La semana pasada, Keanu Reeves llegó al 66º Festival de Cannes listo para presentar su debut como director, una de artes marciales filmada en China, titulada Man of Tai Chi. Y la aparición fue tan impactante que todas las agencias, portales y diarios difundieron la foto –y el video, porque hay uno que revela con mayor detalle este escándalo estético–: Keanu, a los 48 años, el hombre destinado a madurar con gracia, el de los rasgos asiáticos, con su encanto de varoncito, cierta extraña oscuridad y la elegancia principesca, estaba hecho un desastre. El pelo sucio, la barba descuidada, varios kilos de más, papada, piel blancuzca y fofita, un saquito patético, la expresión más tonta que se le haya visto desde que hizo de idiota en Bill & Ted hace ya casi 25 años. El tipo que se bajó del yate para firmar autógrafos y enfrentar a la prensa era un Messi obeso, el Gato Sessa en un mal dÃa: el derrumbe de una estrella. Las fotos, encarnizadas, están por todas partes. Arriba hay apenas una, y ni siquiera la más cruel.
Fue un dÃa triste, el pasado 18 de mayo, el dÃa de esta aparición. Keanu estaba destinado a ser el Richard Gere de la Generación X: un actor, digamos, bastante limitado pero tan extraordinariamente guapo que toda su falta de versatilidad resultaba (resulta) irrelevante. Un hombre interesante, además; nacido en Beirut, criado casi comunitariamente –su padre lo abandonó de chico–, de nacionalidad británico-canadiense y ascendencia china, nunca casado, casi siempre solo, especialmente después de que su última novia conocida, Jennifer Syme, muriera en un accidente automovilÃstico poco después de perder su embarazo de ocho meses. Un hombre que durante diez años no tuvo casa –vivió hasta el 2003 en el hotel Chateau Marmont de Los Angeles–, tÃmido y discreto con la prensa, casi un recluso a pesar de que a fines de los ’90 fue un superfamoso héroe de acción gracias a Speed y, obviamente, a la trilogÃa Matrix y su personaje de Neo, que es un icono de la cultura masiva. Hay una idea equÃvoca de que Keanu Reeves hizo muchas buenas pelÃculas, pero se trata de un espejismo de su fama y de su gloriosa apariencia: un rápido repaso por su filmografÃa demuestra que, desde los 2000, no ha rodado un tÃtulo siquiera pasable. Lo poco bueno se concentra en la primera mitad de los ’90 y se resume en una pelÃcula: Mi mundo privado (1991) de Gus Van Sant, la única pelÃcula que entendió su atractivo distante y raro, el papel de taxi boy por rebeldÃa, que se prostituye caprichosamente para molestar a su familia. Scott Favor –asà se llamaba– lo ubicó en el altar de joven y maldito, justo al lado de River Phoenix, que le ganó rápidamente en malditismo cuando murió de sobredosis apenas un año después. Keanu no quiso ese destino. Y se reinventó rápidamente: por ejemplo, ese mismo año, fue un policÃa surfer en Point Break, una de las primeras y más celebradas pelÃculas de la oscarizada Kathryn Bigelow.
Keanu Reeves no venÃa sosteniendo una carrera digna pero sà aguantaba en su condición de maduro perfecto, y sin ninguna dificultad, como se vio apenas en octubre del año pasado, cuando apareció de negro y con los pómulos afilados por las alfombras rojas del mundo. ¿Qué pasó en seis meses? ¿Se trata de caracterizarse para un papel, un inútil esfuerzo a lo De Niro? Keanu, no lo intentes, no tiene sentido, hay actores que actúan y hay actores que enamoran a la cámara, y lo tuyo es ese romance pasivo, ese efecto asombroso de nunca, nunca, estar feo en una toma. Nunca.
Dos dÃas después, en la presentación oficial de su pelÃcula, Keanu Reeves se bañó, se retocó, se puso un saco negro estilizador, dio una conferencia en la playa y volvió la magia: ahà estaba, de vuelta, uno de los hombres más hermosos del mundo a pleno sol, lo más tranquilo, finÃsimo, explicando que filmó en chino mandarÃn, que se inspiró en un doble de riesgo amigo suyo y otras cosas poco importantes –o en todo caso menos impactantes que ese cambio vampÃrico de 48 horas–. ¿Cuál es el verdadero Keanu? ¿Este alto caballero de pelo oscuro o el borracho panzón del yate? ¿Podrá resistirse a los demonios que lo incitan a dejarse estar y dejar venir los años y los rollos, a las voces que quieren arrastrarlo a la horrible normalidad? Ay, que los dioses no lo permitan.
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