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Domingo, 30 de octubre de 2011
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Arte > Las xilografías de María Inés Tapia Vera

El idioma secreto de los gatos

Dos chicas en ese momento en que un parpadeo, una mirada o un gesto mínimo separan la inocencia de la seducción, una técnica fuera de toda moda, ninguna señal de celulares, mp3 o vida moderna: sólo libros, flores y gatos. Con un universo así de cerrado y sus dos hijas mellizas como modelos, María Inés Tapia Vera ha hecho de sus xilografías pintadas un vergel privado al que asomarse sin penetrar en sus secretos.

Por Veronica Gomez
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Melodía

“La gracia me llegó en forma de gato” anotó Williams Burroughs en sus diarios felinos. Por el contrario, el saber popular gusta atribuir a los gatos las desgracias. En especial si son negros. Detengámonos unos segundos en esta imagen: una niña sentada sobre un césped cubierto de margaritas. Lleva un vestido amarillo con estampado de peces geométricos y lunares blancos. El vestido corto se enrolla en sus caderas y muestra sus piernas largas y firmes. Si la cara conserva aún rasgos de la niñez, las piernas ya han entrado de lleno en la adolescencia. De medio perfil, sus ojos buscan girar un poco más hasta encontrar los nuestros en una mirada mixta: de frente y de reojo. Mariposas amarillo limón revolotean cerca de su entrepierna. Un gato negro merodea, algo cabizbajo, como si repasara los detalles de un plan malévolo que le ha sido encomendado (sospechamos que por la niña). Detrás de ellos, se alza una floresta tupida abarrotada de flores lilas y rosas. Atrás, breves tramos de troncos. Más atrás, la mirada se nos queda incrustada en el espesor de una vegetación sombría. Una mariposa sobrevuela el segundo plano de la puesta en escena pero no penetra la pantalla, queda estampada en el paisaje. La niña nos mira desafiante, por encima de su hombro desnudo. Queda claro: el vergel es su reino y nadie penetrará sus secretos.

Mirada de Gala

Todo aquel que se sabe mirado cae en la tentación de posar. Quiere gustar, en principio, de manera contemplativa. Lejos está su intención de volverse objeto de rayos X. La radiografía es la aniquilación de todo poder de seducción, salvo que quieras ser la novia de Esqueletor. Las protagonistas de las xilografías que María Inés Tapia Vera presenta por estos días en la galería Vermeer posan. Pero no es deliberada la pose. Tienen la expresión de seres escudriñados en su distracción que repentinamente se percatan de que algunos de sus gestos le interesan sobremanera a alguien. Entonces lo vuelven más conscientes y artificiales, estilizándolos. Espabilada de su poder de seducción, la niña-mujer estrena sus recursos. Dijimos antes plan malévolo y tal vez suene apresuradamente malpensado. Como que le andamos buscando la quinta pata al gato. Pero la puesta en escena de la inocencia, con la parafernalia de recursos naïfs, desde mariposas hasta flores aliladas, ¿no huele un poquito a trampa? La mirada prohibitiva de la niña, ¿no incita a traspasar las barreras? “Nunca más me apartaré del camino y adentraré en el bosque”, era la moraleja obtenida por Caperucita Roja después de que el lobo le jugara una mala pasada. Pero estas chicas no parecen asustarse por ningún lobo. Están mucho más cerca de ser una Mary Lennox Craven resguardando su Jardín Secreto, con ese matiz melancólico de una niña que está dejando de serlo y donde hace chispa una incipiente malicia coqueta. Y si exageramos con ganas, le viene pisando los talones la Reina Amelia de Marosa di Giorgio. Pero no vayamos tan aprisa: la obra de María Inés pareciera repetirnos una y otra vez que ciertos límites no van a ser transgredidos. Que el estado latente es mucho más sugestivo y provocativo que la imaginación desbordante de calibre exhibicionista. Tampoco en la técnica encontraremos deslumbrantes hallazgos. Todas son xilografías “iluminadas”, es decir, pintadas post-impresión. Una técnica poco canchera si las hay, que se sitúa casi irremediablemente –si se considerara una opción positiva el remedio– en una esfera disociada de lo que suele etiquetarse como arte contemporáneo. Basta bucear unos minutos por el universo de Xylon para toparse con esa pizca de conservadurismo al mejor estilo ghetto. (De todas formas, la mirada corta no es exclusividad de los defensores de poéticas y técnicas consideradas muchas –y tristes– veces obsoletas.

Primavera en Ciudad JARDIN
Cuántas veces una obra es descalificada o directamente ignorada antes de mirarla realmente, antes siquiera de atrevernos a emocionarnos, sólo porque el contexto al cual pertenece no es muy cool que digamos. Y si somos artistas emergentes (odiosa palabra que nos pone a la espera de la ambulancia) cuando hablamos de circular, ¿en cuántos lugares pensamos? ¿Cuánto estamos dispuestos a invertir para aparecer en las tres o cuatro vidrieras de moda? ¿Acaso no es vox populi que en Bariloche Circuito Chico se puede hacer perfectamente en bondi por un precio módico, sin necesidad de pagar caro una excursión? Las jornadas de artistas-gestores organizadas por el Fondo Nacional de las Artes recientemente, como broche de oro al proyecto Interfaces, pusieron en escena la gran cantidad de espacios y proyectos vigentes a nivel nacional, desde emprendimientos de tres gatos locos inflados de ganas e irreverencia –gracias al cielo, contagiosa– hasta movimientos intensos en el seno de instituciones de larga data o recién venidas al mundo.) Pero dejemos estos asuntos para un debate más exhaustivo y regresemos al universo de María Inés. Hay que agregar que las modelos de sus obras son sus hijas. Y, para sugerir una cuota más de extrañeza, que sus hijas son mellizas. Entremos ahora a la morada de estas muchachas que, aunque sus miradas se anclen frecuentemente en la lectura, lo que menos tienen es ojos de papel. Ojos de carbón sería acertado decir. El carbón engaña: la negritud lo hace pesado a la vista pero lo levantás y es liviano. Y frágil.

TardE de lectura

Como bien señala Nuria Suaya (que entiende de estas cosas porque tiene la edad de las protagonistas de los grabados de María Inés) en estos interiores no hay ni una sola notebook. Ni un celular. Ni un mp3. Ni un e-book. Hay libros. Hay gatos. Hay almohadones y sillas. Hay biombos, alfombras y cortinados con profusión de estampados. Pero ni una sola pista tecnológica que pueda arrancarnos del ensueño de un tiempo exento de contingencia y clavarnos en el presente. Las hijas de María Inés han sido sus modelos desde pequeñas. En obras anteriores a esta muestra, se las ve bien niñas, rodeadas por sus garabatos y sus juguetes. La obra de María Inés es en parte subsidiaria de la maternidad y se ajusta cándidamente a la edad de aquello que la inspira. ¿Qué pasará cuando sus hijas se conviertan en adultas? No hay dudas de que María Inés seguirá encontrando inspiración en su entorno y en su memoria. Convertirá todo aquello donde sus ojos decidan posarse en un conjunto formal sofisticado, de voluptuosidad medida y tierna. El amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo, anunciaba Tejada Gómez. Por suerte, con el arte podemos escapar, de cuando en cuando, del apetito voraz de Cronos.

María Inés Tapia Vera
Grabados
Del 11 de octubre al 11 de noviembre de 2011
Galería Vermeer
Suipacha 1168. CABA
Lunes a viernes de 11:30 a 19 hs

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