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Domingo, 8 de julio de 2012
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Muestras > Las esculturas de Roberto Fernández

Trabajos manuales

Artesano en cada uno de sus eclécticos emprendimientos –desde el memorable restaurante Fernandezes hasta su rol como curador en la Galería de Oficios de Papelera Palermo–, las sugestivas esculturas que ocupan el aire de la galería Vesco-Gorriarena con su nueva muestra Pampa de Carne consiguen condensar en una experiencia misteriosa las fuerzas que las construyeron: las largas horas de trabajo delicado, la aparente fragilidad de sus materiales, la espiritualidad de su mirada, la ciencia de su técnica, la cotidianidad de su experiencia y la sangrienta historia que corre por sus venas.

Por Santiago Rial Ungaro

“Se acaba de morir Juan Perón”, anuncia Roberto Fernández y no bromea: habla efectivamente de Juan Perón, un amigo de Lanús de toda la vida, peluquero y poeta escondido llamado igual que el líder justicialista. Así son las cosas con este “otro” Fernández: sentado en su célebre casa del Abasto para hablar de Pampa de Carne, una nueva exposición suya que se podrá ver hasta fin de mes en Vesco Gorriarena, la muerte de su amigo Juan Perón lo lleva a hablar sobre algunas de sus obsesiones y búsquedas. Fernández no es de exponer por exponer y una muestra suya siempre es un acontecimiento, pero cualquier excusa es válida para ir a visitarlo. Con sus cuatro pisos, su casa es un ejemplo de arquitectura vertical, una fascinante máquina de vivir donde Roberto vive con su joven mujer Carolina Fernández y su hermosa hija Violeta. Y ahí están, en el aire, algunas de sus obras. Al acercarse a ellas uno se asombra de lo increíblemente frágiles que parecen, en cómo flotan y van cambiando de colores durante el día. Este hombre practica la vieja y noble magia lenta que permite “hacer aparecer” las cosas: el trabajo. “A mí me gusta trabajar. Si esto no lo hago yo no lo hace nadie”, confiesa y lo cierto es que estas obras no las hace cualquiera: Fernández cuenta que trabaja desde hace casi 30 años con film poliéster, un material muy resistente que permite que, más allá de su aspecto de fragilidad, sus trabajos puedan quedar expuestos al aire libre y que también les da esa transparencia luminiscente. Todo lo que tienen de etéreo estas microesculturas (“pulpos vegetales”, los llama Osvaldo Bayer en el panegírico que escribió para el catálogo de la muestra) Fernández lo logra a través de un trabajo minucioso, un trabajo que sus amigos artistas llaman “de preso”: “Uso el film poliéster como soporte. Arranco dibujando con hilos sobre el film, al que le voy superponiendo múltiples capas que luego voy uniendo con costura. Después saco lo que considero que sobra con hierros calientes, que cauterizan el material. Y al final pinto con tintas y anilinas”, explica simplificando el complicado proceso que le ha permitido crear desde el vacío estas esculturas que por su estructura geométrica bien podríamos considerar como “fractales”. Y es que el término “fractal” que utilizó el matemático Mandelbrot para describir los objetos semigeométricos cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas se ajusta perfectamente a sus orgánicas esculturas. “La Pampa de Carne es una cosita de 10 centímetros. Esa es la construcción simbólica, después yo lo puedo hacer de este tamaño o de 20 metros. Yo me puedo imaginar una hectárea de Pampa de Carne, pero siempre estoy contenido en el icono, y eso es para mí lo más difícil de construir.” Aventurándose en el espacio y construyendo esta especie de red o tejido, Fernández logra con sus obras que cada uno pueda imaginar lo que sea, lo que tenga en su mente. Hace un par de días, justamente desde Internet, Marcos López dijo encontrar en estas texturas “la sangre del Cacique Calfucurá, los duelos criollos” o “el dolor abstracto de las matanzas étnicas”. Como si se tratara de una red de redes anterior a Internet, esta Pampa... nos habla en definitiva de la unidad de esa trama que nos une a todos y que conforma una identidad móvil, sanguínea” y sanguinolenta. Hay algo literalmente tántrico en esta muestra: en sánscrito tantra quiere decir “continuo” o “continuidad de la mente” y de algún modo Fernández parece estar uniendo algo que está en el inconsciente colectivo.

Hace ya un par de años que Fernández se autoproclama alegremente como “español y peronista”, ya que debido a cuestiones familiares (tiene un par de hijos y un nieto “anclaos” en Tarifa) tiene la doble nacionalidad. Claro que la doble nacionalidad de Fernández es igual de ambigua que su “peronismo”. El peronismo de Fernández, al igual que el de Santoro, es una especie de “peronismo esotérico”: Santoro con su reinvención y exploración del imaginario peronista y su simbolismo icónico, y Fernández desde esta abstracta “carnicería metafísica” (tal era el nombre original de esta serie), cada uno a su manera da la impresión de querer conjurar esa “peligrosidad metafísica” que, según Leopoldo Marechal, significó para el peronismo la violenta crisis que mantuvo con la Iglesia (en rigor con ciertos miembros del clero argentino, no con la Iglesia Católica Apostólica Romana). Ahora Roberto sostiene en sus manos un ejemplar de los Cuadernos de Navegación del propio Marechal, y lee un fragmento de un texto censurado en la versión original de 1965 en donde define al peronismo como “la única revolución político-social que se haya inspirado hasta hoy en el mandato crístico de las encíclicas papales”. Fernández coincide con el diagnóstico de Marechal sobre la benignidad del peronismo en sus inicios y como doctrina revolucionaria que existió desde 1943 a 1945, y aunque no parezca estar muy metido con la Iglesia parece consciente de la importancia de lo espiritual: “Y sí: lo sagrado está mal visto. Creo que no se lo entiende. Yo creo el único esfuerzo que hay que hacer es el de intentar ser mejor persona. Creo que todas las religiones coinciden en eso, ¿no?”, dice este hombre que de algún modo parece un personaje de Leopoldo Marechal: un alquimista campechano que sabe de polímeros y catalizadores, pero también de fútbol: “Sí, es cierto, yo jugué un campeonato en el que también se anotó Maradona con los Cebollitas de Argentinos Juniors. Me acuerdo que se anotaron como ‘Los chicos se divierten’. Todos sabíamos que eran los Cebollitas y que Diego la rompía, pero tenían 15 años y jugaban un campeonato con gente grande así que les ganamos. ¿Sabes las piñas que se armaban ahí?”, rememora este hombre nacido en 1951 que pasó las primeras décadas de su vida en el microcosmos de Lanús. Claro que no se quedó ahí: ex profesor de la UBA, en cuya Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo estudió, también supo tener su propio taller de carpintería antes de plantearse siquiera ser artista. Quizá sea justamente por venir de la periferia del “mundo de arte” que su mirada y su obra logran trascender el ambiente de las galerías y las bienales. Claro que su mirada de lo “popular” no es ingenua: “El fútbol está muy teñido de política. A mí me asusta mucho la fuerza bruta de todos esos punteros que cobran un sueldito del estado y van adonde haya que ir, adonde haga falta: sea romperle la pata a uno acá, desestabilizar allá, tocar el bombo más acá. El tema con las barras es que son los que hacen las cosas en los clubes; entonces van a los directivos y les dicen: ‘Queremos porcentaje, Pancho. ¿Por qué te vas a llevar la guita vos solo si nosotros nos encargamos de todo, de los choris, de los autos, de cuidar las tribunas, de todo?’”.

Roberto se destacó entre el 2003 y el 2006 por su labor como curador de la hoy desaparecida Galería de la Casa de Oficios de la Papelera Palermo, un proyecto colectivo artístico fascinante en donde curó 11 muestras, que incluyeron libros de artista de Santiago García Sáenz, Luis “Búlgaro” Fresiztar, Eduardo Stupía, Martín Kovensky, Félix Rodríguez, Gonzalo Arbutti y Jorge Pirozzi, entre otros. Allí conoció justamente a la diseñadora Carolina Fernández, con quien comparte el proyecto Ex Industria Argentina. “A mí me pareció una experiencia extraordinaria, porque la verdad es que en la plástica prácticamente no existe el grupo, a diferencia de lo que pasa en la música, en donde más allá de cómo se lleven los músicos se necesitan para poder tocar.” Quizá por el hecho de haber trabajado de varias cosas (ayudante de letrista, diseñador, carpintero, comerciante gastronómico) este rescate de la figura del artesano, del obrero y de su íntima relación con el artista, va a contrapelo de la figura del artista como “marca” en el mercado. Roberto es lo opuesto del artista “conceptual” que delega despreocupadamente la labor manual o artesanal de sus producciones en otras personas. Sin pretender enunciarlo, lo suyo es un ejemplo de amor al trabajo manual, pero también algo más: el término Arte factus, que quiere decir algo así como “hecho con arte”, define la intención de Fernández en todas sus actividades, ya sea el recordado restaurante Fernandezes (cuando fueron los U2, cuenta, mucho no lo pudo disfrutar porque tuvo que sumarse a la seguridad ante el aluvión de la prensa) o en Ex Industria Argentina, proyecto editorial para el que se compró una impresora tipográfica Minerva con la que producen cuadernos, tarjetas, sobres, papeles y rompecabezas realizando trabajos artesanales a pedido.

Fernández se considera como un “pensador de Domingo”, citando a Philippe Ariès, historiador francés que se calificaba a sí mismo como “historiador de domingo”: alguien que, en sus días libres, puede pensar lo que quiere: un libre pensador. “Yo empecé a exponer a los 30 y pico de años, pero Dubuffet arrancó a los 40 años. Creo que es importante no depender de nadie. Es importante poder quedar mal con todos”, resume con una sonrisa enigmática y dispara: “La construcción de las artes visuales en la Argentina es algo tardío. Yo creo, por ejemplo, que la música es el sonido de la geografía: no es lo mismo la pampa que la selva, y el trabajo de los artistas es recrear ese misterio, desocultar ese misterio que está en el aire. Pero a nivel visual creo que nosotros los artistas plásticos argentinos no hemos aún podido crear algo con tal nivel de identidad como tiene la música, la oralidad, la danza, el folklore, el campo”. Lo fascinante es el hecho fundacional e insoslayable de que Buenos Aires fue pintada con sangre. Con la sangre derramada como hilo conductor, esta Pampa de Carne implica entonces una vuelta al rosa del Matadero, una recreación del “rosa con sangre de las paredes” y una cita a la combinación de pintura a la cal con sangre bovina (empleada durante el siglo XIX por sus propiedades hidrófugas y fijadoras) con la que se pintó originalmente la Casa Rosada. “Hace 200 años esto era un pantano con animales salvajes, plantas espinosas, y clanes de 40 o 50 personas donde no se conocía la rueda. Y de golpe irrumpe la brutal transculturalización de Europa y sus imperios que vienen a buscar los recursos naturales. De un día para el otro, alguien en alguna casa pone un cuadro, que probablemente haya sido una copia falsa de alguna obra del renacimiento. Y así arrancan las artes plásticas argentinas”. Ya en su muestra del Palais de Glace (2008) quedaba claro que la obra de Fernández se escapaba de las paredes para instalarse en el aire. Todo hace pensar que su obra va camino a fusionarse con el urbanismo: “Sí, a mí me gustaría integrarme a la arquitectura a través de las transparencias, de lo que flota, de lo traslúcido. Creo que si los artistas visuales volvemos a integrarnos a la arquitectura, arrancaría otra trascendencia. Nosotros no podemos estar en sintonía con sedentarios de miles de años como los europeos. ¿Cómo fue que nos convertimos en agnósticos y racionalistas en 200 años? ¿Cómo pasamos de nomadismo extremo a esto? También se importó esa filosofía: acá no hubo Edad Media. Y eso también está relacionado con nuestra incapacidad para la contemplación: no nos podemos detener en los espacios quietos. Yo cada vez me siento más ligado a una forma de contemplación oriental que a la occidental. A mí la forma occidental no me dice nada y la otra forma yo la conozco de cuando era chico. Es una forma de mirar. Si vos le das una cámara a un japonés para que filme esta casa va a hacer algo japonés. Yo conozco esa mirada: es como un lugar intermedio. Una poética de lo austero y elegante. O por lo menos creo intuirlo”.

Pampa de Carne
Galería Vesco-Gorriarena,
Chacabuco 866, San Telmo.
Lunes a viernes de 17 a 21.
Tel.: 4300-6892
Hasta el 27 de julio

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