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Domingo, 6 de mayo de 2012
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Música > Eté, nuevo maldito del rock uruguayo

El Maestro Tabárez

Rockero solitario, amigo de Eduardo Darnauchans cuando era apenas un adolescente, Ernesto Tabárez es el líder y compositor de Eté & Los Problems y el gran perturbador de la escena del rock oriental, que se asusta un poco de su oscuridad y su lúcido pesimismo, plasmado en dos discos contundentes, Malditos banquetes y Vil. Esta semana debuta en Buenos Aires junto a La Vela Puerca y, antes, Radar lo entrevistó en Montevideo.

Por Martín Pérez
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Las canciones tienen la culpa de todo. Cuando finalmente empezaron a aparecer en la guitarra, Ernesto Tabárez primero pensó que las iba a grabar en plan solista, medio folk. Pero enseguida se dio cuenta de que quería una banda de rock. Como no tenía amigos con los que armarla, se acercó a la casa de música donde compraba sus instrumentos y le preguntó a uno de los empleados, baterista, si no conocía músicos con los que tocar sus canciones. Dame las canciones y voy pensando, fue la respuesta. Al día siguiente, el baterista, que tenía varios proyectos y le había dicho que no tenía tiempo para sumarse al suyo, le dijo: toco yo. Lo mismo sucedió con los hermanos Machado, leyendas del killer rock montevideano: Luis declinó inicialmente el ofrecimiento, pero pidió los temas para pasárselos a su hermano menor, Leroy. La respuesta de Leroy llegó por teléfono: voy a tocar yo, y mi hermano también. Y fueron las canciones las que completaron el combo, ubicando al legendario Andy Adler como productor del álbum debut del –hasta entonces– ignoto Tabárez. “Lo llamé a Buenos Aires, donde estaba viviendo entonces”, recuerda Ernesto. “Me contó que pasaba días en los que su único diálogo era ‘una de muzza y dos de napo’”. Pero otra vez lo mismo: “Mandame el material a ver qué se me ocurre”, primero. Y después: “Voy para Montevideo”. Aquellas canciones tuvieron la culpa de dar forma a Malditos banquetes, el contundente álbum debut de Eté & Los Problems, producido por Adler y serruchado por los hermanos Machado, ganador de un no por merecido menos sorprendente premio Graffiti a la revelación del año 2007. Apenas ocho temas que merecieron un increíble corto de presentación dirigido nada menos que por el cineasta Pablo Stoll, basado en el tema que bautizó el disco y que oportunamente reza en su letra: “Tu propuesta es indigna, es tan sucia, tan linda, que voy a tener que aceptar”. Pero si de Malditos banquetes lo que queda más que nada es ese tema dando vueltas y vueltas en la cabeza, su demorado sucesor –el extraordinario Vil (con otra formación de Los Problems, ahora con Santiago Peralta en guitarra)– sólo se puede escuchar completo, una y otra vez. Apenas dos discos, uno dedicado a la resaca, y el otro al Mal, reúnen las canciones que han abierto –y también cerrado– todas las puertas para el sorprendente Ernesto Tabárez, el basquetbolista que nunca creció. Aquel niño que decía que quería ser arquitecto, pero sólo para que no lo jodan, porque en realidad no quería hacer nada. Este rocker maldito de una Montevideo cada vez más llena de rock, que no puede evitar cantar una tras otra sus verdades, demasiado rockeras para la tribu indie, demasiado verdaderas para esa deliciosa mentira llamada rock.

Es difícil imaginar quién puede querer escuchar una canción como “El futuro”, una de las piedras fundamentales de Vil, que anuncia que “todo va a salir peor de lo que te imaginabas”. El público joven con ansias de futuro de un Festival Internacional de Cine, ante el que tocaron los Eté & Los Problems un par de semanas atrás en Montevideo, dista de ser su público ideal, por ejemplo. “Sólo puede querer escuchar algo así alguien que ya lo sepa de antes”, calcula Ernesto, que parece haber musicalizado en “El futuro” aquel chiste sobre la sonrisa de Dios. ¿Cómo hacerlo reír? Haciendo planes. Ernesto ríe ante el paralelismo, pero apunta que la canción dice algo peor. No sólo que tus planes no van a salir, sino que “el futuro es tan vulgar, que al final no te dan ganas”. “El enano Teysera me dijo que le había cagado la vida cuando la escuchó”, vuelve a reír Ernesto. “Porque decía que es lo que pasa siempre que probás sonido y todo suena perfecto, después no querés salir a tocar.” Es la banda de Teysera, La Vela Puerca, la que lo ha invitado a tocar antes que ellos en Buenos Aires, este sábado. Compinche de Tabárez, Teysera lo ubica así en un lugar que hasta entonces casi ni encontraba. Porque el Eté se cruza con todos en la noche montevideana, pero musicalmente apenas si puede juntar espadas con desclasados como La Hermana Menor o Rouge. “Porque yo vengo de otro lugar”, intenta explicar Ernesto, cuyo amigo de adolescencia fue el más extraño posible para alguien que está dejando de ser un niño: Eduardo Darnauchans. “Por eso mi educación musical termina en los setenta, y no escuché a Pixies o Nirvana cuando debí hacerlo.” El Eté descubrió al Darno viéndolo de casualidad en la tele, y fue a buscarlo a la salida del canal. “Yo quería ser como Hendrix, y Eduardo me convenció de que tenía que ser compositor. Porque Hendrix era un genio, pero sólo había uno. Y mientras que ser buen instrumentista es como ser un buen gimnasta, ser compositor es ser mejor persona.” Extraño eslabón perdido entre Darnauchans y Andy Adler, Tabárez llegó a vivir brevemente con el Darno y su mujer Patricia, y fue testigo de su decadencia, extraños Sid y Nancy entrados en años. “Pero aun arrastrándose por el piso, Patricia conmigo siempre fue severa: no me dejaba tomar nada. Con el Darno le decíamos el Sargento Patricia.” El trágico final de ambos, que bebieron hasta morir, al Eté lo enfureció primero y recién con el tiempo alcanzó algo parecido a la paz. A ambos estuvo dedicado Malditos banquetes, y de ese tránsito –del enojo al perdón– habla “Los muertos”, otro monumental tema de Vil, que dice eso de “recordar la mejor vez”. Como cantó Darnauchans en su canción “Final”, que Ernesto no puede evitar terminar de recitar después de revelar el homenaje: “La espina no/ la flor, la flor/ si es que hubo flor”.

Una sola vez se vieron Andy y el Darno. Fue en el legendario Mincho: en una mesa estaba Ernesto con su maestro, y en la otra Andy con Marquitos, el cantante de Motosierra. “Me acuerdo que yo le decía maestro al Darno, y él me corregía: maestro del error, me decía”, recuerda Tabárez, que cuenta que de camino al baño el Darno quiso saludar a Andy, y se equivocó el apellido, así que se miraron raro. Pero todo terminó en los abrazos clásicos de los que están colocados, como no podía ser de otra manera. “Tenemos que hacer un show juntos”, le dijo Andy. “Vos leés a Ginsberg y yo hago acoples.” “¿Te imaginás?”, se ríe ahora el Eté, sentado en el living de su departamento de la Ciudad Vieja, intentando que su gato Oliverio deje de derribar libros de la biblioteca. “Hubiese sido el mejor show de todos.” Y cuenta que Darnauchans sólo llegó a escuchar los demos de Malditos banquetes. “Murió cuando estaba grabando las voces”, apunta. “No sé si le hubiese gustado Vil. Era un rockero, pero no hay ni una sola guitarra distorsionada en todos sus discos. Pero no importa si le hubiese gustado o no. En la última época ya no le mostraba mis temas. Después de todo, ese es el modo de matar a tu maestro: haciendo algo que no le guste.” Es difícil no sentir el poder de un disco como Vil, que no en vano se anuncia diciendo “Yo no vine a distraerte, vos ya estabas distraído”. Sin concesiones, su tema más irresistible tal vez sea “Confesá”, que habla de lo que no se puede evitar hacer: “Yo me quiero perder/ aunque sé que está mal/ me dan ganas igual”. “Viene del libro que inspiró a Charly García para Estaba en llamas cuando me acosté, que se llama Las cosas que hacemos sin saber por qué. ¿Por qué acostarse a dormir en medio de un incendio?, se pregunta su autor. Y el tema da una respuesta: Porque me dan ganas igual”, se ríe un rocker que no celebra y se hace cargo, algo que el rock generalmente se niega a hacer. La conversación en ese cuarto piso por escalera en el casco antiguo de Montevideo se desvirtúa, Oliverio sigue trepándose a todos lados, y de algún lado surge la anécdota de que lo primero que preguntan los Tuaregs en el desierto es en qué Dios creés. Hay que responderla bien, porque si no la charla terminó antes de empezar. Ernesto propone casi sin pensar: Johnny Cash. Alguien dice que la respuesta tal vez sea acertada porque, además de religiosos, los Tuaregs tienen sentido del humor. “Pero es que el rock es mi religión”, agrega. “Es el lugar donde yo tengo una experiencia superior a la mía, y comulgo con toda una historia previa”, asegura entusiasmado aquel niño que no tenía amigos, y ahora tiene canciones y banda. Y un rock que ha dejado sus miedos dentro de un vaquero que puso por la tarde a lavar.


Eté & Los Problems tocan el sábado antes de La Vela Puerca en la sede Jorge Newbery de GEBA, Marcelino Freyre 3381. A las 19. Entradas: desde $100.

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