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Domingo, 13 de noviembre de 2011
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Arte > Rosa Chancho: de la cueva a Barrio Norte

De vuelta a la caverna

Después de instalarse un tiempo en una cueva de 14 kilómetros de profundidad en La Rioja, sin luz solar ni reloj, los miembros del colectivo Rosa Chancho volcaron esa experiencia en una muestra: sonidos, papeles, definiciones, dibujos, fotos. Pero sobre todo, la intención de abandonar la vida moderna en busca de una experiencia más íntima por un rato.

Por Leopoldo Estol
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Apuntes, fotos, poemas, dibujos y la experiencia entera enmarcada cerca de los micrófonos listos para una conferencia de prensa que nadie dará. En cambio, el grupo ofrece visitas guiadas a los visitantes.

Imagínense que un día, cansados de tanta reunión y puntualidad, un grupo de personas se recluye en una cueva. ¿Cómo contarían el paso del tiempo sin la percepción del día o la noche? ¿Se verían modificadas sus costumbres y humor? ¿De qué se alimentarían? Todas estas cuestiones se van desplegando de a poco cuando el rumor de la última muestra del grupo Rosa Chancho se posa sobre nosotros.

Lo poco que sabemos de Rosa Chancho es que, antes que nada, son un grupo de amigos. Lo segundo que se deduce en Internet es que trabajan en relación con instituciones artísticas aunque eso no es ley. Cuando se dieron a conocer organizaban muestras que sucedían dentro y fuera una vidriera vieja, de esos locales amplios que casi no quedan con añejas cortinas que periódicamente se traban. Era un espacio intermedio, la intersección de la calle y el local, obligando a los transeúntes a mirar con más dudas que certezas. Cuando le preguntamos a una estudiosa sobre el colectivo, reflexiona acerca de su nombre: no hubo muchas charlas públicas en las que el arte se preguntará tan explícitamente un rumbo, y una de esas pocas y excitantes experiencias fue Rosa Light vs. Rosa Luxemburgo, un encuentro en el paquete Malba, en donde fue abolida cualquier suspicacia militante a favor de un arte que no debe rendirle cuentas a nadie. “Cuando ocurre es suficientemente mágico”, parecían sugerir muchos de los presentes enarbolados detrás de pancartas con sus propias obras: ojos grandes, esculturas seudonazis tan insólitas como caprichosas, el arte por el arte se multiplicaba en nuestras huestes... El grito en el cielo, “lo político” era tanto una especulación como una profundidad incómoda donde bucear. Como apuntaría Godard desde otra década, todos los planos de una película son políticos y en la búsqueda sesgada de cuál sería el rosa ideal, si un rosa sucio o apolíneo, apareció el chancho.

Michel Siffre, el crono-arquéologo que ayudó a los miembros de Rosa Chancho en la expedición a la cueva riojana. Acá, Siffre en una foto incluida en la muestra, tomada de una nota que le hicieron en National Georgraphic.

La mirada detectivesca se posa sobre el grupo: ¿quiénes son? Acerca de la identidad de sus miembros nos llegan algunos nombres propios: Mumi (claramente es un alias), Javier Villa (reconocido crítico porteño), Osías Yanov (ser de buen humor y parsimonia), Julieta García Vázquez (inquieta, risueña, chispeante) y Tomás Lerner (miembro de vacaciones). No hace falta repasar lo individual para caer en la cuenta de que un equipo está hecho de encuentros. ¿En cuántas reuniones se descose un idioma autóctono? Invadida la mesa de pizzas que acaban de llegar, con una caja de herramientas que va de la curaduría de vereda a la construcción de espacios raros como encendidos pero haciendo gala de lo que es específico del ser muchos: lo social.

En la muestra que puede visitarse hasta el martes, se encuentran pistas de un notable viaje. Podríamos fechar el momento en el que Julieta se acercó hasta la puerta de Michel Siffre, un reconocido cronoarqueólogo, y apretó el timbre de su casa. Era de día, y en contra de las expectativas, él abrió la puerta y se ofreció a colaborar con el proyecto. El paso siguiente era largo: hundirse en una cueva de casi 14 km de longitud en donde perder el tiempo, de una vez por todas.

La cueva hecha muestra: sonidos chirriantes que salen del símil piedra.

Los preparativos abarcaron desde pensar una alimentación a base de píldoras de spirulina que ahorren espacio en la mochila hasta la particular tarea de encontrar la cueva indicada, aquella que sin presentar riesgos extremos tuviese una superficie amplia por la cual deambular. Un amplio sistema de cavidades, con varias habitaciones consecutivas o naves, término caro a la espeleología –la ciencia que investiga estos agujeros milenarios– apareció en Catinzaco, provincia de La Rioja. Hasta allí se movilizaron. Lo último que hicieron antes de entrar fue resetear todos los artefactos: celulares, ipods, relojes pulsera... Como un eco de la civilización, al asomarse encontraron un graffiti: “Deberíamos aprender a dudar de nuestros miedos y certezas sobre los desastres, así como de nuestros sueños de progreso”. Los primeros días son apacibles aunque no haya rastros del sol. Mantienen contacto con Siffre a través de Internet, quien se asegura desde lejos de que todo marche bien. Toman la temperatura del agua que hay en el lugar, realizan un reconocimiento de la fauna: hay arañas, cangrejos, hormigas y moscas. Toman medidas y muestras de algunas piedras. El experimento confunde su iniciática labor como espeleólogos amateurs con el trance que persiste día tras día sin sol ni marca alguna de tiempo. El sueño se impone por peso propio obligándolos al despertar a hacer todo tipo de conjeturas acerca de cuánto pasó. La experiencia se traduce semanas después en una muestra en una galería de Barrio Norte, lugar donde lo aprendido en la cueva toma forma en objetos: sonidos chirriantes que provienen de una montaña de musgo. Una tarima con micrófonos símil conferencia de prensa. Cerca, un pizarrón con apuntes abstractos algo tirados de los pelos. Un marco con anotaciones, literaturas y dibujos afines en donde abrevan sin orden los apuntes que incluye un poema, la definición de ritual o una National Geographic donde aparece Siffre en otra mítica exploración de la oscuridad y el tiempo. En la puesta en sala, coronada por un texto de nueve hojas que narra la experiencia cavernícola, se luce un universo poco jerarquizado en donde más de uno puede seguir de largo. Por eso, para Rosa Chancho, militancia sería la amistosa manera en la que ellos rondan su trabajo: sin hacer marketing proponen encuentros algo más íntimos. La excusa para charlar esta vez serán dos visitas guiadas en donde encontrarse cara a cara con los artistas y preguntarles personalmente si es posible salirse de este mundo de compromisos citadinos.

Otra de sus andanzas –coda de este articulo y obra favorita de los años 2000– responde a una invitación que les hizo Vivi Tellas a un festival de performance. Si pudiésemos mirar la historia del país en un horizonte amplio nos daríamos cuenta de que cada vez que un grupo de hombres armados decidió interrumpir los acalorados diálogos y efervescencias propias de cada época, algunos lazos –por no hablar de vidas– se perdieron para siempre. Sin miedo al divague, el redactor arremete: el día que los Rosa Chancho orquestaron su pieza Mosh, algo en el mundo del arte se ablandó e hizo más lugar. Homenajeando un rito clásico de la cultura rock, la gente desfilaba por una plataforma hasta largarse a las enfervorizadas manos que colmaban el salón, subrayando ese instante de confianza absoluta en el cual una persona se arroja desde un escenario y el amor (qué otra palabra le cabe) de los que están abajo toma el cuerpo y lo pasea por las inmediaciones. En aquella oportunidad, Rosa Chancho mostró sin olvidarse de Rosa Luxemburgo ni bajar un decibel de alharaca que se puede lograr el tan mentado color propio.

Sopor
Rosa Chancho
En Galería Mite
Santa Fe 2729 Primer piso
El grupo dará visitas guiadas los días lunes y martes de 17 a 20 hs.

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