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Domingo, 27 de abril de 2014
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LOS ANARQUISTAS DE FIELTRO

CINE Antes del estreno en Argentina de Muppets 2: los más buscados, su director James Bobin y el guionista Nicholas Stoller hablaron con Radar sobre la secuela de la saga de los amados muñecos de Jim Henson, una resurrección que arrancó en 2011 y que además fue una gran película. La segunda parte también tiene, en la tradición de los Muppets, su elenco de estrellas: encabezado por Tina Fey y Ricky Gervais, con pequeños papeles de, entre otros, Tony Bennett, Lady Gaga, Tom Hiddleston y el gran Christoph Waltz. A continuación, Stoller y Bobin hablan de cómo la tradición inglesa y la norteamericana confluyen en el humor muppet y de cómo estos simpáticos pero inteligentes muñecos son un vehículo para crear complicidad con las estrellas y también reírse un poco de Hollywood, de la industria y sus instituciones.

Por Mariano Kairuz
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JAMES BOBIN, EL DIRECTOR DE LOS MUPPETS Y MUPPETS 2: LOS MÁS BUSCADOS, RODEADO DE LAS CRIATURAS DE HENSON.

Una celebridad no es una persona. “A celebrity is not a people.” O, para decirlo con el desparpajo de los anarquistas de fieltro que protagonizan Los Muppets –la película que hace dos años marcó el regreso al cine, después de una larga ausencia, de la rana René y su banda–, “una celebridad no es una gente”. Desesperados por conseguir un famoso que los ayude a levantar un poco el rating, temerosos de que el público los haya olvidado, la banda de descastados con anhelos artísticos monta un operativo para secuestrar a Jack Black. Antes, en los ‘70, las estrellas del cine, la TV, la música y la cultura popular en general acudían a ellos semana a semana sin dudar: aparecer en los Muppets, para muchas de estas estrellas, era aparecer en uno de los programas más cool de su época, y prestarse a un juego donde el culto a la celebridad era tan abrazado como parodiado. Kermit (René), Miss Piggy, el Oso Figueredo, Gonzo y los demás recibían a las celebridades con una mezcla de admiración, envidia, y una franca, saludable, falta de respeto; a menudo desbarataban sus actos en medio de esa boutade casi surrealista que era cada capítulo de El show de los Muppets.

Y estaba bien que así salieran las cosas porque, después de todo, una celebridad no es una persona.

“Esa es una de las cosas que uno puede hacer con los Muppets: crear complicidad con una estrella y también reírse un poco de Hollywood, de la industria y sus instituciones”, le dice a Radar en entrevista telefónica Nicholas Stoller, guionista del regreso de los personajes de Jim Henson, primero con Los Muppets y ahora con su secuela, Muppets 2: los más buscados, que llega el próximo 1º de mayo a los cines argentinos. “Ese juego es una de esas cosas que los Muppets tienen de encantadoras: invitar a los famosos y jugar con ellos”. Bajarlos un rato de sus pedestales.

La serie original, que se extendió por cinco temporadas entre 1976 y 1981, contó con las participaciones de actores de diversa laya y de distintas generaciones, como Steve Martin, Peter Ustinov, Vincent Price, John Cleese, Kris Kristofferson, Raquel Welch, Peter Sellers, Danny Kaye, Roy Rogers, y músicos populares cercanos pero nunca limitados al pop y al folk: Elton John, Alice Cooper, ¡Liberace!, Harry Belafonte, Kenny Rogers, Joan Baez, Johnny Cash, Shirley Bassey, Dizzy Gillespie, Diana Ross, Paul Simon, Debbie Harry, Charles Aznavour, Lena Horne y muchos más. Los Muppets (2011) siguió la tradición, poniendo en brevísimos papeles a comediantes nuevos (Zach Galifianakis, Emily Blunt), veteranos (Alan Arkin, Mickey Rooney) y hasta ídolos preadolescentes como Selena. Todo esto mientras sacaba de su habitual espacio dramático al gran Chris Cooper para hacerlo componer un villano de caricatura que bailaba su propio, villanesco rap y, claro, secuestraba a Jack Black, la prueba viviente de que una celebridad no es una persona. La primera secuela de esta nueva etapa muppetera, Muppets 2: los más buscados, redobla la apuesta. Ya no están Jason Segel ni Amy Adams, pero esos vacíos se llenan en parte con Ricky Gervais –la mayor importación de la comedia británica en Hollywood de la última década–, y la ex Saturday Night Live, y ex 30 Rock Tina Fey, en el improbable papel de una guardiacárcel siberiana. Mientras que los cameos de famosos se multiplican, en cantidad, velocidad y fugacidad –algunos son tan fugaces que es muy probable que pasen desapercibidos: es parte del chiste–: Tony Bennett, Celine Dion, Lady Gaga, Salma Hayek, Tom Hiddleston, Stanley Tucci, Frank Langella, Toby Jones, el gran Christoph Waltz (que baila un waltz: vals), un casi imperceptible James McAvoy, y Ray Liotta y Danny Trejo parodiando sus habituales matones y ex convictos. ¿Por qué, para qué? Porque sí, porque pueden. Si de los ‘70 para acá el culto a la celebridad se volvió un fenómeno más grande, uno de los más definitorios de nuestra época, los Muppets tienen famosos para tirar al techo y lo hacen casi literalmente, para divertirse un poco con y bastante a costa de.

DE COSTA A COSTA

Pasa con las más altas formas de arte: su funcionamiento casi perfecto depende de un estado de gracia muy difícil, a veces imposible de poner en palabras. La fórmula de su humor es complicada de aislar y desentrañar, pero en el caso de las creaciones de Jim Henson puede que tenga algo que ver con las distintas vertientes que entraron históricamente en la mezcla: casi cuarenta años atrás, un grupo de estadounidenses (Henson, Frank Oz, Jerry Juhl y otros) se instalaron en Londres, que es donde consiguieron que alguien (el legendario productor “Lord” Lew Grade) financiara a su pandilla lisérgica. Ahora, Disney reclutó a un director inglés curtido en la televisión de su país, James Bobin, y a un guionista norteamericano, Nicholas Stoller, para resucitarlos. Cruzándose a mitad de camino, se produjo esa alquimia única.

“Creo que en el humor de los Muppets hay una combinación de muchas cosas”, le dice Bobin a Radar por teléfono, desde Alemania, uno de los países en los que se rodó la nueva película. “Hay mucho de la tradición del humor absurdo, en ocasiones surrealista: si uno ve hoy el programa televisivo original se encontrará con que parece venir de un lugar muy raro, y algunos de sus chistes a veces son muy obvios y muy de vieja escuela, como de vodevil, porque eso es lo que estaba en su origen, los números teatrales que se montaban dentro del programa reflejaban un gusto por un estilo de espectáculo viejo, de music hall. Pero al mismo tiempo debe tenerse en cuenta que como el programa se grababa en Inglaterra, Henson y Juhl y Oz y los demás estaban viviendo allí y era imposible que no se empaparan de todo eso que se daba en la época, como The Goodies –un clásico eterno de la televisión inglesa, entre el surrealismo y el slapstick– y The Flying Circus de los Monty Python, que eran programas con un muy interesante sentido del ridículo; eran extraños, respondían a una lógica distinta. Supongo que cuando uno vive en un lugar y pasa sus noches viendo estos bizarros shows televisivos no puede evitar que se infiltre en lo que uno mismo escribe. Todo esto estaba presente en la manera en que, entre algunos de sus chistes más obvios y clásicos, aparecían estos elementos más marcianos, anárquicos.”

¿Es verdad que el público inglés lo percibía como un programa local?

–Así es. Era un programa británico que tenía intérpretes americanos. De la misma manera que para los americanos era un show estadounidense y la mayor parte de la gente no tenía idea de que se hacía en el Reino Unido. Pero creo que lo esencial es que funcionaba para gente de todas las edades: yo lo veía con mis padres y mis abuelos, y ése era el secreto de su funcionamiento.

Eso, y que capturaba mucho del espíritu de su época.

–Definitivamente. Expresaba los ‘70, y las muchas causas que la gente abrazaba con intensidad en aquellos tiempos, la militancia por los derechos civiles, o por los derechos de la mujer. Es evidente que Miss Piggy es una especie de militante feminista, una mujer muy fuerte que sabe muy bien lo que quiere y hace lo que sea necesario para conseguirlo. Era una época en que la gente expresaba muy fervientemente sus sentimientos acerca de todo lo que pasaba en cuestiones sociales y políticas y culturales, y eso se reflejaba en el programa, en sus números, su humor, sus invitados. Aunque sin perder de vista que su objetivo principal siempre fue entretener, si había un mensaje al final del camino, mejor, pero su propósito era montar este show divertido.

Nacido hace 40 y pico de años, Bobin se inició en televisión a fines de los ‘90 con The 11 O’Clock Show, un programa de sketches al que se suele acreditar por haber lanzado las carreras de Sacha Baron Cohen y Gervais. Con Baron Cohen, Bobin hizo Da Ali G Show, pero su mayor éxito de culto fue Flight of the Conchords, una serie que HBO dio entre 2007 y 2009, sobre dos muchachos neocelandeses instalados en Manhattan sin un centavo, con la idea de triunfar en la música. Eternamente fuera de lugar, los Conchords (Jemaine Clement y Bret McKenzie, coautores de los guiones) tienen un agente inepto que no les consigue trabajo y no sabe nada de música, y un par de veces por episodio irrumpen en medio del relato con canciones de “letras explícitas”, explícitas y candorosas, directas, impúdicamente alegóricas por momentos y en otros literales hasta la incomodidad; parecen no tener filtro. Basta ver unos pocos capítulos –y sus magníficos clips que parodian el pop melódico, el hip hop, el rap, la chanson francesa y a los viejos crooners– para entender por qué en Disney supieron que Bobin era la persona perfecta para el regreso de los Muppets. Por supuesto que también ayudó que Bobin reclutara a McKenzie para que compusiera las canciones: por la extraordinaria “Man or Muppet” (“¿Soy un hombre o soy un muppet?/ Si soy un muppet soy un muppet muy masculino, / si soy un hombre soy un auténtico títere”) se llevó un Oscar en 2012. (El otro Conchord, Clement, aparece recién en Muppets 2, interpretando la del “rey de la prisión” rusa a la que va a parar la rana René). “Lo cierto es que Flight of the Conchords también tenía, como los Muppets, un humor esencialmente inocente”, dice Bobin: “Era honesta, directa, sin ironía, real, y aunque no estaba destinada a los chicos, porque a menudo hablaba de sexo, sé que a los chicos les encantaba. Quizá la mayor diferencia es que los Conchords tienen un humor deadpan que no es el estilo muppet, pero unos y otros son unos intérpretes terribles que sin embargo no dejan de pelearla todo el tiempo: son unos verdaderos perdedores que no se dan por vencidos. Una parte esencial de los Muppets es que deben disimular todo el tiempo el hecho de que no son muy buenos en lo que hacen”.

La porción norteamericana de la mezcla de vertientes humorísticas que confluyen en los Muppets aporta un elemento central del film anterior, que a su vez constituye todo un eje temático en la comedia estadounidense contemporánea: el del hombre de treinta y pico que se resiste a asumir las responsabilidades de la adultez. El varón inmaduro. Aunque nació en Londres (en 1976), Nick Stoller se crió en Estados Unidos, y estudió en Harvard, donde se inició en la comedia dentro de una de las grandes instituciones del género (una que le ha dado guionistas tanto a Saturday Night Live como a Los Simpson): la revista paródica The Harvard Lampoon. Sus primeros trabajos profesionales fueron junto al “padrino de la nueva comedia americana”, Judd Apatow (Ligeramente embarazada), para quien escribió la serie Undeclared, y que luego produjo su debut en la dirección con Cómo sobrevivir a mi novia, a la que siguieron Get Him to the Greek y Eternamente comprometidos. Las tres son buenas películas; ninguna se estrenó en cines en Argentina, pero están en dvd, disponibles para seguir de una a otra esta línea argumental que tenía de algún modo su continuación en la primera Muppets. En ella, Segel (que la coescribió junto a Stoller) interpreta a un grandulón que debe elegir entre seguir su rutinaria vida cotidiana junto a su hermano muppet, o comprometerse de una vez por todas con su novia. “Volví a ver la serie original –cuenta Stoller– para captar qué fue lo que me cautivó de su humor cuando era chico. Porque siempre tuve presente que fueron los Muppets los que me llevaron a pensar por primera vez: esto es lo que quiero hacer para ganarme la vida. Con el tiempo entendí que los Muppets funcionaban por una combinación de su espíritu anárquico y todos esos chistes que rompen la cuarta pared, con una sensibilidad genuina, con mucho sentimiento; inventaron mucho de la comedia que más tarde terminaría definiendo a films como los que hace Pixar. Ahora bien, además de la serie, otra de mis cosas favoritas de los Muppets era la película The Great Muppet Caper, de 1981, que vi siete millones de veces cuando era chico. Como ésta es una secuela y ya no tenemos que ocuparnos de presentar a los Muppets para las nuevas generaciones, esta vez podíamos darles una historia como las viejas, e hicimos un policial con referencias a thrillers criminales y clásicos tipo Ocean’s Eleven. E intentamos como siempre que la película conectara en múltiples niveles, con los chicos y los grandes, que es parte de lo que hacía tan grandioso al show original, y que permite que uno de adulto le siga encontrando cosas nuevas a eso que tanto le gustaba cuando tenía ocho años.”

LO QUE HACEMOS EN HOLLYWOOD

Y Muppets 2 empieza exactamente donde terminaba la primera película, rompiendo una vez más la cuarta pared, desarmando el artilugio, preguntándose, justo después del clímax, segundos apenas después del final feliz y triunfal: ¿y ahora qué hacemos? La respuesta es una canción autorreferencial, nuevamente, la parodia de la industria, sus taras y sus cachivaches, desde adentro. La canción se llama “Haremos una secuela”, y advierte, con sus explicit lyrics: “Haremos una secuela / eso es lo que hacemos en Hollywood /y todos saben que las secuelas no son igual de buenas / Haremos una secuela, el estudio quiere más / mientras esperan que Tom Hanks haga Toy Story 4 / Haremos una secuela, / es más de lo mismo, / pongámosle nombre. / ¿Qué tal Los Muppets otra vez?”.

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