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Domingo, 23 de febrero de 2014
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FÁBULAS Y PESADILLAS

Arte El dúo de artistas chilenos Joaquín Cociña y Cristóbal León crea videos en los que sus propias esculturas, dibujos y pinturas cobran vida, mutan sin parar y cuentan historias con imágenes oníricas e inquietantes. En su nueva muestra La Bella y la Bestia, que puede visitarse en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, los relatos de estos videos se basan en mitologías sincréticas, entre leyendas europeas y narraciones tradicionales de la Cordillera y de América latina, donde lo sagrado se funde con lo bestial y lo sublime con lo abominable.

Por Sofía Dourron
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Los Andes (2012) León & Cociña

Un coro desafinado de voces del más allá retumba en la sala a oscuras, los relatos se mezclan en un solo susurro que enhebra mitos de un Tercer Mundo paradisíaco poblado de una raza de gigantes hermafroditas, con historias infantiles de bosques espectrales y criaturas aberrantes. El susurro es la encarnación sonora de un esoterismo abyecto, emergido de lo más profundo de la Cordillera de los Andes. Lugar de origen de la mítica Ciudad de los Césares, hundida bajo las montañas, hogar de dioses de barbas blancas, pero que también ha engendrado generación tras generación de mentes sombrías con tendencias a la fantasía salvaje. Joaquín Cociña y Cristóbal León son herederos de este estigma. La Bella y la Bestia, su muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, despliega un universo de ensueño en el que la mitología popular latinoamericana se convierte en una fábula al mejor estilo Disney, y a fuerza de stop-motion expresionista, muestra su faceta más precaria.

Obreros de la animación, el dúo chileno radicado en Europa crea videos en los que cuadro a cuadro sus propias esculturas, dibujos y pinturas cobran vida, al tiempo que mutan sin parar: de oficina poseída por espíritus a montaña milenaria, a dios mítico, de casa viviente a bosque encantado, a niños aterrorizados. Cuadro a cuadro se construye también el suspenso narrativo que caracteriza la obra de León y Cociña, un suspenso que comienza sutil en el tono lúgubre de las voces de Paula Navarretes y escala hasta el descalabro en las imágenes caóticas de ambientes destrozados. Las historias siempre se fragmentan, los personajes se arman y desarman a voluntad, sólo alcanzan coherencia en la concatenación de los relatos independientes. Así, en la serie Lucía, Luis y El Lobo, realizada en colaboración con el cineasta Niles Atallah, cada video cuenta un lado de la historia: en uno, Lucía se enamora de Luis, pero siente terror de la criatura que acecha cerca de su ventana; en el otro, Luis espera a Lucía en el bosque y fantasea con cubrir su cuerpo con la piel de un animal y ver a través de sus ojos muertos. Mientras las vocecitas de los niños se agitan con su propio sonido y luego se desvanecen en un hilo imperceptible, las imágenes aparecen y desaparecen de las paredes como en un libro de cuentos de terror. Fruto de una imaginación desbordada, la fábula infantil deviene pesadilla.

En una serie más reciente, en cambio, los chilenos trascienden el género del terror infantil y se adentran en mitologías sincréticas, fusión de leyendas europeas e ideología latinoamericana. En El Tercer Mundo, León y Cociña invocan un nuevo credo en el cual lo sagrado se funde con lo bestial, y lo sublime con lo abominable. Aparecen el erotismo, lo carnal y lo esotérico como fundamento del mito y la religión, haciendo desaparecer los límites entre la historia, la fantasía y el delirio. Los Andes, exhibido en la 55ª Bienal de Venecia, forma parte de esta serie; relata un mito según el cual los dioses hermafroditas del Sur ayudaron a crear los continentes para luego esconderse en la Cordillera y desaparecer. En el video, un ser mitológico con tentáculos de cinta de papel surge de las entrañas de una computadora, se forman miembros, rostros y montañas que se desparraman por las paredes. “Nuestras obras no transmiten un mensaje político o social. Más bien son una experiencia visual”, dicen los chilenos en una entrevista; sin embargo, por momentos la fantasía se convierte en herramienta, en un modo de intercambio con el exterior, una especie de homeostasis que mantiene intacto el equilibrio interno de las personas capaces de deslizarse en el universo de la ficción y salir ilesos en su retorno a lo real.

La Bella y la Bestia es, además de una aproximación a la obra de Cociña y León, una excusa de la dupla para instalar en el medio de la sala del museo un estudio de filmación en el que continuar la grabación de su primer largo: La casa Lobo. Se trata de la cuarta parada de un proyecto nómada que viajará de institución en institución durante dos años para completar la filmación de la película. La casa Lobo completa la trilogía Lucía, Luis y el Lobo, y cuenta la historia de María, una mujer alemana atrapada por una casa donde el paso del tiempo es aleatorio y lo ominoso se esconde en todos los rincones. La mujer envejece, rejuvenece, es anciana, niña y adolescente, sueña con escapar, pero a cada intento la casa la retiene y adopta una nueva y engañosa forma. Se trata de un trabajo en proceso permanente, del cual sólo se nos muestran algunos fragmentos, cuyas constantes transformaciones y mudanzas se traducen en una cadencia particular que parece no terminar jamás.

Es esperable que en su peregrinar este proyecto multiinstitucional no permanezca impávido, que cada estímulo, cada visita influya en el resultado final, que la casa adopte nuevas formas; los personajes, nuevas actitudes, y la historia, giros inesperados. Es esperable también que el espacio que lo aloja no lo resista, que mute al compás de los personajes, de espacio de exhibición en espacio de producción, que el terror invada el museo, que las criaturas-monstruos repten por sus pasillos y que el suspenso aguarde en cada esquina, por lo menos hasta que sea hora de volver a migrar.

La Bella y la Bestia se puede visitar hasta el 6 de abril en

el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350, Buenos Aires. De martes a viernes de 11 a 19. Sábados,

domingos y feriados de 11 a 20.

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