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Domingo, 18 de mayo de 2003
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Nota de tapa

Filosofía para principiantes

Para algunos por mérito propio, para otros por la sequía intelectual del mundo del espectáculo, Matrix se convirtió en un fetiche de varios intelectuales para explicar el estado actual del mundo y del capitalismo. El reparto de firmas va de Slavoj Zizek a Peter Sloterdijk, pasando por innumerables tesis y ensayos. Ahora, el estreno de Matrix Reloaded, la segunda entrega de la trilogía, reaviva el debate.

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Por Hernán Ferreirós
Una de las escenas más reveladoras de Matrix Reloaded tiene lugar en Sion, la última ciudad humana, un lugar apenas mencionado en la primera parte, enterrado cerca del centro de la Tierra, “donde todavía hay calor”. Luego de un encendido discurso de Morfeo (Lawrence Fishbourne) acerca de por qué no hay que temer a las 250 mil sondas asesinas que se dirigen a la ciudad para masacrar a todos los habitantes, luego de que el líder carismático esgrima razones del peso de “estamos aquí porque estamos aquí”, instantáneamente comienza una rave subterránea al ritmo frenético de tambores africanos y beats electrónicos. Cuerpos de músculos perfectamente delineados se rozan, se contonean y en ese momento algo se hace evidente: ni un solo raver es blanco, cada uno de los habitantes de la ciudad parece provenir de una minoría étnica. Sion es el lugar donde todas las diferencias conviven y la rave es el evento multicultural definitivo.
Matrix Reloaded muestra lo que queda de la civilización humana como un zoológico de “minorías” –africanos, orientales, indios–, apropiadamente preservadas para la posteridad. Hasta los rasgos hawaianos de Keanu Reeves –Neo, el elegido– revelan una delicada impronta oriental. Tal exceso de corrección política enfatiza (“en el Corán no hay camellos”, diría Borges), en lugar de disimular como pretende, que Matrix Reloaded es una película abiertamente entregada al aprovechamiento de la plusvalía cool que la Norteamérica blanca otorga a los negros. El cine norteamericano reciente tiende a representar la cultura negra como automáticamente más “auténtica” y rica que la de los caucásicos que escriben, producen y dirigen las películas, porque tal cosa es lo que el rap, las estrellas del deporte y la cultura callejera dicen a los adolescentes blancos que llenan los cines. La segunda parte de la trilogía Matrix hace lo mismo pero de modo culposo, acaso porque lleva la tendencia bastante más lejos. Reloaded es puro blaxploitation, ese género creado en la década del 70, que capitaliza los clichés en torno de la negritud y al que pertenecen películas como Shaft (Gordon Parks, 1971) o Superfly (Gordon Parks Jr., 1972). Al mismo modo maniqueo y paródico que esas películas, aquí todos los buenos son negros –excepto Trinity (Carrie Ann Moss) porque es parte de la tradición blaxploitation que haya mujeres blancas junto a los protagonistas–, y todos los malos son blancos –los más malos son al mismo tiempo, y en un exceso de significación, de raza y de color blanco. Hay muchas más ideas tomadas del cine blaxploitation clásico: los protagonistas como expertos en las artes marciales, la existencia de dos mundos paralelos (el blanco dominante y el negro: aquí la matriz es predominantemente blanca, mientras que Sion es totalmente multicultu), el choque cultural entre ambos...
Así como la película parece incapaz de dedicarse alegremente a la explotación del color de sus protagonistas sin antes disculparse mostrando su tolerancia multicultural, tampoco se muestra capaz de entregar su requerida dosis de violencia insensata sin antes intentar estimular las perezosas neuronas de su audiencia. Si la primera parte revolucionó el cine de género y produjo incontables imitaciones fue por la innovación técnica de sus escenas de acción –el efecto “bullet time”, el Kung Fu que desafía la gravedad. La segunda parte avanza en la misma dirección pero carece de la inventiva de la primera. Es, como toda secuela, más grande y más impactante –la persecución en la autopista es simplemente la más extravagante de la historia del cine, algo parecido se puede decir del combate con las decenas de clones del agente Smith (Hugo Weaving)–. Hay, sin embargo, una sensación de “más de lo mismo”, de cierto desgaste que pone estas secuencias a un nivel inferior a las de la primera parte.
En esta película, como en Sade, antes de llegar a la acción hay que pasar por una parrafada de pretendida filosofía. A diferencia de Sade, las preguntas de Matrix Reloaded parecen salidas directamente de una charla enel bar de una sede del CBC tras la primera clase de Problemas Filosóficos: ¿Por qué estamos aquí?; ¿el universo está regido por el azar o tiene un propósito?; si lo tiene, ¿dónde queda el libre albedrío? La pretendida densidad de estas preguntas intenta distraernos del hecho de que el mundo representado en Matrix es básicamente inconsistente.
Como los que vayan a ver esta segunda parte seguramente saben, la matriz es una simulación (un “simulacro” en el léxico “posmo” de Jean Baudrillard, uno de cuyos libros es ostensiblemente exhibido en la primera parte) del mundo tal como existió al final del siglo XX, una realidad virtual diseñada para mantener prisionera, en una especie de animación suspendida, a toda la raza humana. El mundo “real” es un desierto pos apocalíptico fechado en el año 2199 y dominado por máquinas conscientes. En ese lugar, la única fuente de energía proviene del calor generado por los cuerpos humanos mantenidos bajo control por la ensoñación de la matriz. Unos pocos lograron despertar y enfrentan a las máquinas, mientras esperan la llegada del Elegido, un mesías que puede doblegar las reglas del mundo virtual a voluntad y sería capaz de liberar a la raza humana. Las preguntas se hacen solas: si las máquinas sólo necesitan la bioelectricidad de los cuerpos, ¿por qué no conservar a todos simplemente en coma, en lugar de crear una matriz? O, más fácil aún: ¿por qué no gestar animales, en lugar de seres humanos? Y, finalmente, la mayor contradicción: si el Elegido es todopoderoso dentro de la matriz y fuera es una persona más, ¿cómo puede servir al propósito de eliminarla, cómo su acción puede ser definitiva en la lucha contra las máquinas, que tiene lugar en el mundo “real”?
El crítico cultural Slavoj Zizek, en un artículo justamente famoso llamado “The Matrix o los dos lados de la perversión”, afirma que es en estas contradicciones donde la película encuentra su “momento de verdad”: en ellas se señalan los antagonismos de nuestra experiencia del capitalismo tardío, antagonismos que tienen que ver con “pares ontológicos básicos” como realidad y dolor, libertad y sistema. Para Zizek, las contradicciones ponen de manifiesto la crítica central de la película a nuestra época: cómo la libertad sólo sería posible dentro del sistema que impide su total desarrollo.
Sin embargo, en la nueva película la última de las inconsistencias se erosiona: los límites entre la matriz y el mundo “real” se vuelven borrosos y Neo empieza a descubrir nuevas habilidades aun fuera de la matriz, lo que lleva a pensar que la predicción que hace Zizek en su artículo, que el mundo “real” –por esto las insistentes comillas– también será una nueva matriz, es acertada. Para Zizek, acaso el más ingenioso exegeta de Lacan, lo Real no es la “auténtica realidad” tras las simulación virtual, sino el vacío que hace de la realidad algo incompleto o inconsistente. La función de la matriz –para Zizek, el universo simbólico– es ocultar esta inconsistencia, cuya forma más efectiva es “pretender que tras la realidad incompleta/inconsistente que conocemos, hay otra realidad sin un candado de imposibilidad que la estructure”.
Tal es la promesa de las religiones. El universo de Matrix reproduce la dualidad entre cuerpo y alma en la oposición virtual/”real”. Esta nueva parte carga las tintas sobre el aspecto religioso-mitológico llamando a sus personajes El Merovingio, Perséfone, Serafín... Como para darle algo que hacer mientras esperan la próxima parte los ultra nerds dispuestos a decodificar cada referencia hasta las últimas consecuencias. Mientras que en el capítulo 1, claramente la matriz correspondía a lo espiritualreligioso, en esta segunda parte no está tan claro. Ambos mundos se contaminan mutuamente. Acaso porque, como intuye Zizek, la “realidad” no es tal. Reloaded dedica bastante tiempo a explorar Sion y un poco menos a la matriz. Sin embargo, para el espectador experimentado, el mundo “real” resulta mucho menos interesante. Es un refrito del universo de Terminator.La matriz es el lugar de la ruptura conceptual, donde aparecen las ideas más seductoras: aprendemos que se trata de la sexta versión y que hay restos, en ella, de versiones anteriores. En éstas, se sugiere, habrían existido vampiros, alienígenas y otros mitos modernos, algunos de los cuales encontraron su camino hacia la matriz actual. A pesar de que Sion pretende celebrar la diversidad, es en la matriz donde se pueden encontrar los “otros” más atractivos, sobre todo para un observador del género fantástico. Es deseable que la próxima parte (ésta concluye con casi todas las líneas narrativas abiertas, es decir, no tiene final) siga enriqueciendo la matriz, en lugar de ceñirnos al aburrido y políticamente correcto mundo “real”.

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