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Domingo, 21 de octubre de 2012
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El mundo ha vivido equivocado

Desde que murió, hace cinco años, los libros de Roberto Fontanarrosa dejaron paulatinamente de estar en las librerías porque, a medida que se agotaban, dejaban de reeditarse. El motivo era una disputa legal dentro de la familia. Pero ahora, aunque el juicio no está cerrado y se espera una resolución que permita editar un inédito, sus casi setenta libros empiezan a regresar a las librerías. Convocados por Radar, las partes reconstruyen los hechos, los dibujantes especialmente elegidos para ilustrar la primera tanda recuerdan a su amigo y colega, y Juan Sasturain y Guillermo Saccomanno dan una nueva bienvenida al escritor.

Por Angel Berlanga
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“En principio, lo que uno ambiciona es que su trabajo sea leído por el lector común, y que guste”, decía Roberto Fontanarrosa diez años atrás, cuando empezaban a aparecer seguido los comentarios críticos elogiosos y él decía que mejor así, era gratificante porque no se había hecho expectativas al respecto por su falta de formación académica, aunque aclaraba que no hubiese sido lo mismo al revés, que no le habría sido satisfactorio tener buenas críticas y que no se lo leyera. Por entonces sus presentaciones en la Feria del Libro convocaban multitudes, él se pasaba varias horas firmando libros en el stand de De la Flor y de a poco sumaba a su repertorio el rol de (anti)conferencista fenomenal, charlas memorables como las que dio en el Congreso de la Lengua sobre las malas palabras (en 2004), o en la Biblioteca Nacional hace cinco años, cuando decía que el humor, como las gambetas, podía aprenderse, pero no enseñarse. Aunque para esta última charla ya tenía muy avanzada la esclerosis múltiple que de a poco lo fue paralizando, la gente que lo fue a ver no paraba de reírse a lo largo de la hora y media que duró el encuentro: una elegancia tremenda, Fontanarrosa. Murió en Rosario cuatro meses después, el 19 de julio de 2007, y fue una conmoción, porque mucha gente lo quería mucho. La tarde anterior había estado trabajando en la corrección de los últimos cuentos que venía escribiendo.

Poco después empezó un lento proceso, invisible al comienzo, cada vez más notorio luego, alevoso en este último tiempo: sus libros fueron agotándose en las librerías y no volvieron a reponerse. Se supo entonces de una causa judicial en torno de los derechos de su obra, un desaguisado entre Franco, su hijo, por un lado, y por otro Gabriela Mahy, segunda esposa del escritor, y Daniel Divinsky, el editor histórico de Fontanarrosa en De la Flor. Las querellas siguen, pero la sequía ahora cede, porque con la reedición de cinco de sus obras Planeta inaugura la publicación de la Biblioteca Fontanarrosa, que arranca con las novelas La gansada y El área 18, y los volúmenes de cuentos La mesa de los galanes, No sé si he sido claro y El mundo ha vivido equivocado. Vuelta olímpica, así, para la ambición canaya, que su trabajo sea leído por el lector común, y que guste.

Las tapas de los libros de la colección llevan ilustraciones de humoristas gráficos y/o artistas: Crist, Caloi, Carlos Alonso, Rep y Nine dibujaron para estos cinco volúmenes iniciales que tendrán, cada uno, una tirada de diez mil ejemplares. En diciembre la editorial publicará otros cinco títulos de su narrativa: Uno nunca sabe, Nada del otro mundo, Best Seller, Te digo más y El mayor de mis defectos. Entre febrero y marzo aparecerán cinco más. “Para la próxima Feria del Libro llegaríamos con parte del humor gráfico”, explica la editora Adriana Fernández, a cargo de la Biblioteca Fontanarrosa, compuesta por unos setenta libros, entre los que están las nutridas sagas de Boogie el aceitoso e Inodoro Pereyra, sus personajes más conocidos. “Como editora, podría decirte que valió la pena haber elegido la profesión para hacer esto: es un lujo –dice Fernández–. En su momento lo leí entero, para hacer un ensayo sobre humor, y como docente luego escribí varias cosas sobre él, y de golpe, cuando me tocó esto, no lo podía creer. Para la editorial es sumar a uno de los autores de prestigio más impresionante de los últimos cuarenta años, con el agregado de que el público estaba sin poder leerlo. Ya hay una generación que no lo pudo leer. Y entre los libreros hay una expectativa tan genuina... El Negro ha generado muchísimo respeto, cariño y devoción por el humor escrito. Y es un escritor con una obra de fondo, no es alguien que anecdóticamente hizo reír a la gente. Bueno, él se reiría de esto que estoy diciendo, como se reiría de los ensayos para la universidad que se escriben sobre él, y yo me reiría con él, pero a uno no le queda más que decir esto, que ya hace mucho que ha entrado en las filas de los autores, de la literatura.”

Planeta contrató la publicación con Franco Fontanarrosa, que prefirió no hablar de esta reedición. Tres años atrás desactivó la renovación automática que su padre tenía acordada en De la Flor, donde publicaba sus libros desde 1971. La discusión entre Franco y Gabriela Mahy por la titularidad de los derechos se dirime desde 2008 en el Juzgado Civil y Comercial Nº 12 de Rosario, a cargo de Fabián Bellizia. Allí también hay un pleito entre Divinsky y el hijo del escritor en torno de Negar todo, el libro que contiene los últimos relatos de Fontanarrosa, que sigue inédito. “Dos o tres días antes de morir, El Negro me mandó el original, con los dos o tres primeros cuentos ya revisados por él –dice Divinsky–. Luego hicimos un trabajo de editing profundísimo, primero yo y después Daniel Samper Pizano, que es un experto en su obra y muy amigo suyo. O sea que fue trabajado con una devoción monacal. El libro está listo y sigue en el limbo, desde hace dos o tres años. Nosotros iniciamos una acción para que se considere válido el contrato firmado con Gabriela, como apoderada de la sucesión, para publicarlo.” Lo positivo de que los textos vuelvan a circular no lo sacan a Divinsky de un estado que define como “bronca reconcentrada”, o “amargura absoluta”. “Porque las ideas de esos libros eran de Fontanarrosa, y la realización básica también, pero la reescritura la hicimos nosotros en la editorial –explica–. Porque El Negro era muy desprolijo para escribir, nunca revisó nada de lo que hice. Cuando le propuse que releyera mis correcciones dijo ‘no, no, si lo hiciste vos está bien’. Era por fiaca y por confianza, las dos cosas. O sea que siento como que se han apropiado de hijos míos. Legalmente, no puedo acusar de otra cosa. Mirá, hay un texto que él escribió cuando nos hicieron un homenaje a la trayectoria en la Feria de Guadalajara, en donde decía que él no publicaría en ninguna otra editorial.” Para reforzar esta fidelidad, el editor cuenta que cuando Juan Forn dirigía Biblioteca del Sur “le hizo a Fontanarrosa una propuesta, medio en broma”, y que él respondió: “Bueno, si les pasa algo a los Divinsky... Pero que parezca un accidente”.

En marzo de este año el juez Bellizia convocó a una serie de audiencias conciliatorias, con el impulso de acercar a las partes y destrabar la circulación de los libros de Fontanarrosa. “Lo único que puedo decir es que no hubo conciliación, y que la causa volvió a su cauce normal y sigue el trámite –dice el juez desde Rosario, y desvincula a la reedición de alguna resolución suya–. Cada parte considera tener sus derechos y actúa en base a eso –explica–. Ahora estamos en las últimas etapas, y en poco tiempo pasará a resolverse.” Poco tiempo: si no es antes de que termine el año, a comienzos de 2013, calcula. “No me quiero adelantar a ningún prejuzgamiento –explica Bellizia–, pero lo que está en juego, según las posturas de las partes, es que el hijo de Fontanarrosa considera, en base a una documentación que está presentada, tener los derechos de toda la obra de su padre, menos la que hizo previa a su fallecimiento, Negar todo. He leído algunos cuentos de él, en forma aislada, y me gusta, sobre todo el vocabulario, bastante popular, de acceso para todo el mundo –dice el juez–. Soy un beneficiado, porque soy el único que tiene el Negar todo, pero la verdad es que no lo he leído, porque no me da el tiempo.”

“Hay una mayor jerarquía en ser dramaturgo que en ser humorista”, decía Fontanarrosa, se reía un poco de eso. “Creo que nunca voy a abandonar el tono humorístico, porque es el plus que yo le puedo agregar, y porque me divierte más –contaba–. A veces me preguntaba por qué llevan tanto mis cuentos al teatro, si yo no soy un tipo de teatro: es que la mayoría de mis cuentos parten de una situación dramática, son muy densos de temática, aunque yo los resuelvo hacia el humor. Pero nunca he pensado en hacer Los desnudos y los muertos, ese tipo de novelas que marcan la literatura mundial. A ese tono como de guía moral o ética no me lo he planteado.” Un poco en esa línea, por ahí, esta nota se inclina al final más por la celebración que por los entuertos: Fontanarrosa en las librerías, otra vez. ¿Leyeron la “Crónica de caza”, con el imbécil de sir Lancelot, o el testimonio de la amante del Yeti? ¿Conocen “El experimento de Hermes Kolobrzeg”, el hombre que captura con una tostadora la energía de quienes mueren? ¿Leyó Sabella las “Memorias de un wing derecho”? ¿Homenajeó Felipe Pigna a “Un héroe olvidado: cadete Lucio Alcides Alzamendi”? No todas son preguntas: están también las “Revelaciones sobre un antiguo pleito”, con el relato de don Marcial Mercado Machuca, un costeño de ciento dos años, testigo de aquella mítica carrera entre la liebre y la tortuga, cuya veracidad fue motivo de acaloradas discusiones entre estudiosos y científicos en el pabellón de Ciencias Naturales de Yverdon, con reyertas que incluso llegaron a las manos en más de una ocasión. “Yo creo que a los elementos más notorios de preocupación, de angustia personal, no los pongo ahí –decía Fontanarrosa–. Eso se inscribe en una cosa elemental: no tirar pálidas. No tirar pálidas.” Le huía a que lo dramático concluyera en sensaciones de desesperanza y amargura. “No es eso, precisamente, lo que yo quiero transmitir –decía–. En general, siempre he tomado a la literatura como un elemento de información, de diversión y de placer.”

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