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Domingo, 4 de diciembre de 2011
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Arte 1 > Catalina León: entre lo que pasó y lo que vendrá

Partes de mí

Escombros, fragmentos, telas, pintura, pero sobre todo una piel de hojas delicada y preciosamente bordadas: Catalina León vuelve a la galería en la que empezó para construir uno de sus mundos íntimos donde adentrarse en un ritual silencioso que deja tanto atrás como lo que espera.

Por Tomas Espina
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Vivimos atravesados por una ansiedad imperativa que nos aferra a las cosas, a las palabras, a la computadora, al chat, a la idea de Dios todopoderoso y redentor.

El apocalipsis llegó hace rato y como un virus se nos filtra silencioso e invisible. La conciencia se transforma en nuestro peor enemigo y una urgencia divina nos hace inhumanos. La cabeza de San Juan Bautista fue entregada en bandeja de plata y el año cero fue precedido por la matanza más inconcebible de niños.

Una mujer canta gracias a la vida y se vuela la tapa de los sesos, otra barre la vereda frente a los escombros de su casa destruida por el terremoto de 1985 en Santiago de Chile.

Somos hijos de un miedo ontológico y como zombis caminamos por esta materia amorfa que llamamos vida sin saber cómo ni cuándo volveremos a ser polvo.

Ustedes dirán que exagero, pero digo todo esto sólo para entrar en ese estado de excepción que me asalta cada vez que entro a una muestra de Catalina León.

De regreso en la Galería Alberto Sendrós (galería que la vio nacer) y en un acto de restablecimiento (recordemos que su última muestra en esa galería fue levantada por un desentendimiento entre el galerista y la artista que la llevó a rematar toda la muestra en una verdulería del barrio del Abasto, en la esquina de lo que fue durante varios años su taller, casa y refugio), Catalina vuelve a plantearnos sus interrogantes. Si bien podemos decir que son los mismos (artesanía, muerte, religión, belleza, feminidad, espiritualidad, etc.), parecieran haber pasado por un férreo tamiz en el que casi ya no hay lugar para las evocaciones y alegorías que acompañaron su producción hasta ahora. Ya no veremos fragmentos de la historia de la pintura, retratos ni ornamentos; referencias explícitas de su fascinación primaria que estaban más cercanas a la joven rebelde y mimada de la escena local (que buscaba escaleras para atrapar las espaldas del cielo) que de la mujer que hoy ha tamizado el barro y nos llama a silencio y meditación.

En Muda todos los símbolos que Catalina ponía antes en juego parecieran haber sido desempolvados y entretejidos cuidadosamente en busca de otro orden de cosas. El material ya no es soporte donde ella evoca y escribe. El material se ha amalgamado y es atravesado por su procedimiento. Ella sólo reordena, da otra disposición y un par de toques para que cante y se eleve “lo más que sea posible”. Pero sabe también que lo pequeño e inquietante de las cosas no debe llegar muy alto pues se apartaría del orden de la naturaleza y se quemaría. Entonces se detiene, espera, repara y da otro pequeño toque. Tal vez sea un toque extraordinario, pero nunca el definitivo. Porque somos no- sotros ahora (como testigos del desahogo) los que debemos completar el trazo en la escritura de ese diario.

Por lo general, al pensar la producción de un artista en relación estrecha con su vida, se corre el riesgo de entrar en anecdotarios que nos alejan del potencial simbólico de las obras. Pero en este caso, entrar en una muestra de Catalina es ingresar un poco en el entretejido de sus vivencias, afectos y obsesiones más íntimas. Sin ser autorreferencial, nos invita silenciosa a entrar a su casa. Y siempre es difícil separar la casa de quien la habita.

Por eso mismo y para poder terminar una idea, una confidencia: Catalina cumplió sus primeros treinta años y el reloj otoñal de Saturno ya le dio la primera guadañada. En el lenguaje astrológico, Saturno es el que nos obliga a mudar de ropa, de barrio, de piel y de afectos; ordenar prioridades, definir vocaciones y necesidades para reafirmarnos otra vez en el mundo. Sin embargo, es lícito sospechar que el Dios de la melancolía no la agarró por sorpresa y que ella aguardaba la jornada sacrificial preparada para hacer del cuerpo que la guadaña separó su nuevo tesoro y arsenal de batalla. Los restos del vendaval, las hojas caídas, los trapos viejos (en fin, las pequeñas cosas) debieron ser reordenadas nuevamente para encontrar otro sentido, más quieto, áspero y contemplativo.

En Pintura para piso y plantas, obra con que ganó el premio Petrobras 2007, nos presentaba un jardín que se abría anárquicamente a un mundo de reminiscencias externas, desde la historia de la pintura hasta el arte contemporáneo, entremezclados con plantas, caracoles y semillas de granada (fruta que Proserpina devora periódicamente para anunciar el advenimiento de la primavera). Ahora, en Muda pareciera que ese mundo se replegara como un refugio o un capullo para afianzarse en sí mismo tras la dura estación Saturnina. Y para ello hay que ritualizar los restos y transformarlos en ofrenda.

Y se ve que no tiene ningún apuro, pues ya no hay urgencia. Sabe que el porvenir es circular; que todas las batallas y todas las muertes son una sola y ocurrieron mil veces. Entonces sólo nos queda callar y escuchar el canto que emana de los restos; frotar los escombros, barrer la vereda y celosamente (hoja por hoja) reconstruir otro nido más en la tierra. A la espera de que Proserpina salga, como siempre, de la morada de los muertos.

Muda
Catalina León
Galería Alberto Sendrós
Pasaje Tres Sargentos 359,
de lunes a viernes de 14 a 20.
Hasta el 7 de diciembre.

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