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Domingo, 27 de abril de 2014
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Música. La cantante chilena Ana Tijoux y su nuevo disco Vengo, entre el hip hop y Violeta Parra

ME GUSTA CUANDO NO CALLAS

Por Juan Ignacio Babino
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Viene. Con el pelo negro, con sus pómulos bien marcados, con la sangre roja; con los árboles, con los pájaros, con su canto, viene, sin miedo. Como la niña que va en busca de su morada, viene. También con la madera, la montaña y la vida. Viene, sobre todo, con la palabra hablada. Todo el pasaje anterior, que no es más que una cita casi literal y textual de algunos fragmentos de la canción que abre su último y reciente disco, Vengo, pinta de cuerpo entero el presente de esta artista chilena.

Anamaría Merino Tijoux nació en Francia en 1977, más obligada que accidentalmente: sus padres, militantes del MIR, se exiliaron allí tras la dictadura de Pinochet. Hija del destierro, entre idas y venidas se afincó definitivamente en Chile recién en 1993, y al poco tiempo empezó a recorrer la escena rapera del país: primero como invitada de algunos grupos, por ejemplo Los Tetas y Los Gemelos, luego como parte estable y esencial de Makiza, uno de los pilares del hip hop de aquel país y de todo el continente. La banda llegó a grabar tres discos –Vida salvaje (1998), Aerolíneas Makiza (1999) y Casino Royale (registrado durante el fugaz regreso de la banda en 2005). Participó como invitada de Julieta Venegas en dos canciones: “Lo que tú me digas” (banda sonora de la película Subterra) y la archiconocida y premiada “Eres para mí” (Limón y sal, 2006). Faltaba poco, entonces, para su debut solista.

Kaos se editó en 2007 y fue, de alguna manera, un distanciamiento del hip hop: un disco con un costado pop y R&B que no se volvió a ver en sus siguientes producciones. Ella misma dijo que fue grabado bajo la necesidad de poder alimentar a su hijo recién nacido. Le siguieron 1997 (2009) y La bala (2011). Ambos volvieron, sí, a la matriz de Tijoux: la rima y el hip hop, materias en las cuales la chilena da cátedra. Por ejemplo “Shock”, canción escrita en apoyo a la lucha estudiantil de Chile, donde ella se luce: “Constitución pinochetista, derecho Opus Dei, libro fascista. Golpista disfrazado de un indulto elitista. Cae la gota, cae la bolsa, la toma se toma la máquina rota. Cae la calle no calle, la calle se raya, la calle no calla, debate que está”. O “Sacar la voz”, que cuenta con la colaboración de Jorge Drexler. Colaboración que en estos días se vuelve recíproca: en el nuevo disco del cancionista (Bailar en la cueva), Ana aporta su verba en “Universos paralelos”.

Después de girar por México y Estados Unidos, donde tocó, por ejemplo, en el prestigioso festival SXSW de Austin, Texas, la presentación oficial de Vengo se dio en el marco del Lollapalooza de Chile, hace menos de un mes. Fue allí que sucedió. Mientras estaba tocando, algunos del público le gritaron “cara de nana” (niñera). Un insulto, un grito discriminador, racista. Ella, rápida de reacción –y de palabras– respondió a través de las redes sociales: “Yo soy esa cara de nana, esa cara parecida a la tuya, pequeña y pelo negro, yo soy esa cara con rasgos que parece incomodar tu clase desclasada”, escribió en su Twitter. Y agregó: “En cuanto a comentarios, si tengo cara de nana o si salí de la feria... ¿acaso siguen pensando que es un insulto? ¡A educarse, familia!”.

En Facebook una seguidora escribió, parafraseando una canción guaraní: “India bella mezcla de diosa y pantera...”. La revista The Clinic publicó en su sitio web una carta de lectores titulada “Carta abierta de un hijo de nana a quienes trataron de insultar a Anita Tijoux”, donde entre otras cosas se lee: “¿Desde cuándo ser nana es un insulto? Me lo pregunto por que veo esa cara de nana todos los días en mi madre cuando llega de su trabajo. Esa misma cara que viste tantas veces y que estuvo contigo mientras tus padres trabajaban para poder costearte los viajes a Brasil, las salidas a la nieve y las entradas a Lollapalooza (...), esa cara de nana, esa cara que te prepara el desayuno y plancha tu ropa, es la cara más hermosa que tiene este país. Yo doy gracias a la vida por ver esa carita en mi madre”. Justo a Ana le gritaron eso. Justo a ella, que en su mano lleva una metralleta de rimas y flores.

Vengo –producido por Andrés Celis– mantiene poética y líricamente la misma línea de sus discos anteriores, pero desde una sonoridad nueva; es éste el que más huele a madera, a polvo, a montaña; haciendo pie en las músicas folklóricas y de raíz andina: allí está el comienzo donde suena un carnavalito, ese aire de huayno que es “Antipatriarca” (“Tú no me vas a humillar, tú no me vas a gritar, tú no me vas a someter, tú no me vas a golpear, tú no me vas a denigrar, tú no me vas a obligar, tú no me vas a silenciar, tú no me vas a callar”), el sonido del Altiplano en “Creo en ti” con Juanito Ayala (de Juana Fe) como invitado, el interludio carnavalesco de “Los diablitos”, esa especie de chacarera que es “Oro negro” con su hermoso arreglo de cuerdas, o la simple y bella canción que es, por ejemplo, “Rumbo al sol”. Sikus, charango, cuatro, guitarras criollas, bombos de cuero, trompetas, se suman a las líneas y los cortes de baterías, loops, samplers, grabaciones y sonidos de la calle y texturas de siempre. Todo junto hace que éste sea, además de un disco de canciones enormes y de métricas perfectas, un disco orgánico y latinoamericanista. Y si su sonido y sus canciones no bastaran para que así se defina, vale detenerse en el arte que lo ilustra: en la tapa se la ve a ella, casi en cuclillas, descalza; sus dedos tocan la tierra; alrededor suyo, como un sol, estallan el rojo y el amarillo, y sobre las ramas y las hojas que nacen de su mismo cuerpo rondan un par de pájaros.

Desde el otro lado de la Cordillera, esta hermosa amazona de ojos oscuros vuelve –y viene– con su lengua de terciopelo, con el verbo bravo y justo, con el espíritu insumiso de Violeta Parra rondándole. Hace algunas semanas escribió en su Facebook: “También soy una pseudo poeta, un fragmento de corchea, un milímetro de copla, una décima de un verso... ¿y qué?”.

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