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Domingo, 18 de septiembre de 2011
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Arte > La muestra de Fernanda Laguna y Vicente Grondona toma las paredes de la galería hogareña María Casado

La vida de una casa

Una ofrece una serie de criaturas geométricas, multiformes, abstractas y a la vez figurativas, pero sobre todo dotadas de una vida emocional capaz de expandir la del espectador. El otro, cuadros que parecen haber sido pintados con un solo trazo que se extiende atravesando géneros y formatos con la asombrosa capacidad no sólo de cobrar vida sino de darla. Los dos –Fernanda Laguna y Vicente Grondona– exponen juntos en esa peculiar galería montada en una casa que es María Casado.

Por Claudio Iglesias
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Las geometrías sensibles de Fernanda Laguna

Dos operaciones sobre el soporte son recurrentes en las últimas criaturas pictóricas de Fernanda Laguna: cortes sobre la tela que conforman figuras geométricas de vacío y marcos de mimbre que se extienden en el espacio desde sus rectángulos originales, como una flora hidrotrópica repentinamente proliferando en la dirección ubicua del agua. Los cortes incorporan el otro lado a la imagen, sea el fondo neutro de una pared o una animada reunión social. No sustraen nada sino que aumentan la receptividad de la pintura. A partir de ambos resortes, cortes y mimbres, sus piezas se despliegan sobre la tridimensionalidad y el espacio exterior de la vida, con una avidez similar a la de un ser sintiente. Laguna sigue, en este punto, a Oiticica al pie de la letra: no experimenta con la imagen si no es para experimentar con lo viviente y sus posibilidades. Pero si el principal amante platónico de Mondrian en el Río de Janeiro de comienzos de los ’60 repudiaba la vida figurativa del cuadro en pos de la vida genuina del mundo, Laguna utiliza las operaciones sobre el soporte para continuar una en otra. Su lenguaje figurativo-abstracto sale al espacio en la forma de figuras geométricas, va y vuelve de la figuración, sale y se pone como un cuerpo astral presto a eclipses, conjunciones y cambios de órbita. La vida que celebra es anfibia, llena de ambigüedades y perplejidades. Sus piezas son retratos de criaturas extendidas sobre su ambiente, ya no humanas o no solamente humanas, aunque lleven su Jack Daniels en la mano y su cigarro en la boca y se paren sobre dos patas. Estos nuevos bohemios monocromos y multiformes consisten casi enteramente de tentáculos y curvas: en términos de la historia de la pintura se ubican, aproximadamente, entre la vida pura que Oiticica encontraba en las plazas de Ipanema y los pulpos de Feliciano Centurión, un nombre clave para entender la procedencia sentimental de muchas de las ideas de Laguna. Sus figuras, como los pulpos parsimoniosos y gigantes, son seres con la capacidad de sentir aumentada. Esta facultad que Donna Haraway llamaba tentacularidad podría llamarse también vincularidad, pues no es sino la capacidad de conectar con el mundo y las cosas. Se trata de ampliar el espectro de emociones, operar sobre él como un compositor sobre las gamas y los modos del sonido, pero a la vez sintetizando su expresión y consagrándola en protagonistas no enteramente humanos, como un círculo negro que llora una gota de vacío que es también de una guitarra y una especie de luna. Los fondos interplanetarios y musicales le dan un aspecto galáctico y al mismo tiempo microscópico a esta vida fantasiosa y profunda, para nada homologable con la vida social común y las emociones de medio término a las que es afecto el mercadeo de productos electrónicos. Sus personajes no son reconocibles como personas integrantes de un círculo, participantes de nuestra red de amigos, contactos de nuestro teléfono en definitiva. Lo de Laguna está muy lejos de la vincularidad considerada de esta manera, como un valor de consumo. Si Oiticica gritaba que la pintura no es cuadro, Laguna parece decir que la vincularidad no tiene nada que ver con las redes sociales: de ahí su fundamental romanticismo, irrealizado y alegre. Muchas de las pinturas narran historias de amor entre triángulos rosados y círculos naranjas que fluctúan hacia la dimensión estelar, otras son historias de tristeza, de locura y de entusiasmo. Todas comparten el denominador común de la infatuación y la extensión sobre lo exterior. Llenas de referencias a sus seres más queridos, son a la vez universales, porque apelan a surcos cerebrales que todos tenemos. El cerebro de los homínidos de hecho es una formulación espléndida de la relación entre curvas, cortes e hiperestesia: su capacidad de procesar información cognitiva y emocional aumentó exponencialmente en la medida en que fue capaz de curvarse para aumentar la superficie de las redes neuronales sin magnificar su volumen total. Una singularidad parecida tiene lugar en la obra de Laguna, una que puede llevarnos más lejos como civilización: la capacidad de compadecernos, dejar aparte nuestro orgullo y sentir que un círculo puede llorar.


Suspiral
Vicente Grondona
Fernanda Laguna
María Casado Home Gallery
(Montes Grandes 977, Acassuso)
Hasta el 30 de octubre

Se puede visitar la muestra concertando
una cita previa al 155-4516796
o en mariacasado.com.ar

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