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Domingo, 29 de enero de 2012
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Las luces del estadio

Después de haber pasado una vida artística utilizando metáforas futboleras en sus canciones, Jaime Roos viajó con su hijo Yamandú al Mundial de Sudáfrica 2010, donde presenció cómo sus versos cobraban vida propia durante el épico recorrido de la celeste con el Maestro Tabárez al frente. Un viaje que refleja su documental 3 millones, uno de los más vistos del año pasado en Uruguay, y que se estrenará en marzo en Argentina. En esta entrevista, el cantautor explica cómo fue hacer esta particular road movie con su hijo Yamandú, confiesa que desde su regreso a Uruguay está luchando por cambiar su vida y adelanta que habrá nuevo disco y Jaime Roos para rato.

Por Mariano del Mazo
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El primer plano sobre el Loco Abreu lo muestra tranquilo, seguro. Es una caminata de unos cuarenta metros. Tiene que patear el penal que puede representar el broche de uno de los partidos más emocionantes de la historia de los mundiales: Uruguay-Ghana. Millones de espectadores del Río de la Plata que lo conocen bien piensan: “La pica”. Va Abreu. La toma es espectacular. La cámara lo enfoca al ras del campo de juego. En la tribuna se ven sus padres y su pequeña hija; esos rostros humildes, ajenos a los gestos mediatizados del fútbol de elite, trasmiten angustia. El inconsciente colectivo insiste: “La pica, el Loco la pica”. Apoya la pelota en el círculo del penal. Tras la eliminación del local Sudáfrica por parte de Uruguay, todo el continente africano (el relator dirá: “El continente negro”) se encolumnó tras Ghana. Va Abreu. Los segundos parecen eternos. Toma carrera. Si mete el penal, Uruguay pasa a cuartos de final. Es el equipo sudamericano mejor ubicado. Corre. La pica, el Loco la pica. La pica, la pica. La picó. Locura. Le dio con la punta del botín de su pie izquierdo justo donde pelota y pasto se tocan. La pelota entra bombeada, mansamente, por el medio del arco. Su hija llora en la tribuna, se abraza a los abuelos. Uruguay jugará frente a Holanda. Hay candombe hasta la madrugada. Los relatores se relamen en palabras fuertes: hablan de batallas, de épica, de historia, de fiesta. Jaime Roos también. Esa noche escribe en su cuaderno de viaje: “Los únicos tambores que suenan en Africa son los uruguayos”.

De Obdulio a Auster

Suele ocurrir: 3 millones, una de las películas más exitosas del 2011 en Uruguay, tuvo su origen en un deseo. Jaime Roos quería conocer Rusia y estaba craneando un viaje con su hijo Yamandú, 31 años, holandés, fotógrafo y aliado de su padre en correrías trasatlánticas. La fecha barajada era junio de 2010. Fue Yamandú el que lo despabiló. “Me llamó y me dijo: ‘¿Vos sos consciente de que hay un Mundial en esa fecha?’ En un minuto me estalló la cabeza. Le dije que se olvidara de Rusia, que nos íbamos a Sudáfrica, que yo arreglaba todo y que, además, íbamos a ir acreditados por FIFA. Lo maté cuando le dije: ‘Y vos vas a entrar a la cancha con una cámara y vamos a hacer una película’”.

Ahora es enero de 2012 y Jaime Roos se enciende en una larga charla en Punta Ballena. Acaba de tocar en el Festival Medio y Medio –mejor dicho: acaba de de-satar una fiesta de murga, milonga y rock and roos en Medio y Medio– y frente a un pollo al ajillo y una botella de buen vino argentino cuenta con paciencia, detalle y pasión la trastienda del categórico documental sobre la actuación de la Selección de Uruguay en el Mundial de Sudáfrica, pero también el documental –el documento– del encuentro de un padre con su hijo. El registro del resurgimiento de la mítica garra charrúa y los tristes adioses de dos hombres demasiado separados y demasiado unidos. Como si Obdulio Varela se fusionara con Paul Auster en una película de espíritu charrúa-punk: Los de afuera son de palo. Hacelo vos mismo. O como define Jaime: “Es una road movie, nuestra road movie. Hecha con una camarita de video HD y un cuaderno escolar”.

3 millones es, finalmente, muchas cosas. Es también la extensión de una obra cancionística en el marco de una ceremonia globalizada que el músico describe como La odisea. Aquí no hay goles ni posiciones adelantadas; para la mirada de Jaime los 90 minutos no son un partido, es la duración de pequeñas batallas donde se baten seres nobles y ruines, miserias y grandezas. Las metáforas de tantas canciones al fin se corporizan. Ya no refieren a acciones incomprobables en blanco y negro; la vergüenza uruguaya, la garra, esta vez fue televisada en alta definición. Y el choreo de Holanda, su juego violento, quedó exhibido con una nitidez que da pavura: no es necesario ver 3 millones para comprobar el desfalco, basta con YouTube. Y si “Brindis por Pierrot” dice Toda una vida tapando agujeros. Y si en una de esas salís bueno, se tiran al suelo y te cobran penal, aquí resulta más que evidente que Roos siempre está yendo más allá con su relato. Porque aquí se habla también de agujeros, de la desolación de un tipo cuya mejor canción de su último disco, no casualmente llamado Fuera de ambiente, se titula “Tema del hombre solo”. Y que en el film aparece sin maquillaje, en la toma más descarnada de sus más de dos horas de duración, diciendo: “Siento euforia, pero a su vez me viene una angustia que no puedo parar. Cuando vuelva a Montevideo tengo que reformular mi vida”. Jaime Roos la reformuló y aquí está. “Nunca hablé de mi vida privada. He manejado una ética y si bien elegí que la película mostrara aspectos míos muy personales debo decir que hasta ahí llegué. Me metí tres veces en un centro de vida sana en Entre Ríos y peleo contra el alcohol. Durante el Mundial muchas veces tomé demasiado. Estaba en un período alcohólico, muy angustiado en lo afectivo, con una separación, hecho pelota. Y al mismo tiempo estaba con mi hijo, en Sudáfrica... Una gloria”. Volverá a hablar del Mundial bipolar.

Yamandú es su único hijo. Fruto de su relación con la holandesa Franca Aerts (Franca, Franca ¿dónde andás en Navidades?, el Altiplano te robó, le cantó en la bellísima “Carta a Poste restante”, de su primer disco), fruto de una época de peregrinar por América y Europa en la búsqueda de trabajo y de experiencias no ordinarias, luego de su temprana separación y del regreso a Uruguay, Jaime Roos ha construido con paciencia un largo puente afectivo con su hijo basado en la intensidad más que en la frecuencia. “Cuando leí La invención de la soledad, de Paul Auster, me sentí identificado. Cuando él cuenta que vivía en una casa miserable con su hijo... bueno, yo era okupa en Amsterdam y le hacía a Yamandú una camita en el piso. Yo no sé cómo estará el hijo de Paul Auster ahora, lo que sí te puedo decir es que nuestra relación es muy linda. Somos compinches, no amigos. Un hijo no quiere amigo en su padre, quiere padre. El rol no se debe perder nunca. Hay un momento de la película en que le ofrecen un cigarrillo y mi hijo dice: ‘No, si mi viejo se entera me mata’”.

Al Maestro (TabArez), con cariño

3 millones se va a estrenar en la Argentina en marzo. En Montevideo se estrenó el 4 de noviembre del año pasado, sigue en cartel y la vieron hasta ahora 35 mil espectadores, una cifra considerable para los, precisamente, tres millones de habitantes que tiene el Uruguay. Ganó tres premios de la Asociación de Críticos Cinematográficos: Mejor documental, Mejor música (Jaime Roos) y Revelación Masculina por Fotografía y Dirección (Yamandú Roos). La Cinemateca Uruguaya lo distinguió como Mejor film uruguayo junto con La casa muda, de Gustavo Hernández. La dirección es compartida entre padre e hijo, la edición y el guión de Jaime y Mauro Sarser.

Se trata de un documental soberbio, emotivo, con múltiples registros, que contó con la fortuna que tuvo por ejemplo Cuando éramos reyes, de León Gast, la película sobre la pelea entre Muhammad Alí y George Foreman en Zaire en 1974, uno de los combates de boxeo más conmovedores que se recuerden. Aquí igual: si Uruguay quedaba eliminado en la primera ronda las imágenes de Yamandú y las anotaciones de Jaime hubiesen sido apenas una anécdota familiar. Pero Uruguay hizo un torneo descollante... y allí estaban los Roos para contarlo.

La estructura es cronológica y tiene forma de diario. Abunda el relato en off, a cargo de Jaime; Yamandú es el que empuña la nerviosa y certera cámara que pasa de la más rancia intimidad del cuarto de hotel a la camaradería con la entrañable fauna de los periodistas uruguayos; de apuntes sociales de Sudáfrica a Diego Forlán en un día libre en un zoológico explicando quién gana en una pelea entre un león y un tigre o entre un cocodrilo y un tiburón. 3 millones se apoya en al menos tres ejes: el deportivo (hay imágenes detalladas de cada uno de los siete partidos que jugó la Celeste), las correrías de padre e hijo (¡Jaime Roos totalmente zarpado bailando música electrónica en una disco!) y el entorno local signado tanto por la pobreza como por la calidez y la hospitalidad. “Le pedí a Yamandú que filmara con libertad, en tanto yo escribía todos los días mis crónicas. Por eso compartimos la dirección, aunque conceptualmente todo cayó en mis manos. Pero jamás le dije qué filmar ni dónde poner la cámara. Cuando terminó el Mundial me di cuenta de que teníamos una historia fabulosa para contar. Yo le tenía desconfianza a Yamandú, de la misma manera que él se tenía su propia desconfianza, puesto que no es cameraman, sino un fotógrafo. Cuando visualicé sus imágenes me percaté de que tenía un material extraordinario.”

Ahí te diste cuenta de que había una película...

–No, hasta ahí era un DVD. Recién me decidí cuando conseguí las imágenes de FIFA y doscientas horas de archivo. Con el archivo me volví loco. Estuve un mes y medio visualizando. Solamente un enfermo como yo hace eso.

¿Te costó correrte de lo que se esperaba de Jaime Roos?

–Sí. Fue mi primera película y corría un riesgo histórico. Ni más ni menos que hacer el ridículo. La gente me hacía sentir un pensamiento muy jodido: Ahí está Jaime, un tipo de 55 pirulos que tiene el caprichito de hacer una peliculita con el nene. Fue más duro hacer esta película que mi primer disco...

¿Pudiste manejar el prejuicio?

–Estaba tranquilo. Ya hice seis DVD, tengo tres mil horas de edición, compuse músicas para Campanella, para Renán, para Stagnaro... Metí en la película todo el cine que vi en mi vida. Fui socio de Cinemateca Francesa, del Museo del Cine de Holanda, de Cinemateca Uruguaya cuando tenía quince años. No estudié cine, pero trabajé con Mauro Sarser, el coeditor, que sí es director de cine y me hacía de frontón. La última palabra la tenía yo, pero lo escuchaba atentamente. No soy necio. Yo quise hacer ficción verídica, contar una historia que tenga un hilo conductor, con personajes: el bueno, el malo, el contra, el héroe, el gruñón. Si la ves bien, 3 millones es Hollywood. Hay muchos trucos de Hollywood. La caminata de Abreu cuando va a patear el penal parece salida de un spaghetti western de Sergio Leone. Igual, nada pero nada fue sencillo...

¿Qué no fue sencillo?

–El hecho de tener una guía cronológica fue esencial. Pero ¿qué hacer con eso? No alcanzaba poner lo que pasaba cada día. Había que construir una historia en donde hubiera un hilo que nunca dejara de estar tenso y que adquiriera suspenso y que tuviera características de una película ficcionada, a pesar de que todo era verdad. No hubo una sola escena preparada. Además tenía que intentar que hubiera equilibrio, que la historia no se empantanara. La relación padre e hijo no podía prevalecer... pero por otro lado tampoco tenía que ser todo de la Celeste. Fue tan fuerte lo que pasó a nivel fútbol que podía llegar a tapar el resto y convertirse en una película sobre el Mundial, y yo no quería hacer una película sobre el Mundial...

¿No es una película sobre el Mundial?

–Lo es, pero vista por dentro a través de una serie de personas, esencialmente un padre y su hijo. Están los actores secundarios, que son los periodistas... ¡Son maravillosos y están todos locos! El reparto de actores secundarios fue extraordinario. Entonces fue muy difícil lograr el equilibrio. Yo quise integrar la Celeste, el viaje y Sudáfrica. El momento difícil fue la decisión de cómo manejar estos elementos. Cuando digo Sudáfrica, tengo que tener en cuenta que Yamandú se metió en unas favelas y obtuvo unas imágenes increíbles. Chicos jugando con latas, jugando a la payana con piedras, jugando al dominó. Cero tecnología. O niños de seis años y de doce jugando a la pelota, todos juntos, como cuando yo era chico. Esas cosas no podían faltar. El fútbol profesional tampoco. Y nuestra road movie, menos. Por ahí vino el equilibrio.

Roos ya había participado de la intimidad de un Mundial. Fue el de Corea-Japón, en 2002. No significó, dice, una gran experiencia. Todo lo contrario. En esa vivencia errática hoy encuentra alguna de las claves de la actuación de Uruguay ’10. Por eso la película está dedicada “al Maestro Tabárez”. “En el 2002 toqué en la apertura y conviví con todos: jugábamos al ping pong, compartía los bungalows... Fue una profunda desilusión. Estaba todo mal. Y eso que había un gran capitán como Paolo Montero y jugadores muy buenos. Pero la organización era un desastre. Por eso creo que en Sudáfrica el artífice del triunfo fue Tabárez.”

¿Por qué?

–En la Argentina se critica que los jugadores son millonarios, que no cantan el himno y no sé qué... Los jugadores uruguayos también son millonarios. ¿Sabés cuánta plata gana Forlán? Tabárez trabajó esencialmente el aspecto de la motivación y de lo que significa vestir una casaca y lo que representa la historia que tiene esa casaca. Su pasado de maestro lo ayudó... ¡Les hizo estudiar historia del fútbol uruguayo! Y la aprendieron. Diego Lugano me recitó de memoria doce capitanes de Uruguay en orden cronológico...

El noruego fantasmal

Dice que le va a ofrecer hacer un disco al Zurdo Freddy Bessio como hace décadas lo hizo con Canario Luna. Bessio viene de cantar una polémica versión del himno uruguayo en ritmo de murga, actúa con Jaime y con el Pitufo Lombardo entre otros y es una de las mejores voces del Carnaval. “Es una necesidad hacer ese disco. Y siento que si no lo hago yo no lo va a hacer nadie. Tengo un repertorio especial para él.” Además, quiere encerrarse a componer para su próximo disco propio. Pero ahora vuelve a la película y habla del misterioso Noruego. “El Noruego fue una presencia fundamental en la isla de edición. Un personaje fantasmal que no conoce nada de Uruguay. Cuando incluíamos una escena nos preguntábamos: ‘¿La va a entender El Noruego?’. Era clave, porque nuestra intención fue darle proyección universal a la película. Por ejemplo: la inclusión de la entrevista con Alcides Eduardo Ghiggia, el autor del segundo gol en el Maracaná, para un uruguayo tal vez haya sido obvia. Pero era un material increíble. El de Maradona a los ingleses en el ’86 fue el gol más bello de la historia de los mundiales, y el de Ghiggia a Brasil en el ’50 fue el más épico. Y bueno, pensamos en El Noruego y metimos todo el capítulo Ghiggia. Con las mujeres fue algo parecido, no quería que quedaran afuera: ahí me guié por la intuición. Por suerte no encontré una sola mujer no futbolera que no le haya gustado 3 millones. Eso es un golazo.”

¿La película no tendría que haberse estrenado antes de la Copa América de Argentina de 2011?

–Me tomé mi tiempo. Me presionaron por todos lados para que la terminara antes de la Copa América. Y me presionaron porque temían que Uruguay fracasara. Yo dije que me importaba un bledo: estaba haciendo una película, no un videíto. Al final, haber ganado con tanta autoridad la Copa reafirmó que lo de Sudáfrica no fue una casualidad. Y potenció el enamoramiento del uruguayo por su selección.

¿Sentís que de alguna manera con la película te reciclaste como artista?

–No por mí, pero sí de cara a la gente. Yo no lo tomé como un desafío personal ni nada por el estilo. Te contaba que corría riesgos. Eso sí. Nada más. No quiero parecer soberbio, pero sé relatar una historia. Me siento seguro ahí. Y tomé este trabajo como una prolongación de mis discos. Cuando llegó el momento de editar mi caja negra, el box set, con mi obra completa, la película va a estar. Es el aspecto visual, y también racional y espiritual, de lo que desarrollé en mis canciones. El costo no fue menor. Representó un enorme sacrificio.

¿Por qué sacrificio?

–Porque estuve once meses encerrado, visualizando, editando. Tenía, por reloj, cuarenta minutos para cenar a la noche, veinte minutos para responder mails y... otra vez a laburar. En once meses fui a ver un concierto de Joao Bosco, una película de Woody Allen y una obra de teatro de unos amigos... Después fue todo trabajo.

Un logro lateral de la película es cierta humanización de tu figura...

–Sí, me lo han dicho. Porque para algunos tengo una imagen seria, para otros arrogante, distante. Evidentemente la película me humaniza porque me muestra como soy. Un tipo que rompe copas todo el tiempo. No soy un prohombre, no existen los prohombres. No soy Stalin... ¿Sabés que Stalin no se llamaba así? Stalin quiere decir “el hombre de hierro”. Yo no soy el hombre de hierro. Yo estoy pinchado, hermano, y vos estás pinchado. Estamos todos pinchados. Cada uno a su manera. Por eso no saqué esa escena de la película en la que digo que mi vida es un desastre. Estoy feo y gordo e igual la puse. Y es una de las escenas más elogiadas.

¿Estás haciendo terapia?

–No. He hecho terapia cuando la he necesitado para cosas puntuales. Pero para este tipo de problemas, no hay terapia que valga. Pero voy bien. El hecho de haber llevado adelante una película fue muy importante. El único modo de hacerla es teniendo la cabeza clara, y yo la tuve.

Parece mentira las cosas que veo

Está cumpliendo 35 años de trayectoria y podría vanagloriarse de cada una de sus experimentaciones rítmicas y líricas, que marcaron a hierro tendencias musicales rioplatenses de las últimas décadas. Digamos sencillamente que sin Jaime Roos, por ejemplo, la Bersuit hubiera sido una banda diferente. O La Vela Puerca. O No Te Va A Gustar. O Los Piojos. Roos abrevó de Eduardo Mateo, de Los Beatles, de la murga de la esquina de su casa, del candombe del Barrio Sur, de la milonga y la chamarrita de Alfredo Zitarrosa, del folklore del noroeste argentino y Bolivia; diseñó una psicodelia de mostrador, abundó en la utilización del coro griego como trágico testigo del paso del tiempo y la muerte, tomó –como ya fue dicho–- el fútbol como metáfora y profesionalizó la bohemia oriental a través de un obsesivo tratamiento sonoro, de rigurosos niveles de producción y de una claridad de objetivos encomiable. Prácticamente no se le conocen conciertos en pobres condiciones escénicas. Sólo así pudo conquistar el corazón porteño en los ’90.

A su vez tuvo el tino de no caer en el costumbrismo extremo, esa manera tan melancólicamente uruguaya de mirar la vida, ese mate que no se lava más. Ni en letras políticas maniqueas. Precisamente por ese motivo fue cuestionado cuando regresó de Europa: su afán no partidario en tiempos del Canto Popular Uruguayo era tomado como transigencia o quién sabe qué. Como ocurrió con Eduardo Mateo, su compromiso político fue estético, no dogmático. De ese modo, partiendo desde un punto de vista libre, digamos “beatle”, pudo componer letras existenciales, inteligentes y elípticas como “Los olímpicos” (y el exilio económico: por eso si alguien se borra, qué le podemos decir. No te olvides de nosotros y que seas muy feliz), “Aquello” (dicen que se fue, dicen que está acá, dicen que está muerto, dicen que volverá) o “Hermano, te estoy hablando” (el cortejo fúnebre, las cenizas en el mar picado y Si vienen a preguntarte, nos fuimos a caminar), entre tantas. Definió una obra tan vigorosa que incluye una trama secreta de canciones que dialogan entre sí a través de un sistema de citas, codas y códigos sutiles. Un tema de 1978 puede reaparecer, camuflado, en otro bien diferente de 2004 y así. “Son 35 años... Soy consciente de todo. Me da alivio mi carrera. A veces me da por pensar cuando luchaba contra los molinos de viento... nadie me ayudaba, todo iba en contra y vivía en la miseria. Pero sólo a veces. En lo demás soy inconsciente, porque siento que todavía no terminé nada. Estoy en acción, por eso no funciona el repaso de mi vida.”

En Fuera de ambiente escribiste: “frescura no rima con sabiduría”.

–Sí. Es que nunca quise tener la edad que no tenía. Yo a determinada edad escribía una cosa y a otra determinada edad escribía otra. La frase “frescura no rima con sabiduría” no la podía haber pensado a los 22 años... porque no la conocía. Ahora bien, soy una persona analítica y además tengo un sentido histórico de las cosas. Me doy cuenta de ciertos logros... Ahora, ¿cómo reacciono frente a ello? ¿Como Narciso, que se mira en el estanque? Jamás. Me alegra mucho que se reconozca mi obra... Porque lo que se reconoce es mi obra, no a mí. Yo soy el del “Tema del hombre solo”. Me alegra haber podido hacer una película que, sin ser cineasta, emocionó a mucha gente. Me alegra que haya tantos grupos haciendo murga-rock. Me enorgullece, me halaga, a pesar de que varios no lo reconozcan. Significa que aquello que era una novedad hoy está instalado.

¿Y ahora?

–Ahora quiero hacer un disco que tenga buenas canciones. Es mi única ambición. No da dormirse en ningún laurel. Además, como ya ocurrió con Fuera de ambiente, algunos me tratan como si fuera parte del pasado. Me dan por muerto. “Jaime Roos ya fue”, dicen. Hay mucho gil suelto. Mucho. ¿Jaime Roos ya fue? Yo voy.

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