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Domingo, 20 de abril de 2003
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Plástica

Retratos de locura extraordinaria

Poeta y pintor, Jacobo Fijman militó en las filas vanguardistas de Martín Fierro, pasó fugazmente por la Facultad de Filosofía y Letras y murió en el Borda, donde estuvo encerrado los últimos veintiocho años de su vida. “De niño me dijeron que sería un gran pintor y quemé toda mi obra”, dijo una vez. Parte de lo que sobrevivió al fuego se expone ahora en la galería Rubbers.

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POR MARTÍN PAZ
En el mes de mayo 1969, Jacobo Fijman, en una de sus últimas salidas del hospicio, asistió a la presentación del número de la revista Talismán que lo homenajeaba. La reunión, organizada por Vicente Zito Lema y Enrique Molina, se realizó en la Galería Rubbers: el mismo espacio en el que en estos días se exhibe una colección de pinturas del artista.
En Molino rojo, su primer libro de poemas publicado en 1926, Fijman escribió versos premonitorios. “Fui un desaparecido, el más ausente”, dice en el poema “Cena”. De algún modo ése fue su destino. A pesar de haber pertenecido a los grupos de vanguardia de la década del ‘20, de haber publicado crítica y literatura en periódicos y revistas especializadas como La Nación, Mundo Argentino, Crítica y Martín Fierro, entre otras, y de ser autor de una de las producciones más originales de la literatura argentina, sus textos rara vez integran los programas de las universidades, sus libros son difíciles de encontrar en bibliotecas y librerías y su obra plástica era completamente desconocida hasta hace unos pocos años. Sumado a esto, el anecdotario y los dichos de Fijman, a mitad de camino entre la genialidad y el delirio, suelen tener el efecto colateral de ocultar su obra, que periódicamente es redescubierta y homenajeada.
De los tributos que cada tanto rescatan la figura de Fijman del olvido, el más eficaz fue sin duda el que le hizo Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres, donde Fijman aparece con el nombre de Samuel Tesler. En el comienzo de la obra, Marechal ofrece un perfil del filósofo parodiando las Vidas de filósofos ilustres de Diógenes Laercio y escribe: “Bien que su padre fuera sólo un discreto remendón de violines y su madre apenas una dulce tejedora de cáñamo, Samuel Tesler afirmaba descender en línea recta de Abraham el patriarca y de Salomón el rey; y cuando alguno ponía en duda el carácter sacerdotal de su estirpe, exhibía su frente rugosa en la que juraba y perjuraba sentir los dos cuernos de los iniciados. Un lustro apenas tenía cuando emigró con su tribu y sus dioses a las tierras del Plata, donde creció en fealdad y sabiduría, recorrió paisajes, tanteó caracteres, estudió costumbres, y gracias al más asombroso de los mimetismos llegó a considerarse un aborigen de nuestras pampas, hasta el extremo de que, mirándose al espejo, solía preguntarse si no estaba contemplando la mismísima efigie de Santos Vega”.
Fijman fue uno de los pocos personajes que Marechal reconoció como fuente de inspiración para componer los personajes del Adán Buenosayres. Al respecto afirmaba: “Quise incorporarlo a la mitología de nuestra ciudad, junto a Xul Solar, señalando su categoría de héroes metafísicos, es decir, en un nivel superior del mito”.

EL JUDÍO ERRANTE
Lejos de la insuflada prosa de Marechal, los hechos de la biografía de Jacobo Fijman son más o menos así. Nació en Rusia en una familia de campesinos judíos en 1898 y siendo niño emigró a la Argentina. Desde muy joven se manifestó como un lector voraz de matemáticas, filosofía, literatura clásica y religión. Antes de los veinte años, ya instalado en Buenos Aires, tuvo un breve paso por la Facultad de Filosofía y Letras, en la que se dedicó principalmente al estudio del griego y el latín. Ya había escrito sus primeros poemas y colaboraciones periodísticas cuando, por esa misma época, sin motivo aparente, fue encarcelado y castigado con brutalidad. Este episodio es el que, según sus biógrafos, lo marcará para siempre. En los ‘20 integró el grupo Martín Fierro, realizó –como era costumbre entre sus participantes– un par de viajes a Europa y se relacionó con los principales referentes del movimiento surrealista. Luego se convirtió a la religión católica e intentó ingresar a la orden de los benedictinos, pero fue rechazado. De regreso a la Argentina, Fijman vagabundeaba por el país y tocaba el violín para comer. Finalmente, en1942, sumido en la miseria, se internó en el Hospicio de las Mercedes, actualmente el Hospital Borda, donde permaneció hasta su muerte, en 1970.

EL APARECIDO
En su juventud, Fijman integró con Batlle Planas, Pompeyo Audivert y otros artistas plásticos un grupo considerado precursor del surrealismo en la Argentina. El destino de su producción pictórica de esos años, sin paradero conocido, quedó develado en la extraordinaria entrevista que Zito Lema le hizo poco antes de su muerte. La respuesta de Fijman fue contundente: “De niño me dijeron que sería un gran pintor, entonces quemé toda mi obra”.
Según el autor de Hecho de estampas, un poeta “tiene que estar al servicio de Dios, y si no, es preferible que esté al servicio del Demonio. Lo más denigrante es tener un patrón humano”. Estas preocupaciones místicas que atraviesan la obra literaria dejarán su impronta en sus cuadros: “Entre mi pintura y mi poesía hay una sola mano. Por ello, las mismas concepciones”, declaró alguna vez. A pesar de sus lecturas y su admiración por Tomás de Aquino, a quien descubrió tempranamente, la idea del hombre que Fijman plantea en la cita está más cerca de los aspectos maniqueos del pensamiento de Agustín. La escisión cuerpo-alma, la mirada ajena sobre su cuerpo y la indiferencia ante el dolor de la carne se aprecian en muchos de sus trabajos, donde un cuerpo desmembrado parece flotar y alejarse.

EL MÚSCULO DE LA TRISTEZA
La muestra que se expone en Rubbers está integrada por pasteles, una carbonilla, un trabajo a lápiz y una monocopia. Lysandro Galtier, escritor, artista plástico y amigo del poeta, conformó esta colección en la segunda mitad de la década del ‘50, con las obras que Fijman le regalaba cada vez que lo visitaba en el Borda. Pese a que no tienen títulos ni fechas, una primera aproximación al conjunto de pasteles permite distinguir tres momentos, tres estados de ánimo en la producción de Fijman: uno de fragmentación, en el que el trazo es abrupto, con marcados cortes en el pastel, y donde figura y entorno se confunden; un segundo estadio de abstracción, que es minoritario dentro de este grupo de trabajos; y por último un momento “figurativo”, de líneas nítidas, en las que aparece una figura de perfil mirando hacia atrás que nos remite al propio Fijman. Daniel Calmels, autor de El Cristo rojo, el excelente libro dedicado al poeta, analiza este último grupo de obras y las denomina “autorretratos”, poniendo el énfasis en la representación del cuerpo. En las figuras de Fijman, la cabeza siempre cae hacia adelante o hacia el costado. Son imágenes inmóviles, de abatimiento o de éxtasis. Calmels, que es terapeuta especialista en psicomotricidad, las relaciona con las dos pasiones de Fijman: la ejecución del violín y la práctica de la oración. Y agrega una explicación de la que será muy difícil desprenderse al observar los cuadros: “Uno de los músculos afectados por la medicación es el trapecio, también llamado por los anatomistas ‘el músculo de la tristeza’. Es el que incide en el mantenimiento de la cabeza erguida. Por efectos de la medicación, o por la marca que une al psiquismo con el cuerpo, en el ambiente de un hospital neuropsiquiátrico, la producción pictórica de Fijman da a ver la infinita soledad, la tristeza, la desesperanza. Lo sabía por los demás cuerpos y por el suyo propio, lo enunciaba sin dilaciones: ‘La mayoría de los dementes tienen la médula desviada’”.

La muestra permanecerá abierta hasta el 26 de abril, de lunes a viernes de 11 a 20 y los sábados de 11 a 13.30, en la galería Rubbers, Suipacha 1175 PB. Entrada libre y gratuita.

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