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Domingo, 25 de mayo de 2003
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Música

Grandulón

Una de cal, una de arena. Después de brillar como entrevistado en Bowling for Columbine, el documental de Michael Moore, Marilyn Manson lanza The Golden Age of Grotesque, un disco artificioso, exuberante y absurdo, en el que todos los ultrajes que lo hicieron famoso en los ‘90 suenan inofensivos. Manson ya tiene 34: buena edad para empezar a crecer.

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por Mariana Enriquez
Muchos descubrieron a Marilyn Manson con su aparición en Bowling for Columbine, la película de Michael Moore. Ciertos políticos de la más rancia derecha religiosa norteamericana habían responsabilizado al rocker de la masacre en la escuela de Colorado de 1999: los chicos asesinos se habrían inspirado en su obra para disparar contra sus compañeros y después suicidarse. Aunque torpe y falsa, la acusación consiguió hacer de Manson un chivo expiatorio. El documental de Moore le da la oportunidad de reflexionar sobre el hecho y dar su lúcido punto de vista; nadie que vea la entrevista de Moore con Manson recibirá con indiferencia la aguda inteligencia del rocker. Pero lo irónico de la situación es que, por prejuicio o desinformación, alguien podría creer que Marilyn Manson es estúpido sólo porque toca rock industrial y se maquilla como un asesino serial fantasmagórico. Una vez más, esos fascinados llegan tarde: Marilyn Manson fue un artista interesante y un notable observador desde el comienzo mismo de su carrera.
Para los que se lo perdieron (pero quieren recuperar el tiempo perdido), ahí está el recién editado The Golden Age of Grotesque. Lamentablemente para ellos, el disco apenas demuestra que Manson es un sobreviviente. Alguien que fue sacrificado públicamente y conoció el desastre comercial con Holy Wood –el álbum que lanzó en el 2000, cuando Estados Unidos todavía lo odiaba– pero que pudo seguir sacando discos. El único capaz de aportarle vuelo y espesor al hard rock (sus “sucesores”, Linkin Park o Papa Roach, son lamentables y pueriles). Y uno de los pocos que a la hora de las entrevistas puede deslumbrar con su calma y lucidez.
Pero The Golden Age of Grotesque es una decepción. La culpa ni siquiera es de Manson. Cierto: no tiene el nivel de Antichrist Superstar ni del mucho más glam Mechanichal Animals. Pero tampoco es un disco descartable. Es sólo que su mirada dejó de tener relevancia. Y se le nota la resaca del affaire Columbine. Manson ha amenazado con llevar a juicio a todo aquel que lo relacione con el hecho, y está en todo su derecho: la condena que sufrió fue injusta y estúpida. Pero parece haber quedado atrapado en una situación por demás incómoda: por definición, Marilyn Manson no puede (ni quiere) victimizarse. Por criterio, no puede referirse al hecho. Así, por una serie de circunstancias ajenas a él, ha dejado de provocar espanto.
Quien recuerde el video de Sweet Dreams de mediados de los ‘90 tendrá en mente a una criatura espantosamente flaca y encorsetada, una pesadilla surrealista y una música que parecía concebida en una sala de autopsias. Manson nunca pudo superar ese primer shock. Y desde el 2001, tras el atentado a las Torres Gemelas, con George Bush hijo, Osama bin Laden y el pánico norteamericano en primer plano, ya no hay demasiado margen para aterrar con música y un maquillaje de travesti espectral. En el terreno de lo masivo y lo artístico, la figura de Eminem lo destronó con contundencia. Manson ya no es el mejor retratista del despertar del sueño americano. Ya no es un provocador: es apenas un excéntrico.
Manson vive en la mansión de Hollywood que supo habitar Mary Astor, la actriz de El halcón maltés. Tiene allí su colección de animales embalsamados, los huesos humanos que ganó en subastas y un feto enfrascado que se llama Ludwig, regalo de su novia, la artista fetichista Ditta Von Teese. Vive como un millonario con gustos mórbidos, y The Golden Age of Grotesque es una expresión de su mundo personal: un disco decadente, lleno de sexo tortuoso inspirado en el burlesque, el cabaret de la República de Weimar, la ironía, el artificio y el ingenio del dandysmo, el vodevil norteamericano. Y sobre todo: la exuberancia, el absurdo. Manson lo explica así: “Mucho del disco fue tomado de Dadá, una forma estética anti-artística que no se ajustaba a lo que la gente esperaba. Es muy juvenil: eso es lo malo y lo bueno. Es como robar en un negocio o como cogerse sin forro a una puta que acabás de conocer. Es una expresión del vértigo y el miedo, de pensar ‘mierda, en este momento puedo arruinar mi vida’”. Así, exageradas e inconscientes, son las canciones. El ritmo industrial, casi marcial, que supo concebir martilla en cada una de las canciones, y su voz siempre oscila entre el aullido y el susurro. A veces funciona, como en “Doll.Dagga Buzz-Buzz Ziggety Zag”, una suerte de música de cabaret en código metálico, o en “mObscene”, con ese coro de chicas lúbricas que ronronean “¡Sean obscenos!”. Pero en otras la explosión de odio parece obvia. “Use your fist, not your mouth” (“Usa tu puño, no tu boca”) escupe en su estribillo: “Odio el estilo de vida norteamericano”. Declaración que, de hecho, podría firmar Madonna, quien, como Manson, apeló en American Life a la imaginería militarista y tampoco logró resultados particularmente impactantes. El resto –sus letanías fetichistas, su colección de putas, mutilados, androginia y putrefacción-– suena remanido.
La oportunidad lo es todo en el pop, y estos tiempos son de los más complicados para dar en el clavo. No es que Manson se equivoque: es que no se le ocurre nada nuevo que decir y decide retirarse a su cueva. Apelar a Weimar como metáfora de decadencia y autoritarismo es por lo menos obvio y, en este contexto, casi inofensivo. The Golden Age of Grotesque pudo haber sido el disco de aquel adolescente tímido y enojado que fue Marilyn Manson cuando todavía se hacía llamar Brian Warner. Pero eso sería acercarse peligrosamente a Columbine, con todo lo que trae aparejado. De hecho, ya lo hizo en Holy Wood, que tenía una de sus mejores canciones – “Disposable Teens” (“Adolescentes descartables”)–, y el público lo denostó. Y él quiere seguir siendo una estrella; adorada por pocos, pero adorada. Marilyn Manson ya tiene 34 años, y ya cerró el capítulo de la ira adolescente. Su público también ha crecido. Ahora es la bestia negra: un rey de la extravagancia aislado en su extraño y hermético mundo gótico. Manson admite todo lo que tiene que agradecerle a Michael Moore, que ayudó a que la gente comprendiera lo que quería expresar como artista. Es una pena que Moore haya llegado tarde, cuando el rocker parece haber dicho ya todo lo que tenía para decir.

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