atrevido titulado “Estertores de una estética (minutas de un observador distante)”, analiza y critica la intención de Belleza y Felicidad de asumir el legado del Rojas, legado que según Montequín desembocó en un cierto facilismo subjetivista, un arte “empeñado en parecerse a sí mismo” que, a la vez, se distingue por “no parecerse al arte”. Gumier Maier, por su parte, se limita a señalar el absurdo de un “arte subjetivo”, en la medida en que parece presuponer la existencia de un “arte objetivo”.
Las preguntas por la estética, Gumier Maier prefiere contestarlas con la ética del capricho: su propio gusto. “A mí la obra me tiene que gustar, y estas obras de Alfredo me fascinan. Se me acusa de mostrar sólo lo que me gusta. Pero, ¿hay gente que muestra lo que no le gusta? Voy a decir una genialidad: vivimos en un mundo globalizado, y creo que también está muy globalizado el mundo del arte. Y esto implica disciplinamiento. Yo creo que cuando las cosas pretenden ser artísticas, molestan, ¿no? Se impone el formato arte. Y cuando el formato arte se impone sobre el arte, lo que hace es destruir, obstaculizar, coagular. Y hay mucho formato arte. En la inauguración, una curadora me preguntó si en esta nueva etapa iba a mostrar nuevas tecnologías. La pregunta en sí me parece un disparate, y creo que viene de una idea de lo que tiene que ser el arte contemporáneo. Esta muestra patea el tablero de lo que es el arte contemporáneo.”
Nada más lejos de Alfredo Battistelli, claro, que la pretensión de patear el tablero. Volviendo al patio, su delicado manejo del color se ve potenciado por la simplicidad de las herramientas con las que trabajaba y la materia prima que tenía a su disposición. Azulejos, cerámicos, plásticos, nylon, cuerina, alambres, fórmica, madera, cartón, arandelitas, cables y hasta boletos de tren sirven para dar vida a paisajes gauchescos, mundos subacuáticos, flores y demás figuras en las que demuestra, además de su talento como dibujante, un refinamiento inusual. Ninguna de estas piezas tiene nada de basura. Sintéticas y funcionales, llenas de gracia y también de cierta tosquedad propia del arte rupestre, tienen, casi sin quererlo, un estilo. Dice Gumier Maier: “Creo que eso tiene que ver con la decoración, un término que muchas veces se usa –con razón– peyorativamente, porque lo confundís con el arte de Palermo Hollywood. El arte nace como decoración. Todos los pueblos decoran el cuerpo, la ropa, los objetos... No hay ningún cacharro de ninguna cultura que no tenga pintado algo, aunque sea un palito. El cacharro es funcional, sirve para comer o beber, así que, ¿por qué hacerle una muesca o pintarle algo encima? Una de las cosas que más me gusta hacer cuando voy por el interior y tengo un rato libre es tomar un colectivo cualquiera y meterme en la periferia o en algún pueblito cercano. Lo fantástico es ver cómo hasta el rancho más piojoso está decorado: la ventana puede caerse a pedazos, pero está pintada de color naranja. ‘Decoración’ viene del sánscrito y alude a la protección y la custodia de lo sagrado. La decoración es lo sacro. Y el arte surgió como algo sacro. El arte funerario, la adoración de los dioses, los rituales de los muertos y las divinidades, la decoración delas casas: todas esas cosas siempre estuvieron entrelazadísimas. Cuando digo ‘sagrado’, no estoy hablando de una estampita religiosa. Acá lo sagrado es que este tipo se jubiló y le decoró el patio a su mujer. ¿Hay algo más sagrado que transformar algo en belleza, que hacer la vida más bella?”.

Alfredo Battistelli (1920-1987) en la Galería del Rojas (Corrientes 2038) hasta el 7 de mayo.

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