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Domingo, 5 de enero de 2014
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Televisión. Avenida Brasil, la telenovela brasileña que deslumbra y logra picos de rating por Telefe

SI QUERÉS LLORAR, LLORÁ

Por Hugo Salas
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Vamos a pasarnos todo el verano llorando como unos imbéciles. De tarde, en el preciso momento en que el sol nos obligue a refugiarnos en habitaciones donde la baja tensión no alcance para satisfacer las necesidades de arranque del aire acondicionado, en el instante mismo en que el verano estalle en la costa o la montaña, miles de nosotros vamos a estar frente a la pantalla acompañando con estertores de pecho e indisimuladas lágrimas los devaneos de los personajes principales y secundarios de Avenida Brasil. Decenas de miles de televidentes, si confiamos en las mediciones, ya que por fortuna los números acompañaron a esta telenovela brasileña, que no verán su transmisión mutilada como ocurriese en el mismo canal con la deslumbrante India, una historia de amor, de Glória Pérez (autora de El clon, mutilada oportunamente por Canal 13).

Quienes se nieguen a entregarse a las mieles del melodrama aduciendo la muy atendible razón del doblaje neutro (horroroso, nadie lo va a negar) o un menos excusable resquemor por el género, se perderán una trama fascinante. Hay una villana tremenda, capaz de asesinar a un marido, abandonar a la hija de éste y a su propio hijo en un basural, casarse con un hombre por dinero y casar a su propio amante con su cuñada, al tiempo que se proclama públicamente la guardiana de los valores cristianos. Hay una joven, la protagonista, debatiéndose entre el amor y un deseo de venganza que la abisma a escenas de verdadera psicópata, en las que por momentos su historia trasciende el melodrama para adquirir tintes trágicos. Hay un joven adoptado por quien (él no lo sabe) es su verdadera madre, y que deberá elegir entre su conveniente prometida y el amor de infancia. Hay una matrona de basural de turbio pasado que adopta niños y los refugia en un rancho improvisado que recuerda a ciertos cuentos de hadas. En ese mismo basural, hay un villano que explota a los niños y extorsiona a los adultos. Hay un polígamo verdaderamente enamorado de sus mujeres. Hay jugadores de fútbol y manejadores inescrupulosos, matrimonios que se acaban y matrimonios que comienzan, mujeres fáciles y mujeres muy complicadas, una clase media enriquecida y estruendosa y una clase alta llena de prejuicios y esqueletos en el ropero.

Hay, en una palabra, trama. Toneladas de trama y parejas dosis de observación social. A diferencia del mercado local, donde “el libro” es poco menos que una retahíla de situaciones previsibles y convenientemente dilatadas hasta el hartazgo, a escenificarse en tres decorados, los brasileños asombran por su fluido manejo de enredos, peripecias y múltiples historias simultáneas (lo que les ahorra la necesidad de incurrir en estiramientos forzados). Así, por ejemplo, cuando un personaje necesita contar a otro algo que el espectador ya sabe, aparece una figura prácticamente desconocida por estas pampas: la elipsis, ahorrándonos la escucha, por enésima vez, de esa pieza de información ya conocida.

Ocurre que en Brasil el libro sigue siendo parte de las cosas que importan dentro de la producción (y no sólo el gasto de dinero). No se concibe que pueda hacerse una buena telenovela, mucho menos una telenovela cara, sin contar con libros sólidos. Ello no quita que puedan colaborar varios autores, pero siempre hay un responsable último –en este caso, João Emanuel Carneiro– que “cierra” esos materiales y no sólo pone el nombre. Esta práctica trae aparejada cierta solvencia técnica; en una telenovela brasileña sería casi imposible que un personaje le contara a otro algo de lo que en realidad habrá de enterarse recién dos escenas más adelante (como ocurrió este año en reiteradas oportunidades en una de las tiras más caras del prime time nacional, a la que luminosas actuaciones y un fresco uso del playback no lograron salvar de las reiteraciones de un libro que divagaba entre el refrito y la reiteración).

Pero la prolijidad, que no sería poco, no es lo único, ni siquiera lo más importante. Gracias a este sistema de producción, la novela cobra originalidad y consistencia. Por originalidad entendemos que, aún dentro de los cánones de lo que podemos esperar del género, la novela nos sorprenda, y por consistencia algo mucho más decisivo: que nos importe. Lloramos con Avenida Brasil porque está escrita sin ironía y sin vergüenza de ser, justamente, una telenovela. Lloramos porque aún en las líneas cómicas se escribe a esos personajes tomándoselos en serio. Lloramos porque los diálogos muchas veces se cierran con frases de precisión de orfebre, esas que uno desearía que se le ocurran en la vida real.

Y lloramos también porque los actores, en su mayoría, hacen un trabajo tan descomunal que trasciende, incluso, ese pésimo doblaje. Tanto la villana (interpretada por Adriana Esteves) como la joven vengadora (a cargo de Débora Falabella, cara conocida para quienes hayan visto El clon) o la matrona del basural (Vera Holtz), por citar tan sólo algunos de los casos más evidentes, se apoyan en esas escenas bien escritas para llevar adelante personajes de una fuerza arrolladora. Incluso papeles muy secundarios son cubiertos por actores de gran trayectoria, poseedores de un inigualable conocimiento de su oficio y del registro que impone el género.

Más allá de éste y otros despliegues de producción –abrumadores en una pantalla donde nos hemos acostumbrado a que todos los espacios, desde la cocina de un departamento al living de una mansión, tengan no más de tres o cuatro metros de profundidad–, sorprende la minuciosidad y el cuidado de la puesta, desde los detalles de ambientación a la selección musical. Tal vez en ningún otro caso esto resulte tan notorio como en el basural. La idea de situar parte de la trama en ese espacio, con grupos de niños abandonados que viven de la separación de residuos, plantea serias dificultades. Avenida Brasil las sortea con éxito y opta por una solución que evita tanto la exhibición pornográfica de la miseria en que incurren ciertos realismos como la estilización extrema que nos haría olvidar de qué se trata, a tal punto que las escenas que allí transcurren probablemente sean las de mejor calidad fotográfica de toda la novela. El resultado es una historia atrapante y, sí, conmovedora, a tal punto que obligó a Dilma a postergar un acto público. Con suerte, aquí logre aplacar un verano agobiante.

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