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Domingo, 25 de noviembre de 2012
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Cine > Las ventajas de ser invisible: por qué el libro sí y la película no tanto

Retrato del adolescente como artista cachorro

A los 29, Stephen Chbosky publicó un libro en el que revisitaba con lucidez y conciencia esa época que vivimos como eterna y revisitamos como una selecta colección de momentos. Su libro se convirtió en un bestseller inesperado entre los adolescentes y se reedita desde entonces. A los 40, decidió adaptarlo y filmarlo. La película se estrena el jueves que viene. Pero por suerte, Alfaguara editó este mes el libro en castellano y permite disfrutar de lo mejor de ese retrato.

Por Mariano Kairuz
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No es nada sencillo narrar la adolescencia, sus ansiedades, temores y epifanías. El pasaje a la adultez puede ser un portal hermético que se cierra detrás de nosotros impidiéndonos volver a ver a los que fuimos alguna vez, recordar todo aquello que nos importó mucho (y las razones por las que nos importó tanto), las perspectivas y las dimensiones de un universo que abandonamos para siempre. Con el correr de los años, ya sólo somos capaces de recuperar algunos tramos y recovecos de aquel recorrido, a menudo con cierto desdén o una simpatía condescendiente, como perdonándonos el pecado de la inmadurez. No es nada sencillo narrar la adolescencia: la mayoría de las películas protagonizadas por adolescentes ni siquiera lo intentan, y buena parte de las que sí, fracasan desastrosamente.

Definitivamente sí lo intenta, ése es uno de sus objetivos, Las ventajas de ser invisible, el libro y ahora también la película de Stephen Chbosky. Chbosky tenía 26 años cuando empezó a escribir su novela (The Perks of Being a Wallflower), y casi 30 cuando la publicó y se convirtió en un fenómeno de la literatura juvenil norteamericana, que se reedita de forma permanente desde 1999. Y tenía más de 40 cuando, con un guión adaptado por él mismo y también al mando de su dirección, convirtió su bestseller en esta película que fue un pequeño éxito del cine de bajo presupuesto de 2012. Ahora, a la vez que se estrena en los cines de Buenos Aires, se edita finalmente el libro (por Alfaguara), y la lectura comparada de una y otra versión, ese ejercicio a menudo inútil, pone en cuestión una vez más, entre otros asuntos, esa incapacidad generalizada y casi insalvable que se registra a la hora de representar al adolescente, ese otro que éramos nosotros mismos.

La película incorpora en off una línea explícita que no aparece en la novela, en la que su protagonista, el atribulado y solitario quinceañero Charlie, toma conciencia de que ese puro presente suyo, y el de los nuevos amigos de cuya mano empezó a abrirse al mundo, algún día no tan lejano ya no será más que una colección de “momentos”, como postales ajenas, un recuerdo cristalizado que no alcanza a reflejar la enorme vitalidad de esos capítulos esenciales de sus vidas.

De algún modo, Charlie parece estar reflexionando sobre el retrato del adolescente como género literario y cinematográfico, sobre ese fracaso recurrente por el que los adolescentes tienden a parecerse entre sí en los libros y el cine contemporáneos: tanto los “descerebrados” que buscan vivir de fiesta en fiesta, como los “sensibles”, los incomprendidos y los depresivos.

Charlie enfrenta el comienzo del secundario desolado: Michael, su único amigo, se acaba de suicidar, “y ni siquiera dejó una nota”, un mínimo pretexto. Cuando ya parece condenado a pasar cada almuerzo escolar en soledad, conoce a una pareja de hermanastros, Sam y Patrick, muy unidos, que lo reciben con alegría en su liberal y algo marginal círculo de amigos. Sam es Emma Watson (la gran promesa de la saga Harry Potter); el extrovertido, excéntrico, vital y gay Patrick es Ezra Miller, el peligroso Kevin de Tenemos que hablar de Kevin. Charlie es la gran pifiada del casting: el inexpresivo Logan Lerman, protoestrella de otra saga fantástico-juvenil en formación, la de Percy Jackson. Todos más grandes que él, a punto de graduarse, los nuevos amigos de Charlie se convierten en sus guías en varias iniciaciones, sociales, sexuales, fumonas y lisérgicas. Charlie tiene también un maestro inspirador de esos tan sin dobleces que solo parecen existir en las películas: Bill (Paul Rudd), el profesor de inglés que le pasa libros fuera del programa escolar, entre ellos, inevitablemente, El cazador oculto.

No es exactamente su “autenticidad” lo que define los mejores momentos de la película, sino su evidente sinceridad: así es como Chbosky parece recordar parte de su adolescencia, como una combinación entre parte de lo que fue, y lo que le seguramente habría querido que fuera en situaciones de adversidad como las que le tocan a Charlie.

Es obsoleto cuestionar los cambios efectuados sobre el relato al pasar de un medio a otro –la “fidelidad” al texto original solo produce películas asfixiadas– pero sí cabe preguntarse, ya que en su condición de novelista, adaptador y director, Chbosky tuvo toda la libertad del mundo, por qué eligió suprimir de la novela algunos de sus pasajes más importantes, los que proveen al texto de sus ambivalencias más interesantes. Faltan las escenas con la familia de Charlie, en particular las de su hosco abuelo, que iluminan el resto de la narración con una reflexión acerca de por qué somos quienes somos, en lugar de entregar a su protagonista al círculo acostumbrado de victimización y autocondescendencia de los adolescentes “especiales” del cine. En el libro, Patrick se cuestiona la pose de “diferentes” que él y sus amigos cultivan con tanto esmero: “¿Has pensado alguna vez, Charlie, que nuestro grupo es igual que cualquier otro grupo, como el del equipo de fútbol? ¿Y que lo único que verdaderamente nos distingue es la ropa que llevamos y por qué la llevamos?”. En momentos como ése, Chbosky nos hace creer que aún es capaz de reencontrarse con el Chbosky del acné y de reconocerse en él, de recuperar algo del puro presente de esa época de la vida que es fugaz, pero que uno cree infinita y que no puede condensarse en una sucesión de “momentos emocionantes”, cancioncitas perfectas y perfectamente sensibles, y diálogos significativos. No le va tan bien, en este sentido, en la película como en el libro, pero al menos libra su batalla casi imposible contra el común olvido de uno mismo. Las ventajas de ser invisible, la película, se estrena el próximo jueves 29.

Las ventajas de ser invisible
Stephen Chbosky
Editorial Alfaguara
264 páginas

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